martes, 4 de diciembre de 2018

Siempre hay algo que sobrevive a los peores terremotos. Un ejemplo es Catania, una ciudad de Sicilia en la costa de Mar Jonio, pegadita al Etna, que ha sido siete veces destruida y arrasada por las erupciones volcánicas acompañadas de seísmos brutales y otras tantas reconstruida con la fuerza del ánimo, el trabajo solidario y la esperanza de sus habitantes. Hasta lo peor, vivido en positivo y con inteligencia colectiva, puede convertirse en un camino inédito y extraordinario. En una nueva oportunidad para la vida y la creación. Para ello es preciso no perder el oremus por el impacto traumático y que la autocrítica no sea cruel y destructiva, o sea, inútil y obtusa. J.A Pérez Tapias hace un análisis muy lúcido y muy necesario para este momento y para el camino que se inicia. ¡Que los disfrutéis!: el análisis y el camino

TRIBUNA

Las ondas del sismograma andaluz

Las izquierdas no pueden permitirse que el PSOE concurra a elecciones con un antagonismo no resuelto entre su candidata y el secretario general; o que Adelante Andalucía se presente con los soterrados conflictos en su interior

<p>Susana Díaz.</p>
Susana Díaz.
Luis Grañena
4 de Diciembre de 2018-Público
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 He participado en la jornada electoral del 2 de diciembre en Andalucía, y tengo la fortuna de vivir estos tiempos de mudanza en Granada, ciudad con características de zona sísmica, y por ello buen sitio para estudiar los terremotos. De hecho, el Instituto Andaluz de Geofísica tiene su sede en la capital nazarí y, para más señas, en el campus universitario de Cartuja, al lado de lo que fue su anterior emplazamiento, el Observatorio Astronómico y Sismológico construido en ese lugar por los jesuitas en 1902. Quienes a diario transitamos por la zona –el centenario Observatorio es actualmente edificio que alberga al Departamento de Historia y Ciencias de la Música de la colindante Facultad de Filosofía y Letras–, a poco que conozcamos la intrahistoria de tales instalaciones, dejamos correr la imaginación en torno a ellas. ¡Cómo no fantasear acerca del registro de ondas sísmicas que bien hubieran podido recogerse tras el terremoto político acarreado por los resultados de las mencionadas elecciones autonómicas!
Las placas tectónicas de la política española han colisionado, y sus efectos los sentimos desde el epicentro de Andalucía, provocando la lógica alarma. No sólo las derechas suman más escaños que las izquierdas en el parlamento andaluz, sino que en éste entra el partido ultraderechista Vox con la fuerza de 12 escaños. El fascismo no se queda en puertas, sino que entra con estrépito en la cámara andaluza; en la mano porta la llave para formar ese gobierno al que PP y Ciudadanos se ven abocados no sólo por el ansia que ello les provoca, sino por cómo han jaleado a la ciudadanía en contra de todo posible pacto con el PSOE. Tal corrimiento de tierras tiene su contraparte en un Partido Socialista que, aun ganando, pierde 14 escaños y obtiene su peor resultado en una comunidad de la que pensaba que le iba a dar el gobierno de la Junta ad aeternum.  El seísmo acabó con tan ingenua creencia, mantenida sólo con la ilusa fe que alimenta una prepotencia a la postre frágil. Y Adelante Andalucía, que no se libra de la fuerza sísmica que todo lo sacude, haciendo chirriar su propia denominación, retrocede sobre lo obtenido anteriormente por Podemos e IU. Tales son los hechos, conocidos de todos, y sobre ellos habrá ocasión de abundar de forma más prolija. Por lo pronto podemos leer lo que nos deja registrado el sismógrafo andaluz.
Si atendemos a las ondas S, vemos que éstas recogen ese movimiento superficial que ha tenido su antecedente en una campaña electoral de lo más pobre, todos diciendo querer hablar de Andalucía, pero todos encerrados en el bucle españolista, es decir, anticatalanista, realimentado con ahínco por el nacionalismo de las derechas. Éstas han utilizado la crisis del Estado que se manifiesta en el procés independentista de Cataluña, no para ofrecer soluciones, sino para ganar votos removiendo, tras la “reconquista” a lo don Pelayo de la que habla encendidamente Voz, oscuras pasiones que en todo caso son reverso de las que se achacan al soberanismo catalán.
También se expresa en las ondas de superficie el hastío de un electorado de izquierdas al que no se le han trasladado motivos para el entusiasmo; es más, se trata de un electorado que ha llegado a la cita de las urnas con grandes dosis de desconfianza y desafección hacia lo que habían sido sus partidos de referencia. La superficialidad de los debates, el oportunismo de muchas propuestas, la demagogia traslúcida por los programas, la inercia de los “aparatos” reflejada en las listas electorales, la falta de crítica a cuestiones cruciales como las de la corrupción, en forma de bien regado clientelismo, por ejemplo…, no han alentado, lógicamente, el compromiso mediante el voto. Se puede calificar de desidia injustificable, pero ahí están los hechos, con el agravante de tener enfrente a unas derechas movilizadas. El activismo de éstas lo ha incentivado la pugna entre partidos por el predominio en ese lado del espectro político, siendo factor movilizador un bien nutrido odio al PSOE y un muy trabajado cultivo de siembra de miedo respecto a Podemos.
Si ahondamos en las ondas P, las que toman las huellas de los movimientos perpendiculares a la superficie, nos descubren en las profundidades en torno al hipocentro graves deficiencias por el lado de las izquierdas, a la vez que fuerte empuje de las reacciones de la derecha. Sabemos que Vox es esa derecha fascista, machista, racista y xenófoba que ya ha ganado terreno abiertamente en muchos países, algunos tan próximos como Italia o Francia, otros más lejanos, como Brasil. Aquí ha roto el cascarón del PP y, tocando a rebato sea agitando el fantasma de Franco, sea inoculando el odio al inmigrante –aunque se obtengan suculentos beneficios explotándole–, la ultraderecha consigue como renacida “fuerza vieja” lo que no logró Fuerza Nueva. Y arrastra a PP y Ciudadanos más hacia la derecha tras los cantos de sirena de un patrioterismo tan cutre como excluyente. Pero además de eso deberíamos haber sabido que sin proyecto político bien trabado se acaba perdiendo. La suma de propuestas inconexas para dar respuesta a un conjunto heteróclito de demandas –programa “escoba” por mor de una desdibujada intención de “transversalidad”– no suple la carencia de proyecto, y menos la de una proyecto consistente de respuesta a la crisis del Estado y de solución al conflicto catalán. Nadie se ha atrevido por la izquierda a hablar de federalismo plurinacional, con lo cual no se habrían perdido votos –era lo temido desde la tibieza de una izquierda achantada ante la derecha–, sino que con coraje político se podrían haber ganado.
Las ondas P también nos muestran en el sismógrafo que es desastroso el presentarse políticamente ante la ciudadanía lastrados por polémicas sectarias, por broncas internas en los partidos sin más motivo que encarnizada lucha por el poder, por liderazgos apoyados en egos insaciables más acostumbrados a mandar o a conspirar que al ejercicio dialógico y democrático de los cargos de dirección. Las derechas, allá se las compongan… Pero las izquierdas no pueden permitirse que un PSOE concurra a elecciones con un antagonismo no resuelto –no basta el disimulo– entre su candidata en Andalucía y el secretario general del Partido y presidente del Gobierno; o que Adelante Andalucía se presente con los soterrados conflictos en su interior por la manera de llevar a cabo la alianza Podemos-IU, así como con polémicas sin fin entre la dirección de Podemos en Andalucía y la dirección nacional (¿federal?).  El sectarismo, las posiciones dogmáticas y el espíritu gregario hacen que las izquierdas, aunque mantengan sus denominaciones, dejen de ser izquierdas.
Y, si ya puestos, miramos con detenimiento las ondas Rayleigh y Love, el sismógrafo dice siempre que cualquier terremoto deja ver las carencias en cuanto a previsión de las construcciones, en cuanto a estrategias de resistencia y en cuanto a propuestas de cambio. En este caso, amén de carencias organizativas ya detectadas, se acusan fallos de fondo en lo que toca a planteamientos críticos. Por ejemplo, quienes se reivindican de la socialdemocracia no se han quitado de encima todavía esa idea positivista y burguesa de un progreso continuo y garantizado. No hay tal. El progreso que hubo puede tornarse regresión, y a la vista está. Otro caso, por el lado de partidos más a la izquierda con pretensión de alternativa más efectiva: la impaciencia supuestamente “revolucionaria”, si nos permitimos el uso de tal término, no es buena compañera, pues salta por encima de una realidad económica, social, política y cultural que estamos obligados a conocer. Un poco, al menos, de materialismo histórico vendría bien. Hemos de ser sujetos de nuestra historia, pero no podemos hacer la historia como queramos en el momento que se nos antoje. La consciencia de ello obliga a la estrategia, sin la cual, de suyo, no hay acción política. Es más, ¿de qué sirve hablar de hegemonía si ni siquiera se aglutina a los propios? ¿O a dónde lleva un discurso extremoso que deja de ser radical al olvidar la raíz de los problemas o el imprescindible arraigo de la acción necesaria en mujeres y hombres en sus concretas circunstancias?
Los terremotos obligan, pues, a prevenir y a rediseñar el futuro. Con imaginación dialéctica, que es algo muy distinto del fantasear ilusorio. El rigor en el análisis y la seriedad en la propuesta no impiden en absoluto que se vean acompañados por esa buena música que desde un Observatorio astronómico y sismológico como el de Cartuja, en Granada, nos remite, con ecos de la Grecia clásica, a la música de las esferas celestes. Hasta la autocrítica en la izquierda debe sonar bien, que es en este momento lo que interesa.

Autor

  • José Antonio Pérez Tapias

    Es catedrático y decano en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013)

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