CONTIGO PAN Y PODER (IV)
Irene Montero y Pablo Iglesias: se les gastó el discurso de tanto usarlo

Autora
Pablo e Irene son los superempollones del Congreso.
Él tiene dos carreras y un premio extraordinario por notazas. Vivió en
Cambridge gracias a una beca. Ella, otra con querencia por los
sobresalientes, rechazó Harvard (pero el de verdad, no un ratito en
Aravaca como Casado) por Podemos.
Ambos se afiliaron al comunismo en esa época de la adolescencia en la
que otros luchábamos por caminar con dignidad sobre unos tacones o por
llegar un rato más tarde a casa.
Esta izquierda de
barrio humilde madrileño estaba condenada a entenderse y a quererse. Hoy
dirigen con mano firme un partido que ha perdido fuelle y votantes en
pocos años, mientras ellos han perdido frescura y coherencia por culpa de un chalet. "Se jodió el Perú a la altura de Galapagar", escribió el periodista Juan Carlos Escudier.
Montero e Iglesias han formado una familia numerosa en una etapa en la
que muchos hoy siguen viviendo con sus padres. Pero ahora dice él que la
casta ya no son los ricos, sino los que roban. Claro que sí.
Tiene la pareja que lidera Unidas Podemos
una relación en la que apenas profesan muestras de cariño en público.
Tres hijos, casa con piscina y pocos besos. Como muchas familias de
derechas.
Iglesias Turrión
aún no tiene cuarenta años y ha vivido varias vidas en una. Politólogo,
diputado, presentador de televisión, profesor… y padre. Una profesión
que se ha encargado de minutarnos con mensajes en redes sociales
cargados de cursilería. Cuando anunció el primer embarazo de los
mellizos Leo y Manuel escribió unos versos de Goytisolo cantados por
Paco Ibáñez. "Me llena de felicidad imaginar que intentaré dormir a mis
hijos cantándoselo contigo, Irene", dijo. Su reciente hija, Aitana, tiene ese nombre "como homenaje al exilio español y a América Latina". Que alguien les ponga Clan TV y unos cantajuegos a esos niños, por favor.
"Defender la alegría como un derecho", dice la bio de Montero en la web de Podemos. "Psicóloga valiente",
la denomina el padre de sus tres hijos, que al mismo tiempo es su jefe.
Un lío y un estrés notable que la hace hablar y comportarse con enorme
contención, midiendo un discurso absolutamente teledirigido, como si
estuviera cantando en voz alta los apuntes del examen. Siempre a la defensiva.
Una
intuye que se da pocas concesiones y es una pena. Porque tiene apenas
30 años y necesitamos verla con el pelo suelto. Ser más la Irene que le
bailó y le cantó a Thais Villa en 'El intermedio' 'Yo quiero bailar toda
la noche' de Sonia y Selena, la que sabe cuándo es la temporada de la
sandía. Mucho más que la que dice que sus películas favoritas son
'Amores perros' y 'La novia', la que define la maternidad como una
experiencia "totalizante y colonizadora". Todo es
compatible, Irene. Tú y Pablo, 'Radio Clásica' y 'La que se avecina',
Lipovestsky y 'Cuore', Víctor Jara y los torreznos. Quítate el corsé de
una vez, que me estoy ahogando yo contigo.
El Iglesias de hoy ha dejado de rapear y habla bajito,
aunque mantiene el aura de hiperlíder con la que nació en política. O
conmigo sin matices o te vas. Es un lobo con piel de pastor protestante
que se ha dejado demasiados amigos y socios por el camino. Sigue con la
coleta por hidratar y la camisa por planchar. Su oratoria alterna el
populismo con cierta espesura que mantiene de los tiempos de la
docencia, cuando había que parecer no solo listo, sino pomposo. Hoy
parece un mediador de conflictos de la ONU, aunque se ha encontrado con el hueso durísimo de Pedro Sánchez, con el que mantiene un pulso pasivo-agresivo que parece que nos llevará a repetir elecciones. Es muy probable que ambos salgan perdiendo. Por torpes y por tercos.
Tampoco
Montero e Iglesias deben dejarse llevar por las alegrías de su
expediente académico. Se alimentaron del populismo y del descontento y esa merienda la tiene hoy un señor que monta a caballo.
Son los que meten en el discurso lo que de verdad importa: la
educación, la sanidad, los cuidados, el empleo y la vivienda, mucho más
importante para el votante que madruga que la ley, el orden y la unidad de España.
Pero
ese discurso está agotado. Los que salieron a las calles aquel 15-M a
proclamar la desobediencia siguen sin tener una casa con piscina y
alternan trabajos precarios. Sí se puede, dicen ambos siempre que
pueden. La casta, que tiene un coste.
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