
Pablo Iglesias en el acto de Podemos sobre el debate del estado de la nación / Marta Jara
Pablo Iglesias quiso protagonizar el relato de la
formación del nuevo gobierno y ganar la negociación con los socialistas.
Jugó a todo o nada y la jugada no ha salido. Discutir ahora si tenía o
no razón carece de utilidad. Suele pasar cuando no se calibran bien los
riesgos, ni se entienden bien las opciones y los limites de la otra
parte. Esperar que Pedro Sánchez aceptara gobernar con Podemos
dependiendo de los nacionalistas catalanes era tanto como invitarle a
hacerse el harakiri.
El líder
socialista no le compró la sonrisa del destino y la decisión del PSOE y
Ciudadanos de negociar desde ahora conjuntamente deja claro que no se la
comprará en el futuro. Ahora Podemos debe tomar sus propias decisiones y
dispone al menos de tres opciones.
La primera pasa por mantenerse firme
en su apuesta a todo o nada y no sentarse a negociar hasta que
Ciudadanos salga de la mesa. El resultado previsible serán unas nuevas
elecciones. Tanto PSOE como Podemos se verán obligados a enredarse en un
juego de la culpa que nadie sabe a quién puede beneficiar o perjudicar
más, aunque parece seguro que ambos pagarán algún precio porque al voto
progresista le entrara la desilusión y al voto conservador las ganas de
poner orden.
Es una
apuesta de resultado incierto puesto que nadie sabe muy bien cómo se
tomará mucha gente que la obliguen a votar otra vez, como si no hubiera
valido la primera. Seguramente provocará cierta tensión en las filas de
la formación morada por efecto de las dudas que, les guste o no, provoca
el efecto de la teoría de la pinza sobre una parte de sus votantes.
Agitar el fantasma de la gran coalición contra el fantasma de la pinza
tiene una credibilidad limitada viendo la actitud de Rajoy y el PP.
Requiere además que ni IU, ni Compromis opten por buscar su propio
camino.
La segunda
alternativa consiste en mantener su negativa a entrar en un Ejecutivo
donde figure Ciudadanos pero negociar las condiciones de su abstención
para facilitar la investidura. La opción ofrece la gran ventaja de que
permitiría a la formación morada influir en el gobierno para promover
aquellas políticas que encajen en su proyecto, mientras ejerce de
oposición distanciándose de aquellas medidas que contradigan sus
postulados.
La opción de
sentarse con el PSOE y Ciudadanos para negociar la abstención de los
naranjas, que ahora no excluye el propio Iglesias, estaba disponible
antes del primer intento de investidura. Él mismo la mató con su
inopinado veto a cualquier negociación con la formación de Albert
Rivera. Ahora ya estamos en otra pantalla.
La tercera opción pasaría por cambiar la mano. Asumir que ahora se
trata de obtener un acuerdo transversal para evitar el riesgo y el coste
de unas nuevas elecciones. Volver a la mesa de negociación con una
estrategia y una oferta que lleve a socialistas y Ciudadanos a preferir
la aproximación del programa de gobierno y su incorporación a un
ejecutivo tripartito, antes de asumir el coste de una negativa que
tendría difícil explicación ante la mayoría de una sociedad que empieza a
mostrarse cansada de tanta esterilidad.
Se trata de una alternativa que tendrá sin duda un coste inmediato
entre aquella parte de sus votantes que prefiere ir a nuevas elecciones.
Pero suministra a medio plazo la recompensa de llegar al gobierno y
disponer de la oportunidad de ejecutar un programa de gobierno del cual
sería coautor y corresponsable.
El reloj corre y ya se ha acabado el tiempo de los experimentos, las
ruedas de prensa incendiarias, los vetos absolutos y las frases
grandilocuentes. Estamos en ese tiempo cuando la política o es el arte
de lo posible, o se vuelve melancolía.
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