Perro no come perro: la ley del silencio del periodismo
El periodismo, cuya
vocación es ejercer el control sobre el poder, ha olvidado ejercer ese
control sobre sí mismo. Probablemente, porque en España -y esto no
ocurre así en otros países- los medios han estado enfangados en el mismo
lodazal en el que se pringaban políticos y empresarios

La mejor manera de
conocer lo que de verdad se cuece en el periodismo es coincidir con un
sobrino periodista en la cena de Nochebuena. O tener un amigo de la
infancia que es un plumilla en un periódico. O una simple coincidencia
una noche de borrachera. Porque los periodistas no suelen escribir sobre
periodistas. O mejor, dicho, los medios no suelen hablar de los medios.
Perro no come perro, se suele decir en el mundillo.
Y David Jiménez ha roto ese tabú con la publicación de El Director. Secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo.
"Los periodistas legítimamente hacemos nuestro trabajo, hablamos de los
políticos, de los empresarios, criticamos a futbolistas, a los
restaurantes si no nos gustan y, en cambio, jamás hablamos de nosotros
mismos. Hay una ley de silencio que ha perjudicado mucho", explicaba este viernes David Jiménez en una entrevista en eldiario.es.
Aunque hay excepciones, esa es la norma. Y las pocas
veces que los medios hablan sobre sí mismos es para blanquear sus datos
de audiencia o pelotear a los consejeros delegados de sus empresas.
Sobre los tejemanejes del sistema de poder que opera entre el periodismo
y el establishment político y económico, los
medios en España han preferido casi siempre guardarlos en un cajón. Y
sólo lo han abierto cuando, de vez en cuando, podía serles útil para sus
batallas político-empresariales.
El periodismo, cuya
vocación es ejercer el control sobre el poder, ha olvidado ejercer ese
control sobre sí mismo. Probablemente, porque en España -y esto no
ocurre así en otros países- los medios han estado enfangados en el mismo
lodazal en el que se pringaban políticos y empresarios. Lo que ocurre
en los reservados del poder queda en los reservados del poder.
Este
manto generalizado de silencio ha tenido consecuencias muy graves. Como
el propio David Jiménez explica en su libro, los periodistas sin
escrúpulos, los menos rigurosos y más desvergonzados han hecho carrera
en el oficio. Y en los últimos años, la era dorada del "periodismo de
filtración y tertulias" los ha convertido en diamantes de audiencia.
Mienten y publican informaciones sin contrastar pero siguen siendo
aplaudidos por millones de españoles que prefieren escuchar a los que
les dan la razón antes que a quienes les cuentan la verdad.
La
ley del silencio -y la impunidad que conlleva el silencio- ha ayudado
además a que los medios hayan roto sin tapujos las barreras que
separaban la publicidad del periodismo. En cierta ocasión, un directivo
de su medio pidió a Jiménez que retirara una noticia negativa sobre
Mercadona. El entonces director de El Mundo
preguntó por qué importaba tanto una noticia de una empresa que no ponía
dinero en publicidad. "Porque lo pone", le respondieron. "A Mercadona
no le hacía falta la publicidad al uso. La empresa pagaba a la prensa
-incluidos pujantes digitales nativos que se declaraban pulcros-
importantes sumas de dinero en 'patrocinios' con los que lograba
coberturas amables y protección ante las molestias del periodismo",
escribe Jiménez.
Esta es una práctica generalizada en
los medios. Las grandes empresas inflan a publicidad a los medios para
conseguir su pleitesía. David Jiménez lo llama Los Acuerdos. En El Oasis
Vasco podríamos llamarlos Hitzarmenak, visto el tratamiento por lo
general benigno que reciben las grandes corporaciones del país. "Lo
hacéis todos", le dijo un alto cargo del Gobierno vasco a un periodista
sobre aquel no-escándalo de las informaciones que, en realidad, eran
publicidad pagada por las instituciones públicas y camufladas de
periodismo.
Este silencio ha facilitado además que
surja el periodismo de trabuco que Jiménez menciona en su libro: medios
que amenazan a empresas con machacarlas -da igual que las informaciones
sean verdad o mentira- si no aflojan la cartera de la publicidad.
Este
silencio periodístico ha permitido que los políticos y otros caciques
se sientan con la libertad de pedir las cabezas de periodistas. Que
literalmente descuelguen el teléfono y reclamen que tal o cual redactor
sea despedido o esquinado. Y si lo piden es porque en alguna ocasión los
Reyes Magos les han traído lo que han pedido. Y sí, en mi pueblo
también pasan estas cosas, no sólo en las atractivas conspiraciones de
Madrid.
Este mutismo macerado durante años ha obrado
además la magia para todo jefe que no quiere problemas con el poder: que
la censura sea sustituida por la autocensura. Que el miedo a
represalias, el desgaste por las broncas con los jefes y la desazón por
nadar contra la marea, haya permitido que esos jefes ya no tengan que
recurrir tanto al siempre incómodo "esto no se publica". La autocensura
les ha hecho el trabajo.
Si escuchan el discurso
oficial sobre el periodismo en España les convencerán de que los medios
son absolutamente independientes. De que nada de esto ocurre. Son
exageraciones de periodistas rebotados. La luz de la libertad de
expresión guía nuestros pasos. Por supuesto, nadie es tan ingenuo como
para pensar que el periodismo puede sustraerse por completo a las
presiones del poder. El problema en España es que los medios han sido
tradicionalmente parte de ese poder. Y han tragado mucho. Y callado
demasiado.
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