No hay diálogo. Ni lo habrá
Pedro Sánchez es un político profesional, oportunista y tenaz,
quiere gobernar pero quien crea el marco y los límites en que se mueve
son esos poderes del Estado y la economía que son los mismos de siempre
El problema de España no es Catalunya, es el Palco del Bernabéu y sus intereses y su ideología.
Suso de Toro
El problema de España no es Catalunya, es el Palco del Bernabéu y sus intereses y su ideología.

España es en sí misma un
problema, no es el problema vasco, el problema catalán... Es el Reino
de España con su corte y su articulación radialmente centralizada lo que
crea "el problema", pero dejemos eso que es tan antiguo como la misma
división del Reino en provincias en 1833 y las consiguientes revueltas y
guerras en los distintos territorios. O puede que "el problema"
comenzase al fracasar la I República de Pi i Margall. O puede que con el
golpe de los generales nacionalistas contra la II República. Todo lo
que vivimos sólo se comprende a la luz de la historia.
¿Pero dónde localizar lo que vivimos en la historia reciente? ¿En el
fracaso de quienes intentaron una ruptura con el estado franquista y
tuvieron que aceptar la reforma de ese, éste, estado. Esta cosa que
llaman Transición? ¿En la continuidad del TOP, que pasó a llamarse
Audiencia Nacional, y la suspensión de facto de los derechos civiles en
el País Vasco en el enfrentamiento entre ETA y el Estado? Más
recientemente se hizo manifiesta una incompatibilidad de intereses
cuando una empresa catalana inició una OPA a otra empresa radicada en
Madrid y que desencadenó una movilización compacta de rechazo a esa
absorción. No debía salir de “territorio nacional” y acabó en Italia,
antes italiana que catalana. ¿Fue entonces?
¿O fue ya de modo desatado cuando se planteó bajo
Zapatero una renovación del estatuto catalán y el PP de M. Rajoy comenzó
su campaña de recogida de firmas que teóricamente era contra el
estatuto y que realmente fue “contra los catalanes”? ¿Fue cuando aquel
Tribunal Constitucional formado por magistrados fuera de plazo tuvo
igualmente el descaro de emitir un fallo sobre algo tan delicado y en
disputa como aquel estatuto? ¿Fue cuando salieron inmediatamente casi en
práctica autoconvoncatoria un millón de catalanes a la calle, apagados
informativamente para los españoles por el furor nacionalista del
triunfo en el Mundial de fútbol? ¿Fue con la llegada, tan deseada y
trabajada unánimemente por los poderes y sus medios de comunicación, de
M. Rajoy al Gobierno y su negativa a cualquier diálogo? ¿Fue cuando los
policías y guardia civiles enviados en barcos cargaron y golpearon a
personas que sólo estaban armadas de urnas y papeletas?
¿O es ahora cuando la fiscalía, a las órdenes del Gobierno, repite las
acusaciones contra toda la dirigencia de un país? Porque lo que se está
juzgando en este juicio histórico es a los dirigentes políticos elegidos
democráticamente por la ciudadanía catalana y a sus dirigentes
sociales, de la ANC y Ómnium. Lo que la Justicia, el estado, está
juzgando es a Cataluña como país.
El Reino de España
no es viable sin Catalunya. No es viable económicamente sin las
transferencias desde esa comunidad, sin su aporte al PIB y, sobre todo,
sin sus exportaciones. La deuda, gigantesca, de este reino es el gran
quid oculto que determina la relación con la Unión Europea y las
política internas. Y desde el punto de vista social, cultural y humano
sería un reino tristísimo y más retrógrado de lo que ya está siendo.
Pero los intereses de esta corte y este Estado no permiten un encaje ni
de la Barcelona ciudad ni el reconocimiento del país catalán, el
proyecto español existente es nacionalista y posfranquista. Y esto no lo
arregla Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez es un político
profesional, oportunista y tenaz, quiere gobernar pero quien crea el
marco y los límites en que se mueve son esos poderes del Estado y la
economía que son los mismos de siempre. Y por eso los fiscales y
tribunales castigan a esos reos que serán llevados a la fuerza a Madrid
para ser juzgados allí de forma ejemplar.
En los años
sesenta fue un periodista vigués en la prensa madrileña, Cuco Cerecedo,
quien se atrevió a señalar la casta oligárquica que se articulaba en la
corte franquista y acuñó la expresión “el palco del Bernabéu”. Nadie
que se atreva a romper el tabú del silencio en torno de eso sale
completamente vivo, lo aseguro. El problema de España no es Catalunya,
es el Palco del Bernabéu y sus intereses y su ideología. Santiago
Bernabéu era claro: “me gusta Catalunya, y la quiero a pesar de los
catalanes”. Un modo particular de cariño, ocupar un país, juzgar a sus
dirigentes y someterlo a “territorio nacional”.
No,
no se está juzgando sólo a los dirigentes catalanes, un Estado
nacionalista y represor está juzgando a quien ejerza los derechos
civiles. No es un asunto local que afecte a la población de un
territorio, un asunto de segunda fila después del debate de presupuestos
o cualquier otro tema, se trata de las libertades bajo este estado.
Esos presos y cualquiera preso por ejercer las libertades son nuestros
presos y con ellos y ellas va nuestra suerte.
Al
conflicto de intereses de todo tipo, social, cultural y económico que es
la base del conflicto sólo se le podría dar encaje con una reforma
profunda de las estructuras del estado y después de un diálogo. La
fórmula del nacionalismo centralista español niega la diversidad y la
propia realidad y se expresa de modo natural en el autoritarismo que ya
ha demostrado el estado, la democracia en España sólo es posible desde
los pactos y no desde el autoritarismo borbónico. Ese diálogo no se
producirá ahora y no hay visos de que se vaya a dar en el futuro, no hay
un sólo indicio en lo que emiten los políticos y los medios
centralizados en Madrid que dé lugar a esperanza. Sólo vemos dureza e
incomprensión interesadas.
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