Porque no todos somos iguales
El error de Carmen Montón fue aceptar ese trato de favor y los errores, en política como en la vida, se pagan

No puedo estar más de
acuerdo con Carmen Montón. No somos todos iguales y precisamente, por
esa misma razón, la ministra de Sanidad ya debería haber dimitido el
mismo día que fue publicada en el diario.es la contrastada información
sobre su máster, que no ha podido rebatir y ha tenido que acabar por
reconocer en lo sustancial. Sin excusas, sin medias verdades, sin
esconderse detrás de las decisiones o los actos de otros. Ha tardado
demasiado en entenderlo y lo que podía haber sido un gesto ejemplar y
digno, queda ahora reducido a una medida desesperada y vergonzante,
tomada cuando ya no le quedaba más remedio y forzada por la realidad.
Cuando te dan un título si ir a clase, sin cumplir las mismas
condiciones que el resto de tus compañeros y sin circular por los mismos
canales reglamentarios y burocráticos que transitan con esfuerzo los
demás alumnos, recibes un trato de favor y no resulta ni admisible, ni
justificable, ni convalidable. Lo sabe cualquier estudiante
universitario español y lo sabía de sobra la diputada Carmen Montón. Su
error fue aceptar ese trato de favor y los errores, en política como en
la vida, se pagan. No es justo ni injusto, no es merecido o inmerecido;
es así, como el fútbol. Que sea tan buena ministra como dice Pedro
Sánchez tampoco servía como defensa. Seguro que hay muchas ministras
excepcionales que ahora podrán demostrarlo y sin reproches en su
currículo.
Las excusas de que solo hizo aquello que le decían en el
Instituto de Derecho Público y en la propia Universidad Rey Juan
Carlos, o que Carmen Montón no debía ser responsable de los actos
cometidos por otros en el seno de la universidad, sólo sirven para
prevenir las hipotéticas consecuencias jurídicas. Pero ni atenúan ni
redimen la responsabilidad política y ética de saber que el trato era de
privilegio y se le suministraba por razón de su cargo y relevancia
política.
Parece claro que su caso no llega a los
extremos de desahogo demostrados por Cristina Cifuentes, o a la parodia
de la cultura del esfuerzo que encarna Pablo Casado y sus doctorados a
tanto la hora. Pero había cruzado la línea de lo admisible. Que la haya
traspasado menos que los demás no la eximía de tener que pagar su
responsabilidad, ni le daba legitimidad para atrincherarse en el
ministerio.
Mientras no tracemos los limites de la
responsabilidad política y ética con esa nitidez, sin distintas
mediciones según sean de los nuestros o de los otros, seguiremos
condenados a envidar que, por ejemplo, en Alemania, un ministro de
Defensa, Karl-Theodore Zu Guttenberg, o una Ministra de Educación,
Annette Schavan, debieran dimitir por haber copiado sus tesis doctorales
décadas antes. Aunque ya sabemos la razón por la que no sucede lo mismo
aquí y por la cual tantas veces nos hemos preguntado inquietos; porque,
efectivamente, cuando tienen la ocasión demostrar que no son todos
iguales, su primera reacción siempre consiste en acreditar exactamente
lo contrario.
La dimisión de Carmen Montón, aunque
sea tarde, mal y a rastras, ayuda a trazar con claridad la línea ética y
política. El siguiente ya sabe lo que tiene que hacer y sin perder más
tiempo. Sólo estará retrasando lo inevitable. Se llame Pablo Casado o
Pepito Pérez.
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