Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra. Barcelona.
El ex presidente del Gobierno español, el Sr. Felipe González,
escribió este pasado domingo, 30 de agosto, una carta abierta a los
catalanes en el diario El País, en la que alentaba a la
población que vive en Cataluña a desoir la propuesta del Presidente de
la Generalitat de Catalunya de que Cataluña se separe de España. La
mayoría de los argumentos que utiliza Felipe González en este artículo
han sido utilizados extensamente por la mayoría de las voces anti
secesionistas en España, alertando a Cataluña de los enormes daños que
tal separación le acarrearía, convirtiéndola, nada menos, “en la Albania
del siglo XXI”. Termina su artículo con apelaciones a la ley (que él
escribe en mayúsculas, LEY, para enfatizar el imperativo de respetar la
ley, y la Constitución que pactamos entre todos, frase que se reproduce
también con gran frecuencia en el argumentario oficial del país). Tal
carta se inicia ya en la primera página de El País, dándole
gran preeminencia e indicando con ello que representa la postura de lo
que en la cultura anglosajona se definiría como el establishment
político-mediático español establecido en la capital del Reino (que es
distinto y tiene poco que ver con el Madrid popular con el que
erróneamente se confunde en las proclamas de los nacionalistas a ambos
del Ebro), y que reproduce tal rotativo.
Con el respeto que le tengo al ex presidente del Gobierno español, el
Sr. Felipe González, tengo que subrayar que tal carta representa una
incomprensión de lo que está ocurriendo hoy en Cataluña, incomprensión
muy común en tal establishment, y que requiere una respuesta de un
catalán que se siente español – como es mi caso – y que votaría en
contra de la secesión de Cataluña de España, en el caso de que el pueblo
catalán pudiera expresar libremente, en condiciones auténticamente
democráticas sus preferencias y deseos (posibilidad negada precisamente
por tal establishment, del cual la dirección del PSOE es parte). En
realidad, el propio Sr. Felipe González y el PSOE se han opuesto a la
realización de esta consulta popular en Cataluña desde que se estableció
la democracia.
Pero hay que recordar que no siempre fue así en el PSOE. El Sr.
Felipe González debiera recordar – como recordamos los que vivimos en el
periodo de clandestinidad, luchando contra la dictadura en los años
cincuenta, sesenta y setenta – que el PSOE reconoció en su día la
pluralidad del estado español, hasta tal punto de incluso admitir para
Cataluña el derecho de autodeterminación. Ahí están los documentos
escritos de manera clara y precisa por el PSOE durante la
clandestinidad, indicando que Cataluña tendría que tener, en una España
democrática, el derecho de autodeterminación, que no es ni más ni menos
que el derecho a decidir por parte del pueblo catalán sobre su futuro, incluyendo su relación con el estado español.
Tal derecho es ampliamente apoyado por la mayoría de la población que
vive en Cataluña. Según las encuestas, el 80% de tal población desea ser
consultada y decidir sobre el tipo de articulación que desea tener con
el estado español. Derecho a decidir incluye, por definición,
derecho a escoger, y una de las alternativas en esta decisión sería
naturalmente la separación de Cataluña con España. Las encuestas
señalan, sin embargo, que la mayoría de catalanes no escogería esta
alternativa. Pero es precisamente esta oposición del estado español a
que se reconozca a Cataluña como una nación – con derecho a decidir – lo
que está disparando exponencialmente el deseo de separación. Intentar
parar este crecimiento, mediante el miedo, como hace Felipe González, no
ayuda a revertir este fenómeno, sino que, al contrario, contribuye a su
expansión. En el mundo de los sentimientos, ofendiendo la dignidad de
la ciudadanía que es independentista o simpatiza con la causa de la
secesión, homologándola al nazismo o fascismo, es un profundo error,
además de ser una ofensa a todo catalán y a todo español con
sensibilidad democrática. El movimiento independentista ha sido, en
Cataluña, democrático y no violento, e insultarlo con tal ecuación es
profundamente antidemocrático. Seguro que el Sr. Felipe González no
intentaba lo que así aparece en su texto. Pero en la manera como está
escrito parece llegar a esa conclusión que, naturalmente, ha sido de
nuevo utilizada en contra suya por parte de los portavoces de aquel
movimiento.
Por otra parte, no hay que confundir desobediencia civil con
comportamiento antidemocrático, tal como hace el Sr. Felipe González
cuando apela constantemente a la LEY y a la CONSTITUCIÓN, como base de
su autoridad moral para definir un acto como democrático. Tal llamada a
la LEY pierde incluso gran parte de su efecto, pues hemos visto durante
estos años, y muy en particular durante los del gobierno del Partido
Popular, el relativismo con que tanto la Ley como la Constitución se han
ido aplicando en Cataluña y en el resto de España. La historia de la
democracia en cualquier país, incluyendo la de España, está llena de
ejemplos de que la desobediencia civil es necesaria para presionar y
mejorar la democracia.
Por regla general, el establishment político- mediático español
considera la Transición de la dictadura a la democracia como modélica.
Los Santos Juliá de este país han promovido esta visión a través de los
mayores medios de información (tanto en Madrid como en Barcelona, por
cierto). Pero los testarudos datos muestran claramente que de modélica,
tal Transición tuvo muy poco. El contexto político en el que la
Transición se desarrolló no daba para más, y no permitía que fuera
modélica. Las derechas (mejor dicho ultraderechas, según el abanico
político europeo) tenían un enorme poder sobre el aparato del estado y
sobre la gran mayoría de los medios de comunicación. Las fuerzas
democráticas (lideradas por las izquierdas) por el contrario, acababan
de salir de la clandestinidad. ¿Cómo podría darse una Transición
democrática ejemplar en estas condiciones de enorme desequilibrio de
fuerzas?
El análisis del producto de esta Transición muestra, precisamente, lo
inmodélico de aquel proceso de transición de una dictadura a una
democracia. El resultado final, el estado “democrático”, no respetó la
plurinacionalidad del estado español, asignando además al Ejército la
misión de garantizar la unidad de España (asumiendo, con ello, que la
Unión se debía mantener por la fuerza, no por el consenso y ejercicio
democrático). En realidad, las estructuras del estado fueron una
continuidad y no una ruptura con el estado anterior. Ni qué decir tiene
que cambios importantes ocurrieron (y el gobierno del Sr. Felipe
González contribuyó en gran manera a que ocurrieran). Pero los problemas
fundamentales del país no se resolvieron. Uno de ellos fue el enorme
retraso social de España, que ha tenido como consecuencia que incluso
hoy el gasto público social por habitante continúe siendo de los más
bajos de la UE-15, el grupo de países de semejante nivel de desarrollo
económico de España. Ello ha sido resultado del enorme dominio que las
derechas han continuado teniendo sobre el estado español (y sobre la
Generalitat de Catalunya, donde el 80% del periodo democrático ha estado
gobernada por el partido dirigido por el Sr. Mas). Otro es la bajísima
calidad de la democracia española, con escasísimas posibilidades de
participación ciudadana en el proceso democrático.
Y otro más es la enormemente limitada diversidad ideológica en los
medios (muestra de lo cual es que este artículo no pueda aparecer en El País o en ningún otro mayor medio de difusión del país). También, otra
consecuencia del dominio de las derechas en la Transición inmodélica
fue el no reconocimiento de la plurinacionalidad del estado español.
En realidad, el establecimiento de la España de las autonomías era una
manera de negar tal plurinacionalidad. El “café para todos” era una
manera de negar la especificidad de Cataluña, especificidad que es
distinta, como maliciosamente se presenta, a sentirse superior o a
adquirir privilegios especiales).
Las instituciones democráticas catalanas han seguido, hasta ahora,
todos los pasos que democráticamente debieran hacerse según la LEY. El
Sr. Felipe González recordará que fue, no durante el gobierno del Sr.
Pujol o del Sr. Mas, sino durante el gobierno del socialista Pascual
Maragall, cuando el Parlament de Catalunya hizo una propuesta para que
se respetara tal especificidad, mediante la aprobación del Estatuto de
Catalunya, por el Parlament de Catalunya, que fue también aprobado,
después de ser “cepillado” por las Cortes Españolas, y más tarde
refrendado por Cataluña. En cambio, el reconocimiento de Cataluña como
nación (tema altamente emotivo) no fue aprobado por el Tribunal
Constitucional, con el consiguiente silencio del gobierno Zapatero. ¿Qué
espacio se le deja a Cataluña ahora, frente a un estado, cuyo gobierno,
el PP (el heredero de las derechas que controlaban el estado
dictatorial) ha liderado la oposición del estado español en el
reconocimiento de la especificidad catalana?
En realidad, el PP es la mayor fábrica de independentistas. Como
astutamente decía la Sra. Rigau, la Consejera de Educación del gobierno
Mas, “nosotros hacemos catalanistas y el PP los hace independentistas”.
La torpeza del gobierno Rajoy, en su intento de solucionar lo que llaman
“el problema catalán”, no tiene límites. Creer que tal problema (que no
es “el problema catalán” sino el problema español) puede resolverse a
base de mayor represión, es de no entender nada de lo que pasa en
Cataluña. En realidad, están haciendo del Sr. Mas un “héroe” y “un
mártir” que el partido gobernante en la Generalitat utiliza hábilmente.
En realidad, no hay plena consciencia en el resto de España de que el
PP es un partido muy minoritario en Cataluña. Es de los que gobierna
menos municipios en Cataluña. De ahí que no se entienda en España el
agotamiento que produce en Cataluña haber estado gobernada durante
muchos años, a nivel del estado central, por un partido sumamente
minoritario en Cataluña, que tiene poquísimo apoyo popular. ¿No cree el
Sr. Felipe González que esta es una de las causas de que muchos
catalanes (el 42%) deseen irse del estado español? El comportamiento del
PSOE no les invita mucho a reconsiderar su preferencia. Ha sido por
influencia del PSOE que el PSC haya decidido aparcar su compromiso con
el derecho a decidir, convirtiéndose en la fracción del PSOE en
Cataluña. ¿Es esto lo que la dirección del PSOE y el Sr. Felipe González
desean?
¿Por qué tanta resistencia a aceptar la plurinacionalidad?
La respuesta a esta pregunta es fácil de entender, aunque el lector nunca la leerá en El País
o en cualquier otro gran rotativo en España. La aceptación de la
plurinacionalidad implicaría un cambio profundo del estado, que pasaría
por una pérdida de privilegios y poder de este establishment
político-mediático de Madrid (que repito, es distinto del Madrid
popular). Y ahí está el meollo de la cuestión. Hoy, España ha mantenido
una configuración radial, que ha perjudicado seriamente a lo que ellos
llaman la periferia. También, su dominio cultural y mediático ha
constreñido y limitado a los otros pueblos y naciones con este enorme
conservadurismo propio del estado español, que es la causa del sub
desarrollo social y el sub desarrollo de la diversidad plurinacional en
este país.
De ahí que una de las novedades más positivas de lo que ha estado
ocurriendo en España (y que el Sr. González no cita) sea el surgimiento
de movimientos sociales, políticos e identitarios que están protestando
contra las políticas de austeridad impuestas por el estado bipartidista
que, a su vez, están redefiniendo España. Lo que ha ocurrido en Galicia,
en Valencia, en las Islas Baleares, en partes de Andalucía, en Madrid
(y un largo etcétera) es un indicador de esta situación. Lo que es
excepcional en Cataluña es que el movimiento identitario hoy esté
hegemonizado, no por las izquierdas como está ocurriendo en otras partes
de España, sino por las derechas, es decir el gobierno Mas, que lo ha
estado instrumentalizando para ocultar sus políticas de austeridad, es
decir, por el partido gobernante.
Frente a esta respuesta, las izquierdas catalanas no pueden ignorar o
dejar aparte el tema nacional, para centrarse exclusivamente en el tema
social (donde la derecha es tan vulnerable). Las izquierdas deben
también cuestionar el supuesto “patriotismo” de las derechas, mostrando
que sus alianzas en los temas fiscales y económicos con la derecha
española han perjudicado enormemente el bienestar y la calidad de vida
de las clases populares de Cataluña, que son la mayoría del pueblo
catalán. No puede presentarse una fuerza política defendiendo Cataluña
y, a la vez, perjudicar a su pueblo. Ahí está el reto de las izquierdas.
Denunciar y reemplazar a las derechas catalanas que han gobernado la
gran mayoría del periodo democrático en Cataluña, corregir su enorme
déficit social, transformar profundamente la democracia en Cataluña,
con la introducción y expansión del derecho a decidir en todos los temas
que afectan al pueblo catalán y contribuyendo, con los otros pueblos y
naciones de España, en redefinirla. Las semillas para el florecimiento
de esta posibilidad se están ya creando en España. La mejor ayuda que
las izquierdas españolas no catalanas pueden ofrecer a las fuerzas
progresistas en Cataluña es cambiar España y el régimen establecido en
la primera Transición para que pueda surgir la otra España. La carta de
Felipe González, por desgracia, no va en este camino. En realidad,
dificulta, no solo la transformación de Cataluña, sino también la de
España. En el contenido de su carta, y en el tono y estilo escogidos, ha
contribuido a la movilización y radicalización del movimiento
independentista, tal como ha estado haciendo el gobierno Rajoy.
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