sábado, 6 de abril de 2019

A esto que denuncia Iker Armentia, lo llama Chomsky "la fabricación del consentimiento", que equivale a una "domesticación" de la prensa por parte del poder político y como telón de fondo, el económico, que en realidad es el que parte el bacalao, una situación en la que el periodismo se intenta utilizar y se utiliza en muchísimos casos, en una constante maniobra de dispersión de conciencias y de manipulación mediática, en la que la ciudadanía se confunde, se bloquea o radicaliza a favor de intereses espurios y letales para el bien común en favor del negocio y el propio sistem in falliure como única salida de los conflictos que genera el propio sistema. Una verdadera aporía: creemos e inflemos los problemas, que luego vendrán los mismos de siempre con las mismas soluciones, eso sí, subvencionados por quienes desde siempre las pagan: los que más trabajan en las peores condiciones y los que menos cobran por deslomarse. "La fabricación del consentimiento" se reduce a vivir del cuento, o sea, de 'contar' la realidad a gusto de los gerifaltes que mejor remuneran el servicio a domicilio del miedo, de la inseguridad y del cabreo. Propuestas e ideas para cambiar las cosas, cero. Y a quienes lo intentan desde la base,denunciando situaciones concretas y bien claras, leña y calificativos como "ilusos", "exajerados", "desestabilizadores" y hasta "terroristas del caos"; no hay mejor modo de desinformar y conseguir una sociedad autoinmune y adicta al sobresalto desde el sofá, con encefalograma plano y conciencia missing, que el barullo y la acumulación de noticias en plan "susto o muerte" que hoy son un tsunami y mañana serán olvido. Desde el sobresalto constante es imposible reflexionar. Y lo saben, tanto los faraones como los escribas sentados del cotarro. Y ahora una última pregunta para David Jiménez desde la base mindundi, estúpida y tonta de remate, que solo quiere el desorden y la anarquía de un cambio utópico en el cultivo de raíces, de tronco de ramas y hojas del árbol social: ¿por qué no escribiste ese libro ni dijiste nada en tu periódico cuando eras su director y veías en directo cómo está el patio? ¿qué ha pasado en tu vida para que cuentes ahora lo que viviste y callaste entonces? ¿has visto la peli 'El Reino'? Pues eso mismo.


Perro no come perro: la ley del silencio del periodismo

El periodismo, cuya vocación es ejercer el control sobre el poder, ha olvidado ejercer ese control sobre sí mismo. Probablemente, porque en España -y esto no ocurre así en otros países- los medios han estado enfangados en el mismo lodazal en el que se pringaban políticos y empresarios


El exdirector de El Mundo, David Jiménez, durante la entrevista con eldiario.es El exdirector de El Mundo, David Jiménez, durante la entrevista con eldiario.es CRISTINA POZO

La mejor manera de conocer lo que de verdad se cuece en el periodismo es coincidir con un sobrino periodista en la cena de Nochebuena. O tener un amigo de la infancia que es un plumilla en un periódico. O una simple coincidencia una noche de borrachera. Porque los periodistas no suelen escribir sobre periodistas. O mejor, dicho, los medios no suelen hablar de los medios. Perro no come perro, se suele decir en el mundillo.
Y David Jiménez ha roto ese tabú con la publicación de El Director. Secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo. "Los periodistas legítimamente hacemos nuestro trabajo, hablamos de los políticos, de los empresarios, criticamos a futbolistas, a los restaurantes si no nos gustan y, en cambio, jamás hablamos de nosotros mismos. Hay una ley de silencio que ha perjudicado mucho", explicaba este viernes David Jiménez en una entrevista en eldiario.es.
Aunque hay excepciones, esa es la norma. Y las pocas veces que los medios hablan sobre sí mismos es para blanquear sus datos de audiencia o pelotear a los consejeros delegados de sus empresas. Sobre los tejemanejes del sistema de poder que opera entre el periodismo y el establishment político y económico, los medios en España han preferido casi siempre guardarlos en un cajón. Y sólo lo han abierto cuando, de vez en cuando, podía serles útil para sus batallas político-empresariales.
El periodismo, cuya vocación es ejercer el control sobre el poder, ha olvidado ejercer ese control sobre sí mismo. Probablemente, porque en España -y esto no ocurre así en otros países- los medios han estado enfangados en el mismo lodazal en el que se pringaban políticos y empresarios. Lo que ocurre en los reservados del poder queda en los reservados del poder.
Este manto generalizado de silencio ha tenido consecuencias muy graves. Como el propio David Jiménez explica en su libro, los periodistas sin escrúpulos, los menos rigurosos y más desvergonzados han hecho carrera en el oficio. Y en los últimos años, la era dorada del "periodismo de filtración y tertulias" los ha convertido en diamantes de audiencia. Mienten y publican informaciones sin contrastar pero siguen siendo aplaudidos por millones de españoles que prefieren escuchar a los que les dan la razón antes que a quienes les cuentan la verdad. 
La ley del silencio -y la impunidad que conlleva el silencio- ha ayudado además a que los medios hayan roto sin tapujos las barreras que separaban la publicidad del periodismo. En cierta ocasión, un directivo de su medio pidió a Jiménez que retirara una noticia negativa sobre Mercadona. El entonces director de El Mundo preguntó por qué importaba tanto una noticia de una empresa que no ponía dinero en publicidad. "Porque lo pone", le respondieron. "A Mercadona no le hacía falta la publicidad al uso. La empresa pagaba a la prensa -incluidos pujantes digitales nativos que se declaraban pulcros- importantes sumas de dinero en 'patrocinios' con los que lograba coberturas amables y protección ante las molestias del periodismo", escribe Jiménez.
Esta es una práctica generalizada en los medios. Las grandes empresas inflan a publicidad a los medios para conseguir su pleitesía. David Jiménez lo llama Los Acuerdos. En El Oasis Vasco podríamos llamarlos Hitzarmenak, visto el tratamiento por lo general benigno que reciben las grandes corporaciones del país. "Lo hacéis todos", le dijo un alto cargo del Gobierno vasco a un periodista sobre aquel no-escándalo de las informaciones que, en realidad, eran publicidad pagada por las instituciones públicas y camufladas de periodismo. 
Este silencio ha facilitado además que surja el periodismo de trabuco que Jiménez menciona en su libro: medios que amenazan a empresas con machacarlas -da igual que las informaciones sean verdad o mentira- si no aflojan la cartera de la publicidad.
Este silencio periodístico ha permitido que los políticos y otros caciques se sientan con la libertad de pedir las cabezas de periodistas. Que literalmente descuelguen el teléfono y reclamen que tal o cual redactor sea despedido o esquinado. Y si lo piden es porque en alguna ocasión los Reyes Magos les han traído lo que han pedido. Y sí, en mi pueblo también pasan estas cosas, no sólo en las atractivas conspiraciones de Madrid. 
Este mutismo macerado durante años ha obrado además la magia para todo jefe que no quiere problemas con el poder: que la censura sea sustituida por la autocensura. Que el miedo a represalias, el desgaste por las broncas con los jefes y la desazón por nadar contra la marea, haya permitido que esos jefes ya no tengan que recurrir tanto al siempre incómodo "esto no se publica". La autocensura les ha hecho el trabajo.
Si escuchan el discurso oficial sobre el periodismo en España les convencerán de que los medios son absolutamente independientes. De que nada de esto ocurre. Son exageraciones de periodistas rebotados. La luz de la libertad de expresión guía nuestros pasos. Por supuesto, nadie es tan ingenuo como para pensar que el periodismo puede sustraerse por completo a las presiones del poder. El problema en España es que los medios han sido tradicionalmente parte de ese poder. Y han tragado mucho. Y callado demasiado.

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