Los principios no tienen precio
Elisa Beni-eldiario.es
“Los valores no son simplemente palabras, son por lo que vivimos”
John Kerry
Resulta irritante oír la necia queja de la ineficacia del Gobierno a la
hora de afrontar varios de los problemas sociales que ha sembrado como
minas el paso del Partido Popular por el poder procedente de los mismos
que causaron el mal. Tampoco es fácil de digerir que se critique a los
recién llegados por no haber sido capaces de arreglar en estos meses la
totalidad de las demandas y necesidades de todos los colectivos que han
sufrido las medidas austericidas anteriores. No es justo porque no sólo
es evidente que no cuentan con los recursos presupuestarios para ello
sino que es obvio que se les quiere privar a toda costa de ellos.
Hasta ahí, todo lo comprendo. Hay sin embargo una cuestión que me
desazona, y como a mí a muchos ciudadanos progresistas, y que tiene que
ver con la abjuración de los principios y con la marcha atrás del
propósito de enmienda de muchas barbaridades que fueron aprobadas con el
rodillo de los populares y que constituyen, sobre cualquier cosa, una
vulneración de principios inaceptable para cualquier persona con
sensibilidad de izquierdas. No se trata de proyectos que requieran de
una ni gran ni pequeña inversión en nada. Su coste es cero pero su
beneficio inmenso. ¿Por qué pues el PSOE está renunciando, uno tras
otro, a establecer de nuevo los mínimos de libertad y respeto a los
derechos humanos que ha predicado desde la oposición? Los principios no
tienen precio, pero en este caso tampoco coste. Ni un euro. Sólo se
trata de voluntad política. ¿Cómo y cuándo la ha perdido el gobierno
socialista?
La última novedad en esta materia es la
decisión de no derogar la prisión permanente revisable hasta que el
Tribunal Constitucional no se pronuncie respecto al recurso de
inconstitucionalidad que presentó el propio partido socialista. Esto
equivale a que creyendo la norma contraria a la Constitución y teniendo
la posibilidad de derogarla, como habían prometido en su programa
electoral y hasta en su fallido pacto fantasma con Ciudadanos, han
decidido dilatar el tiempo en el que una ley que vulnera la doctrina
europea sobre castigos inhumanos y degradantes siga vigente en nuestro
país. Y digo todo lo anterior porque es un hecho que los socialistas lo
piensan tanto como yo. Lo piensan también miembros de ese gobierno y yo
lo he oído de sus labios. ¿Por qué pretender que sean los magistrados
del Tribunal Constitucional los que decidan una cuestión claramente
integrada en el ideario de su partido y de los que le ayudan a gobernar?
Recuérdese que es el PNV el que tiene bloqueada una proposición al
respecto en trámite de enmiendas gracias, también, a los votos del PSOE.
¿Qué quieren decir con ello? ¿Resultará que si el TC, mayoritariamente
poblado de conservadores, consigue salvar en alguna finta de las que
todos conocemos el texto, los socialistas lo aceptarán? Porque no se
trata sólo de si es constitucional o no -que no lo es- sino de que no es
aceptable dentro de un proyecto político que pone su énfasis en el
respeto de los derechos humanos y en la humanización de las penas y de
su cumplimiento, amén de la reinserción. La prisión permanente revisable
no es compatible con un proyecto progresista y he oído centenares de
veces a juristas, políticos, periodistas, abogados y funcionarios de
este signo desgranar una por una las razones por las que no es
aceptable, ni útil, ni necesario contar con una pena así. ¿Qué pretende
pues el PSOE, obviar una patata caliente por si esto le resta algún voto
de centro o centro izquierda que pudiera ser suyo? Eso no sólo sería un
síntoma de electoralismo sino incluso de populismo. ¿De quién ha sido
la idea?
Lo mismo sucedió el mes pasado cuando la
Gran Sala del Tribunal Europeo de Derechos Humanos tuvo la vista sobre
los recursos presentados a la condena por devoluciones en caliente. Fue
el gobierno del PP el que decidió recurrir pero muchos esperaban que el
nuevo gobierno socialista no defendiera esas mismas posiciones en
Estrasburgo. Pues bien, eso fue exactamente lo que pasó. Todos sabemos
que el ministro del Interior que ha elegido Pedro Sánchez no es un
hombre de fuertes convicciones progresistas y que, de facto, la mayoría
de las condenas de ese mismo tribunal a España por no haber investigado
torturas se han producido en casos que él ha llevado como instructor,
pero aun así: ¿tanta es su influencia como para cambiar principios
asentados de todo un partido centenario? No quiero pensar que nos estén
diciendo que cuando uno gobierna sólo puede gobernar de una manera y que
hay que plegarse a la razón de Estado que es una y no comulga con lo
que muchos de sus votantes creen firmemente.
Luego
están las palabras que se disuelven como azucarillos. Las declaraciones
iniciales de que una derogación de la Ley Mordaza sería uno de los
primeros gestos de gobierno se han diluido en unos meses hasta
convertirse en una instrucción a la policía para que no aplique sus
preceptos de la forma represiva e inaceptable que hemos visto durante la
época conservadora. No es eso. No se trata de mantener un marco legal
que, como parecen decirnos, puede servir para reprimir de forma policial
a los ciudadanos sobre todo a los de izquierda, no lo vamos a obviar, o
para reprimirlos menos si gobiernan los socialistas. Las libertades y
los derechos de los ciudadanos de este país no pueden estar a expensas
de que el ministro de turno decida una cosa o la contraria. No es
aceptable para un votante sensibilizado con la pérdida de derechos que
se ha producido en los últimos años y mucho menos para aquellos que la
han sufrido en sus carnes. Dejo sobre la mesa la reforma de los
artículos del Código Penal y de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que
permitieron al PP meternos en una tormenta perfecta de pérdida de
libertad.
Me gustaría saber a qué se debe todo esto.
Tienen los votos y no están coartados por el dinero. No quisiera pensar
que haya gurús de lo electoral que tengan tanto poder que sean capaces
de pasar por encima de promesas y principios para intentar pescar unos
votos que creen que se podrían aventar. Si así fuera me gustaría que
repararan en la masa de votantes que sí tiene unos principios asentados y
firmes y que tampoco está dispuesta a dejarse marear. No quiero pensar
tampoco que el desplazamiento en el eje ideológico que está provocando
la ultraderecha, llevándose a Casado y a Rivera cada vez más hacia ese
lado, esté produciendo una especie de efecto vacío que haga a los
socialistas pensar en ganar ese hueco a consta de lo irrenunciable.
La diferencia también reside en esto o, a lo mejor, sobre todo reside
en esto. Los principios son la base. Los principios diferencia. Los
principios sostienen. Aunque, claro, yo de marketing electoral nunca he
sabido nada.
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