lunes, 2 de agosto de 2021

Él - El Consorcio

  


Juan  Carlos Calderón sabía lo que escribía cuando hizo esta canción. A esa experiencia comentada, como referente heredado y teórico,  le llaman desde siempre y por pura costumbre ritual y casi supersticiosa, "Él", "dios", "señor"...Pero todos los nombres se quedan en nada, y muy canijos,  ante esa realidad sencilla, directa, sin prólogo ni presentación, mucho más libre que cualquier viento, sorprendente,  pura energía y luz inapagable, que sobrepasa cualquier idea, ilusión, imaginación, invento o rutinas milenarias sobeteadas, repartidas  por diversos atajos que no llevan a ningún lado, solo a más de lo mismo: a estar más perdidos que el alambre del pan de molde y más solos que la una en medio de los mogollones por muy amigables y cómplices que sean, por mucho que te quieran, hasta que un buen día, cuando la propia vida ya te ha vaciado de todo relato, no te queda ni un solo asidero a mano ni un trocico de suelo donde colocar los pies,  y cuando menos te lo esperas, porque ya no te crees ninguna milonga por muy santa que se presente, los dioses te importan un rábano y "sus misteriosos caminos", un pimiento, porque ya has tirado todas las toallas habidas y por haber, te  has hecho limpieza general sin saberlo, ¡zas! algo de repente sale de ti  y es mucho más intenso y completo que tú, extrañamente, sin dejar de ser tú, pero sin límites,  te abre por dentro y por fuera, te conecta infinitamente para siempre, tomayá, y todo se entiende en un plisplás, se atraviesa y te atraviesa. Y, lo más alucinante e irremediable, es que afortunadamente: no tiene vuelta atrás. Nunca serás quien ni como eras antes del maravilloso y sorprendente schock. 

Lo mismo que cuando naces, por mucho que llores, ya no puedes volver a ser un feto, porque en tu primer respiro y llanto, has conectado con la vida, una vez  libre del cordón umbilical, de la necesaria atadura animal que te impedía la independencia respiratoria, la entrada directa del oxígeno mediante el que el espíritu se mueve en medio de la materia, y que durante la gestación solo te llega en la sangre de tu madre. Desde ese momento inicial de un nuevo ciclo sin marcha atrás, ya no eres ni volverás a ser el/la misma/mo. 

Creo que en el budismo zen, lo llaman satori. Y es genial que no tengamos ni idea de lo que pueda ser algo así antes de que nos suceda y que una vez sucedido descubras que ese estado es parte de la evolución humana, que lleva sucediendo en la humanidad en las dosis adecuadas a cada momento evolutivo, desde que se estrenó la conciencia, y alma, espíritu y materia se manifestaron al mismo tiempo y en el mismo nivel humano, uniendo y elevando a la misma potencia "matemática" -descubierta por Pitágoras- que en nuestros días han dado en llamar "cuántica", y que abarca todo el conjunto anatómico, fisiológico, metabólico, instintivo, emocional, psíquico y mental...como síntesis esencial de la Vida sin límites, pero cambiante, y tan fluida /Heráclito) como espiritualmente estable e inalterable (Parménides), en el maravilloso oximoron de lo infinito, en lo caducamente eterno y viceversa, empapado de una inteligencia y una luz sin solución de continuidad y antiaburrimiento garantizado.

 

Esta canción va en esa onda. Aunque está proyectada desde la experiencia más atenuada por la esperanza que puesta patas arriba por la imprevisible ostia divina y a la vez tan excelsamente humana que supone esa explosión interna e intemporal en medio del tiempo, del espacio y del descoloque reorganizativo en un click! 

Observando estos momentos de finales y principios, de amén y aleluya, he recordado esta canción, al escuchar un disco de El Consorcio. Y he sentido la invitación profunda a compartir algunas chispas del fogón evolutivo que van apareciendo entre nostr@s, en modo de roce suave, música sin palabras, silencios elocuentes o palabras nutritivas, recuerdos sanadores, vida y vida sin parar aunque no lo parezca, en medio del caos y el zoom de la inconsciencia insaciable y al mismo tiempo sin sentido, que supere los cinco minutos de bulla a la plancha. 

 

Que disfrutéis esta canción deliciosa. Tesoros imprevisibles que de repente nos llegan como un regalo, con el mismo remitente para tod@s: el Amor sin finiquitos simulados, que como canta Silvio Rodríguez (otro comunista irremediable, que tal baila), es el verdadero problema sin resolver, porque convierte en milagro el barro, consigue encender lo muerto y engendra la maravilla. A ver en ese plan, quien va a dejar escapar algo tan verdaderamente revolucionario y enriquecedor, con capital inagotable. Hay que estar muy locas y descerebrados para no ponerse a tiro de algo así y perder nuestro tiempo zascandileando en el parque de atracciones del matarilerilerón, chimpón. 

Hále, a disfrutar, familia, que esto mola de verdad! Os lo dice una abuela que lleva en ese plan desde hace 48 añazos, más de media vida, desde que "Él/Ella" la liberó para siempre de todos los pesos... hasta de la pre-ocupación y del aburrimiento. Nadie como "Él/Ella" para dar la vuelta a la tortilla achicharrada del esperpento cotidiano. Namasté! Amén! Inshallah! Paz y bien, Arriba los pobres el mundo, en pie los esclavos sin pan! Lo que sea más fácil y sano de asumir para cada sensibilidad y sea más inocuo, inofensivo, eficaz, ejemplar y feliz para el bien común.

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