Lo mejor que se puede decir de esta legislatura es
que se ha acabado. Ya nos sobraba todo. La política española había
entrado en esa fase negacionista tan propia de esos grupos sociales
donde todos se conocen demasiado porque acumulan un exceso de
convivencia y donde siempre se repite la misma conversación.
- ¿Habéis hablado con menganito? – pregunta alguien.
- No -contesta alguien-. Pero a la primera ocasión que
tenga hablo con él. Me cae muy bien. Es una gran persona y nos
entendemos de maravilla. Yo soy amigo suyo desde siempre pero….
Y ya sabes que a continuación de ese "pero", inevitablemente, viene la
relación de traiciones y crímenes contra la humanidad que se le imputan a
menganito y que, además de horrendos, resultan imperdonables. Si el
cinismo tiene un limite, la política española lo desconoce.
Las ruedas de prensa de todos los candidatos ya parecen terapias de
grupo. El líder comparece jaleado por su prensa afín para recordarnos
hasta la extenuación que él es el mejor, tiene toda la razón, jamás se
equivoca y toda la culpa recae en los otros. Si la humildad es una
virtud, en la política española hace tiempo que no se pone a prueba.
Ahí vamos otra vez. Desde ayer ya no es necesario ni guardar las
formas. La prueba de que ya estamos en campaña la aporta tener que
soportar ese lamento predemocrático sobre lo caras que salen las
elecciones y lo inútiles que resultan las campañas.
Se ha malgastado una oportunidad para recuperar la normalidad del pacto y
el acuerdo entre opuestos en nuestra cultura política, pero bienvenida
sea igualmente. Si no fue a la primera, será a la segunda. A ver si, al
menos, esta vez los candidatos hacen un poco menos el memo en televisión
y dedican algunos minutos más a tratarnos como votantes inteligentes,
capaces de entender problemas difíciles y políticas complejas.
Han cambiado muchas cosas y aún cambiarán más hasta el día de la
votación. Pero cuando pase la noche electoral y baje la adrenalina, el
27 de junio, habrá algo que continuará exactamente igual que estaba.
Para sacar adelante las profundas reformas políticas, económicas, e
institucionales que precisa un país urgentemente necesitado de
regeneración y con una ciudadanía políticamente plural el camino seguirá
siendo el mismo: o la izquierda negocia el acuerdo de una parte
sustantiva de la derecha, o la derecha negocia el acuerdo de una parte
sustantiva de la izquierda. Y eso no es culpa de nadie, ni siquiera
debería suponer un problema.
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