Yo fui esclava de la Iglesia
Desde este blog vamos a dar caña contra la impunidad del franquismo que increíblemente sigue perpetuándose 40 años después de la muerte en la cama (y en el poder) del dictador genocida. La misma motivación por la que un grupo de represaliadas y represaliados supervivientes de aquellos años creamos en su día La Comuna, asociación desde la que ofrecemos el testimonio directo de las luchas y la represión que caracterizaron el tardofranquismo, y que está abierta a cualquiera que se identifique con los principios de verdad, justicia y reparación. Porque una democracia plena es incompatible con esta herencia de impunidad e injusticia. Web: La Comuna
Por Paz Romero, miembro de La Comuna y del grupo de mujeres de La Comuna.
Con
esa frase comienza su intervención Josefina Lamberto en el
acto-homenaje a los presos políticos trabajadores-esclavos que
construyeron la carretera del Roncal, celebrado el 16 de junio de este
2018 en el Alto de Igal del Pirineo navarro.
Josefina es hermana de Maravillas e hija de Vicente Lamberto, ambos asesinados en Lagarra, Navarra, el 15 de agosto ed 1936.
A Vicente le fueron a buscar de madrugada. Maravillas, con sólo 14 años, gritó “Quiero ver lo que le van a hacer a mi padre”. “Pues, ven”, le
dijeron los guardias civiles, que acudieron acompañados de un
falangista y un requeté, además de los fascistas del pueblo. Los
llevaron a la casa consistorial, en cuyos sótanos se encontraba la
cárcel.
Vicente
fue internado en un calabozo. A Maravillas, la violaron en repetidas
ocasiones los grandes defensores de la moral cristiana, siendo el
primero en hacerlo el secretario municipal.
Al
día siguiente, acompañada de su padre, la llevaron al monte, donde la
volvieron a violar. Esta vez, delante de Vicente. Después, asesinaron a
ambos.
El
cuerpo de Vicente es uno entre las más de 150.000 personas
desaparecidas como resultado de ejecuciones extrajudiciales (es decir,
asesinatos oficiales) realizados durante la guerra y posguerra por los
franquistas. El de Maravillas apareció unos días más tarde, descompuesto
y devorado, en gran parte, por los perros. Cuando es encontrada por
varias personas del pueblo, y ante el estado del cuerpo, deciden
incinerarlo, rociándolo con gasolina.
Paulina, mujer de Vicente y madre de Maravillas, se quedó sola al cuidado de sus otras dos hijas: Pilar y Josefina.
Después de la intervención de Josefina en el acto-homenaje, concertamos con ella una entrevista. Éste es su estremecedor relato:
“Teníamos
de todo para vivir sin problemas, tierras para trabajar, acabábamos de
comprar una yegua… Nos lo quitaron todo, el churrero, la panadera….” “A
nosotras no nos importaba trabajar, pero que nos hicieran pasar esta
vida tan criminal…”
La
madre entró a servir en una casa para poder comer, pero no querían
niños, y dejó a sus hijas con una familia que tenía una niña con
síndrome de Down. Pilar, con 10 años, la cuidaba, limpiaba, cocinaba, …
a cambio de techo y comida para ella y Josefina.
“Iba
a la escuela, pero mi hermana no, estaba esclava de la cría, ¡con diez
añicos! Estaba esclava y allí estuvimos un año. Con mi madre solo nos
veíamos los domingos y nos lavaba la ropa y las cabecicas” afirma Josefina. “El hijo de esta familia (después nos enteramos) fue uno de los que mató y violó a mi hermana, pero nosotras no nos habíamos enterado”.
Paulina
no pudo soportar la humillación de su vida en Larraga ni la separación
de sus hijas, por lo que dejó atrás lo poco que les quedaba y se
trasladaron a Iruña (Pamplona).Una vez allí “tuvo
que ir a pedir limosna. Así estuvimos un tiempo hasta que encontró un
trabajo. Se levantaba a las 4 de la mañana para ir a trabajar y pudo
pagar el alquiler de una habitación con una cama para las tres. Nosotras
íbamos al auxilio social a comer y cenar, mi hermana y yo. También al
Portal de Francia que estaba lleno de soldadicos. Es fronterizo y la
gente entraba a pedirles las migajas de pan que tiraban“.
También
cuenta cómo la madre enfermó y, al no poder pagar el alquiler, las
echaron de la habitación donde vivían, viéndose obligadas a pedir
limosna y dormir en la escalera.
“A
los 12 añicos me pusieron a servir. Yo no quería, quería ir a la
escuela, pero las tres a servir. Mi madre no podía, estaba malita y
cuatro perras le daban. A mi hermana y a mí no nos pagaban, solo comer.
Lavaba a mano, fregaba, todo”.
“Con
21 años, ya mozica, tenía una amiga que se me fue al convento y yo la
seguí. Fue por salir de servir y cambiar de vida, no por vocación
religiosa. Mi madre no me habló nunca más porque decía que no habían
hecho nada (haciendo referencia a la iglesia) para evitar el asesinato de mi padre y mi hermana”.
Pero
la pesadilla de Josefina no terminó en el convento, allí comenzó un
nuevo infierno. En el convento estaban separadas las monjas con dote de
las que no lo tenían, y las pobres eran esclavas de las primeras:
“Yo
no llevé dinero, ni tenía un tío cura u obispo ni porras. Me
explotaron. Madres y hermanas. Explotación, pero explotación. Te daban
un trabajo, hacías y te daban otro. Hacías aquel otro y te daban otro.
No miraban si podías o no, tenías que hacer y nada más. No podías decir
nada porque habías hecho los tres votos y había que obedecer. Estuve
durante 14 años, pero lo pasé peor que mal”.
Después, la mandaron a la India: “quería trabajar con los niños para que no sufrieran lo que yo he pasado. Quería ayudarles”.
Pero no pudo ser porque su misión era seguir trabajando como esclava para las monjas allí destinadas. “Yo, de tanto explotarme como me explotaron, me puse enferma y estuve en cama 13 meses”.
Y
continúa Josefina contando cómo su hermana tuvo 5 hijos y una se
escapó, siendo por ello internada en un centro del Patronato de
Protección de la Mujer regido por las Adoratrices, de donde “salió mucho peor”.
Quiso separarse y perdió la custodia de sus 5 hijos.
La madre continuó sirviendo hasta su muerte.
Josefina dejó el convento y en la actualidad vive en una Residencia en Pamplona.
Para terminar, una frase de Josefina Lamberto: “mi madre nunca nos dijo nada. Se ha callado porque sufrió lo indecible”.
Tres
mujeres, tres historias, una pequeña muestra de lo que padecieron
millones de mujeres durante la guerra, en la posguerra y a lo largo de
los 40 años de dictadura. La terrible realidad que acompañó a las
mujeres tras el golpe de Estado no termina con los fusilamientos,
encarcelamientos, torturas y vejaciones contra aquellas comprometidas
con la República y la lucha contra la dictadura.
Tampoco
finaliza en las mujeres, más numerosas que las anteriores, sin bagaje
político, que fueron estigmatizadas y en muchos casos condenadas, por
ser esposas, hermanas, hijas o madres … con el objetivo de vejar y
humillar al hombre que había detrás de ellas, o simplemente por ser
pobres, además de para aniquilar el modelo de mujer republicana. Esa
realidad continúa a lo largo de toda la dictadura y aún a día de hoy
somos juzgadas por romper con algunos de los comportamientos de la
“mujer ideal” del franquismo.
Nada
más implantarse el régimen franquista, fue suprimida inmediatamente
toda la legislación de la República que concedía derechos a las mujeres.
Para llevar a cabo esta tarea de sometimiento, se creó la Sección
Femenina de la Falange, instrumento de control y difusión ideológica del
Régimen, encabezada por Pilar Primo de Rivera y encargada, junto a la
iglesia católica, de educar a las mujeres en su “verdadero” papel de
madres y esposas, “ángeles del hogar”.
Falangismo
y catolicismo coinciden en la exaltación del patriarcado y la
glorificación de la maternidad. También se creó el Patronato de
Protección de la Mujer, presidido por Carmen Polo de Franco, con el
objetivo de “velar” por todas aquellas mujeres que consideraban como
“caídas”, es decir, las que no cumplieran con el papel asignado a las
mujeres, y que pudieran ser “recuperables”. Fue en uno de estos centros
donde ingresaron a la sobrina de Josefina.
A
través de la vida de Josefina podemos entender ese otro trabajo
esclavo: la explotación de las mujeres en las instituciones represivas
franquistas que, aunque de diferente forma que el trabajo esclavo
masculino, existió. Sirvan como ejemplo el servicio doméstico a cambio
de techo y comida, la discriminación no sólo de género sino también de
clase en los centros religiosos, obligando a las hermanas (monjas sin
dote) a trabajar para las madres (con dote). Este modelo se repetía con
las alumnas pobres. También hay que mencionar el trabajo de costura,
lavado, planchado etc., que obligaban a realizar a las jóvenes de los
centros del Patronato, así como el realizado en cárceles y escasamente
remunerado, entre otros.
Esta represión específica (ideológica y de género), es la que queremos denunciar.
Las
mujeres de La Comuna estamos trabajando para dar voz a estas mujeres
que no han podido hacerlo por miedo o dolor. No solo hablamos de las
víctimas de la guerra y la posguerra, también lo hacemos de todas las
que, por ser mujer, roja y/o pobre han sufrido todo tipo de
represalias: a quienes les han robado sus bebés, las niñas que sufrieron
todo tipo de humillaciones en los colegios religiosos por ser pobres,
las monjas que lo fueron no por vocación sino por hambre, las mujeres
torturadas y encarceladas en la dictadura por luchar por su libertad y
un largo etcétera. A menudo olvidadas y ninguneadas.
Su
historia es la nuestra. Es la historia de las que luchan contra la
opresión patriarcal, de las que defienden los derechos laborales y
sociales, de las que se oponen a la discriminación, de las que salen
cada 8 de marzo a las calles.
Es, en definitiva, la historia de las mujeres.
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