jueves, 6 de diciembre de 2018

Por mi parte, nada que celebrar, sino es el fracaso espléndido de una milonga que se cae sola, sin que nadie la empuje, justo, por el peso del andamio que la 'sostiene'...


                           Resultado de imagen de caricaturas sobre la constitución española  


Me sentiría como una Judas si  dijera que hoy tengo algo que celebrar y callase lo mucho digno de lamentar que los españoles y españolas soportamos cada día del año, bajo las alas desplumadas de una constitución a la que avergüenza ponerle  la C mayúscula. No se la merece ni de coña.
Vale, que en su día, y como trámite, supuso una novedad emocionante, sobre todo para quienes no habíamos votado nada más que en plan subversivo al delegado de clase en la Facultad cuando comenzó a despuntar, al final de los 60 del pasado siglo y en la clandestinidad, el SDEUM (sindicato democrático universitario de Madrid), para dejar de lado el SEU franquista (sindicato español universitario).
Sí, es cierto, nos emocionamos al tocar las papeletas y meterlas en el sobre y dejarlas caer en la urna. Te sentías como un indigente que jamás ha probado la experiencia de sentarse a comer en una mesa normal, que nunca ha visto ni usado los cubiertos de pescado ni los platos y cubiertos de postre, ni los vasos y copas, ni  las servilletas y manteles...Ni sabe que el menú consiste en entremeses, dos platos,  un postre...y luego café, copa y puro para los fumadores.
De repente, tras treinta años de tu vida, te ves votando como los europeos y los americanos y los hindúes y los australianos...y es que no te encuentras, tú, que desde chica no has visto más mesas callejeras  que las petitorias de la Cruz Roja y las del Domund, tú que no conocías más emigrantes de cerca que las figuras de las huchas de la Santa Infancia, con su negro, su chino y su indio, de repente te ves con una urna delante, un presidente y unos vocales, un postureo protocolario desconocido y super cuqui...¿Cómo no ibas a llorar? Es que en realidad no solo era emoción, también era desconcierto, una especie de desamparo infantil, como una inmigrante que pisa tierra extranjera por primera vez, sabe que viene de las cavernas más tenebrosas, de huir de los grises, de las "lecheras" policíacas y los manguerazos con anilina para pillar a todo el que pasase cerca de  una mani, aunque fuese a comprar el pan...de los caballos trotando por el pasillo de la facul hasta los lavabos para sacar a la peña a leches y porrazos.
 
En aquellas circunstancias todo lo que no significase castigo y hasta pena de muerte por decir lo que piensas  y sientes ya nos parecía democrático. Así que no tuvieron que afinar nada, porque no había nada que afinar, bastaba con que hubiese algo a lo que agarrarse. Un náufrago no le hace ascos a la lancha salvavidas que le viene a rescatar ni pide a  la tripulación el certificado de penales, como hacía el franquismo para dar el pasaporte o el permiso para casarse con un militar, unido a un informe de la Guardia Civil sobre el historial político de tu familia...En ese plan cualquier cosa que hablase de cambios, se acogía como agua de mayo. 

Lo que nadie pensó entonces era que aquel salvamento solo era social y políticamente como el Aquarius: una solución de emergencia, del 112. Pero que como constitución y democracia estaba en pañales. Que no basta escribir cosas chulis, sino que hay que ir moviendo piezas hacia la decencia y la honestidad además de montar partidos y sindicatos, revisando cada cierto tiempo en el Parlamento, Gobierno y Poder Judicial si lo que era chuli en un cenagal como la salida cronológica del franquismo, seguiría siendo ética, política, social e institucionalmente válido al cabo de cuarenta años de desgaste natural y evolución personal y colectiva de la ciudadanía, que entonces desconocía su identidad convivencial y solo se sentía rebaño desconcertado por la muerte de un pastor que nunca eligieron, como es natural en el mundo del ganado es el pastor el que elige el rebaño y no al contrario. Por eso, justamente, no hemos cambiado de verdad: siguen siendo los pastores los que nos eligen con sus trucos electorales y el rebaño el que se deja seducir por la propaganda ilusoria de los pastos más suculentos y los rediles más confortables.

Si la constitución fuese de verdad lo que nos cuentan que es, hubiera sido la guía para dejar de ser rebaño y el camino sin vuelta atrás hacia una conciencia colectiva in crescendo donde no hubiese falacias ni una corrupción natural como respiradero sobre-cogedor, y no la hija y heredera predecible, de la losa de Cuelgamuros, que indica donde está aun el motor y el verdadero "padre" de la constitución.
De semejante materia prima no se puede esperar que emerja un tejido cívico, ético ni decente, con que construir un estado de derechos y deberes justos, de igualdad verdadera en esos derechos y deberes, y de libertad auténtica, basada en la empatía social y en la solidaridad humana, -sin chantajes que lleven la religión y las ideologías a confundirse entre sí, a poseer y dominar el poder político, económico y gestor-, y cuyo sentido real y evolucionado es el bien común. Que hasta ahora está siendo la eterna víctima propiciatoria,  la Cenicienta, a la que solo le queda elegir entre el baile forzoso con el príncipe o quedarse en el peor aposento con los ratones y la calabaza de por vida, sin imaginarse que en realidad el Príncipe y la Madrastra son el mismo personaje que cambia de máscara según le conviene. 
Y todo esto es historia no escrita de la constitución de 1978.
Es natural que quienes hemos conocido y soportado todo su largo viaje transitorio hasta aquí, no tengamos, desde hace mucho tiempo,  nada que celebrar en esta fecha. Más bien lamentar que en cuatro décadas, Cenicienta siga cada año yendo al mismo baile con el traje hecho un dolor, aunque ya haya perdido los dos zapatos, la orquesta cansada de tocar esté en huelga indefinida, y sea una máquina tragaperras de bareto la que toque el reguetón para bailar en plan robots cada vez con más desgana y más des-pa-ci-to, mientras el Ibex35 y los reyes al pasar, le ponen calderilla para que el baile continúe como si no hubiese un mañana ni un ahora. Sólo un pasado de cada vez  más triste, plomiza  y penosa memoria celebrativa.
Ains!

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