Esperanza Aguirre dimite pero poco.
Deja la presidencia del PP de Madrid –un cargo en el que le quedaban
pocos meses de mandato–, pero se queda como concejala en el Ayuntamiento
de la capital. La presidenta que llegó al poder con el tamayazo, que convirtió el Gobierno autonómico en un lodazal de corrupción,
que no se enteró ni de la Púnica ni de la Gürtel ni de la Gestapillo ni
del ático ni de Fundescam ni de todo lo que ha pasado en el Canal,
ahora dice que “asume su responsabilidad política” por la corrupción. No
es así. Aguirre deja el cargo orgánico, pero se aferra al sillón
público, como si su responsabilidad fuese con los militantes del PP, en
vez de con los votantes. Tampoco se va solo por la corrupción.
Esperanza Aguirre dimite poco y tarde. Han pasado quince
meses desde que Francisco Granados, su número dos en el PP de Madrid,
fuese encarcelado por corrupción; irónicamente, está encerrado en una cárcel que él mismo inauguró.
Cuando Granados fue detenido y apareció esa fortuna que escondía en
Suiza, Aguirre también nos contó que “asumía su responsabilidad”. Aquella penitencia simplemente consistió en “pedir disculpas” y nada más.
Que Granados fuese un corrupto no es nuevo, ni tampoco es la primera
evidencia de que el PP de Madrid se financia de manera ilegal, por mucho
que Esperanza Aguirre se haga ahora la nueva y diga que “no le consta”.
Aguirre sabe muy bien cómo funcionaba esa financiación porque fueron sus dos campañas electorales del tamayazo
las que se pagaron ilegalmente a la Gürtel con los donativos de
empresarios amigos –luego recompensados con jugosos contratos públicos– a
través de una fundación opaca del partido, Fundescam. Esperanza Aguirre
fue presidenta de aquella fundación, que recaudó cerca de un millón de
euros para su campaña incumpliendo la legislación electoral.
Aquel presunto delito nunca fue juzgado porque Fundescam estaba prescrito, no porque l as pruebas no fueran lo bastante claras.
Entre otras cosas, en la investigación de Fundescam publicamos los
recibís de esos donativos irregulares, que estaban firmados por el
tesorero de Aguirre: Beltrán Gutiérrez Moliner. Es el mismo Beltrán cuya
casa y su despacho en la sede del PP fueron registrados este jueves por
la Guardia Civil, el mismo que tuvo que dimitir tras ser imputado por
las “black”,
el mismo al que Esperanza Aguirre recolocó de tapadillo en el partido
con el mismo sueldo y probablemente la misma responsabilidad.
“No me he ocupado de las cuestiones económicas en el partido”, dice
ahora Aguirre. De lo que sí se ocupó, y mucho, es de proteger a su
tesorero, exactamente igual que hizo el PP nacional con Luis Bárcenas y
su despido en diferido, en régimen de simulación.
“Tú no quieres enfadar a tu tesorero, si hace falta le acompañas al baño a sujetarle la chorra
mientras mea, pero no puedes cabrear a la persona que conoce todos tus
secretos”, me dijo una vez un antiguo senador del PP. Viendo el
protocolo aplicado con Bartolomé Beltrán o con Luis Bárcenas (hasta que
se fue de la lengua), es obvio que tenía toda la razón.
Esperanza Aguirre dimite poco, tarde y mal.
No lo hace porque crea que “hay que asumir las responsabilidades
políticas”; de ser así, hace mucho tiempo que habría dimitido ya. Cuesta encontrar una cazatalentos con una lista de garbanzos negros mayor.
Aguirre se va por la misma razón por la que, hace unas semanas, también
dimitió Ignacio González como secretario general del partido –una
decisión que Esperanza Aguirre ocultó a su propio partido; en la última
reunión de la Junta Regional aseguró que González no acudía porque
estaba de viaje fuera de Madrid–. Se va porque sabe que el empresario
corrupto David Marjaliza ha cantado y la investigación judicial del caso
Púnica pinta muy mal. Hay importantes dirigentes del partido que temen
que van a acabar en la cárcel antes de que termine el año porque
Francisco Granados no es un concejal corrupto de medio pelo y lleva
demasiado tiempo pudriéndose en prisión. Sospechan que, si Marjaliza ha
cantado, Granados también puede cantar.
La Púnica ha
abierto una enorme vía de agua en el PP de Madrid, que se va a pique.
Aguirre y González se van de un barco que se hunde y que probablemente
acabará dirigido por una gestora en cuestión de días. Y lo hacen en el
tiempo de descuento, pocos meses antes de que llegue el congreso
ordinario que tenían perdido frente a Cristina Cifuente porque ya no
manejan presupuesto público con el que mantener las lealtades internas
en un partido. El "aguirrismo" empezó a morir cuando la publicidad
institucional –que tan buena prensa le daba a Aguirre– y los puestos a
dedo cambiaron de manos.
Aguirre también se va para
debilitar a Mariano Rajoy al que abiertamente invita a irse a su casa:
“El señor Rajoy debe asumir su camino”, dice Aguirre: “Este no es el
tiempo de los personalismos, es el tiempo de las cesiones”. Aguirre, que
ya no está “personalista” en la guerra de sucesión que pronto llegará
al PP, ya no juega de ganadora sino de colocada, en el bando de Soraya
Sáenz de Santamaría y contra Cristina Cifuentes, su nueva gran rival
desde que Alberto Ruiz-Gallardón se retiró.
Hace
años que Esperanza Aguirre debía haber asumido también “su camino”, esa
responsabilidad política que hace unas horas acaba de descubrir. Si se
va ahora, y no antes, es por tres razones: porque le sale barato, porque
no le queda otra y para morir matando; para forzar la dimisión de
Rajoy.
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