Restricciones mentales

No es único el pecado
contra la verdad. Contra la verdad no sólo falta la mentira sino también
la falsedad, la simulación, la hipocresía, la anfibología y la
restricción mental. De todo hubo en el pleno de la Asamblea. Cifuentes,
ante la duda de si ha cursado un máster en la Universidad Rey Juan
Carlos, nos probó tener uno, pero en jesuitismo. No en vano fueron los
jesuitas los que llevaron al extremo la perversión de la doctrina de la
restricción mental.
Cuentan los que saben que San
Francisco de Asís estaba en un camino cuando pasó corriendo la fuerza
del orden buscando a un fugitivo al que perseguían sin motivo.
Preguntáronle al santo: ¿ha pasado por aquí un hombre corriendo? y
Francisco, metiéndose las manos en las amplias mangas del hábito
contestó: “por aquí no ha pasado”. Eso es un ejemplo clásico de
restricción mental. No, por sus mangas no había pasado nadie. La
presidenta de la Comunidad ayer, más contemporánea, bordó los ejemplos a
su manera: “He demostrado que todas las asignaturas fueron calificadas y
aprobadas”, dijo, pero obvió comentar si fueron estudiadas y si se
sometió a los exámenes. Quizá estaba cruzando los dedos tras el ambón.
“Lo dicho lo han desmentido los docentes y lo ha confirmado la
Universidad”, claro, pero con la restricción previa de obviar si éstos
mintieron o falsearon para poder apoyarla.
No se si un estudiante hubiera hablado nunca en esos
términos de sus esfuerzos intelectuales. Yo no oí ninguna muestra de
indignación por la puesta en duda de su trabajo. No oí decir: yo
estudié, yo saqué horas de dónde no tenía para poder preparar las
asignaturas, yo me esforcé por no faltar a los exámenes y por conciliar
mi trabajo, mis estudios y mi familia. No oí: aquí está el fruto
académico de mi mente.
La única situación real es que
este diario ha puesto sobre la mesa una serie de hechos adverados por
documentación que nadie ha desmentido. Esos hechos remiten en pura
lógica a la existencia de irregularidades en la obtención de la
titulación académica que Cifuentes no podía desconocer. A la presidenta
sólo le cabía o demostrar que tales hechos eran falsos o dotarles de una
explicación que permitiera integrarlos en un relato fáctico, coherente,
lógico y totalmente legal. Ninguna estas cosas se hizo ayer. Me temo
que nadie va a pedirnos perdón por el insulto a la inteligencia que
sufrimos los ciudadanos en el transcurso del pleno.
Esto ha sido una digresión porque yo no quería hablarles de Cifuentes.
Yo quería hablarles de los demás, de los que tienen obligaciones que no
cumplen pero también de los que mediante la hipocresía y la simulación
obvian sus compromisos para obtener réditos.
Yo quería hablar de la Fiscalía de Madrid, que permanece extrañamente inactiva tras tener notitia criminis
de la posible comisión de delitos de falsedad documental y
prevaricación en una entidad pública que ponen en cuestión valores tan
fundamentales para la sociedad como la credibilidad de su educación
superior y de los títulos habilitantes surgidos de la misma. Miles de
ciudadanos ven cuestionado así su mérito. La Fiscalía de Madrid no ha
abierto diligencias ni tras la denuncia realizada por las asociaciones
de estudiantes ni tras el conocimiento directo a través de los
documentos publicados por los medios de comunicación. Curioso, porque
sus colegas de la Audiencia Nacional han corrido a abrir unas
diligencias de hechos sucedidos en un territorio que tiene sus propios
órganos jurisdiccionales sin haber sido excitado su celo por denuncia
alguna. Cosas de la lucha por la integridad de la patria.
Mala cosa. La Fiscalía de Madrid estuvo muy infiltrada en las épocas de
Esperanza Aguirre, cuando era comandada por el inefable Moix sin que
supiéramos aún de sus secretos en paraísos fiscales. Lo estuvo y quedó
demostrado en múltiples procedimientos. Sería el momento de mostrar que
las cosas han cambiado y que ni las diligencias ni las querellas se
ponen al dictado del poder de la Comunidad ni se mira para otro lado
cuando hechos graves de índole penal pueden perjudicar a este.
La Fiscalía ni está ni se le espera, mientras existen indicios claros
de la posible comisión de varios delitos por miembros de la comunidad
académica y en el colmo del despropósito es la propia Cifuentes la que
dice haber acabado judicializando la acción informativa de este medio.
La querella no tiene ningún viso de prosperar pero le habrá servido para
poner cuestionar los hechos adverados y para mandar el aviso a los
periodistas y medios que quieran seguir por esa senda. El miedo guarda
la viña. Tendrá que suceder pues que personas individuales o
asociaciones utilicen de nuevo la figura de la acusación popular para
llevar ante un juez imparcial la investigación de lo que sucedió en el
interior de la Universidad Rey Juan Carlos porque a estas alturas ni
siquiera el expediente interno va a servir de nada. Ya se ha publicado
que se han llevado a cabo reuniones en despachos de abogados para nutrir
de versiones exculpatorias y coincidentes a las personas que tendrán
que declarar en el mismo. Sólo la fuerza disuasoria del castigo penal
conseguirá que mane la verdad que se intenta amordazar.
Yo quería hablarles también de ese partido llamado Ciudadanos que se ha
revestido con el adorno de la regeneración y que, hasta ahora, ha
vacilado cada vez que ha tenido la oportunidad de hacer cumplir sus
pactos de limpieza si estos conllevaban la caída de un gobierno del
Partido Popular. La explicación, la daba de nuevo Cifuentes con una
jesuítica interpretación del pacto: el punto 3 dice que se dimitirá si
se falsea un currículum y ella no lo ha falseado puesto que el título ha
sido emitido, sin importar en que circunstancias. Como le escribió Luis
XI a su hijo: “No sabe gobernar quien no sabe simular” y parece que en
eso los políticos españoles sí han hecho un máster.
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