Que te engañen no es excusa
“Tengo que confesar que en 1933 y todavía en 1934 nadie creía que fuera
posible una centésima, ni una milésima parte de lo que sobrevendría al
cabo de pocas semanas” Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memorias de un
europeo
No pudo ser más desafortunado, en los tiempos que corren, el tuit
difundido por la cuenta en Twitter del presidente del Gobierno para
congratularse de la detención del autor de la matanza de Atocha. No por
su sentido general, que comparto, sino por su coda final que rezaba: "El
fascismo quiso poner de rodillas a la democracia, pero la democracia y
la Justicia siempre vencen a sus enemigos". Me dio un escalofrío leer
tal frase de la supuesta mano de un gobernante en el momento histórico
en que vivimos. No ser conscientes de la fragilidad de la joya rara que
son las democracias liberales occidentales, en el contexto del mundo
actual y en el flujo de la historia, es uno de los principales peligros
que corremos. Me gustaría pensar que nuestros dirigentes y los que
aspiran a serlo están a la altura, que estudian los fenómenos
transnacionales, que detectan las señales de alarma, que barajan los
escenarios indeseados, que nos protegen, en suma.
La España que nos duele, al menos desde el XIX, siempre
arrastra la inercia de llegar tarde a la historia y, por ende, de tener
una tendencia suicida que le lleva a ignorarla o a sentirse aislada de
lo que sucede en su entorno. Solemos enzarzarnos en nuestras diatribas
caseras y olvidamos tener un ojo en los problemas que ya han nacido y
ensanchado y hasta enseñado las garras en otros países de nuestro
entorno. Creo que estamos camino de repetir la jugada. ¿Cuántos seres
pensantes quedan en este país que tengan claro que es más amenazante el
derrumbe de Europa y de las democracias tal y como las entendemos que
una cuestión territorial? ¿A cuántos les importa más que sigamos siendo
libres e iguales en plenitud de derechos que los límites fronterizos en
los que nos enmarquemos? Yo no moriría por la unidad territorial pero sí
por la libertad. Es cuestión de por qué patria optemos.
Los primeros escaños obtenidos por la formación ultraderechista y
populista Vox nos ponen de bruces frente a un problema que ya campa hace
unos años por Europa y América. Todo análisis aislado es un análisis
erróneo. Uno de los cambios que se ha producido en el siglo es el de la
internacionalización de la ultraderecha, algo que en el viejo XX era
patrimonio de una izquierda hoy disgregada. Tanto las fórmulas de
manipulación, los eslóganes, la utilización de la mentira y de las redes
sociales, las promesas imposibles y los destinatarios de tal discurso
-los ciudadanos cabreados e insatisfechos que no encuentran su lugar en
este nuevo siglo globalizado que les empobrece y les arrumba- son
comunes, como lo son los asesores y hasta, en algunos casos, las fuentes
de financiación. Este último punto es esencial.
Hay
que desenmascarar las fuentes nacionales e internacionales de
financiación de Vox. Es preciso seguir la pista del dinero hasta llegar a
comprobar si aquello que cuentan antiguos militantes, es decir, que
detrás están organizaciones secretas ultraortodoxas católicas que
intentan implantar teocracias cristianas o cualesquiera otras es cierto.
También de otros movimientos cuyo objetivo final es reventar la UE y
destrozar la idea de Europa. Levantar el velo del dinero es levantar el
velo sobre las intenciones porque, como ya decia Zweig: "El
nacionalsocialismo, con su técnica de engaños, se guardaba muy mucho de
mostrar el radicalismo total de sus objetivos". Esta vez tampoco lo van a
hacer, así que debemos estar listos y desnudarles.
Lo primero que tenemos la obligación de hacer es identificar el problema
y, si se quiere, ponerle nombre. En Europa y Estados Unidos esta
obligación ha sido aceptada por políticos, intelectuales, periodistas y
sociedad civil mientras que estos días veo zozobrar aquí a muchos en su
afán por blanquear a la formación o por desdramatizar sobre su
significado. Lo hacen por puro interés. Son aquellos que creen que todo
voto es bueno para llegar al poder o para recuperarlo y precisan para
ello "normalizar" a una formación de ultraderecha. "Sabía engañar tan
bien a fuerza de hacer promesas a todo el mundo, que el día que llegó al
poder la alegría se apoderó de los bandos más dispares", continúa
Stefan Zweig. Pero en cuestiones de supervivencia de nuestro común
estilo de vida democrático, que te engañen o que lo intenten no es
excusa. Cada uno tenemos una obligación ética y cívica propia que cobra
mayor calado en el caso de las personas con voz pública y los
periodistas que estamos obligados deontológica y moralmente a informar
de la realidad, alertando de los riesgos, desenmascarando las mentiras y
no convirtiéndonos en blanqueadores o altavoces de aquellos que llevan
en su mensaje el germen de destrucción de nuestra democracia.
El mismo espíritu de falsa equidistancia se produce en quienes afirman
estremecerse con Vox pero, de forma inmediata, sueltan sobre la mesa y
equiparan a Podemos como fenómeno de "izquierda radical". Es esta una de
las "estratagemas de mala fe" a que se refería Schopenhauer en su
tratado El arte de tener razón. Lo cierto es que
ni Europa ni España tienen ningún problema con una ultra izquierda que
pretenda revertir nuestra forma de convivencia. Eso es falso. Vox maneja
promesas y propuestas que son incompatibles con los derechos humanos y,
por ende, con una Constitución que basa sus esencias en esa declaración
universal. No es lo mismo preferir una forma u otra de jefatura de
Estado que prometer acabar con los derechos obtenidos por las mujeres
durante décadas. No hay nada moralmente comparable entre querer poner
más impuestos a los ultra ricos y pretender expulsar a los inmigrantes
que han sido necesarios para producir la riqueza cuando ya sobran, como
ha aplaudido El Ejido, el municipio bandera de Vox.
Así que no queda más remedio que asumir cada uno nuestra
responsabilidad. Hay que nombrar y denunciar lo que esconden. Hay que
analizar los problemas de los ciudadanos que vehiculan su malestar
social a través de un voto de cabreo y hay que encontrar soluciones para
ellos desde los partidos democráticos. Tenemos que recordar que
democracia no es solo votar, que democracia es también un sistema de
controles y de contrapesos que debe ser limpio y estar preparada para
actuar y hay que movilizar a los sectores sociales con poder para parar
esta locura, uno de los cuales es sin lugar a dudas el de las mujeres.
Vox es enemigo de los derechos de las mujeres. Sin paliativos.
Por último, no hay que pensar que estamos a salvo, aunque lo diga Pedro
Sánchez. "Además, ¿podía imponer algo por la fuerza en un Estado en el
que el Derecho estaba fuertemente arraigado, en el que tenía en contra a
todo el Parlamento y en el que todos los ciudadanos creían tener
aseguradas la libertad y la igualdad de derechos, de acuerdo a una
Constitución solemnemente jurada? Luego, de un solo golpe, se aplastaron
todos los derechos en Alemania". No olvidemos nunca a Zweig.
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