El segundo jardín navega en la memoria
entre los arriates y el vuelo de un avión.
Es un pequeño vals, un bolero de turba,
un bodegón de calma y de jazmines
donde la sombra inventa estatura de fuentes,
perplejidad de labios, caracolas en verso
alejandrino.
Este jardín le roba las horas a otro lunes
y perspectiva al cuadro de la noche;
es cancela de musgo entre dos aguas
y pólvora en el sueño.
El tilo pestañea. Y sólo son las doce menos cuarto.
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