El porqué de la reacción
Esta legislatura es crucial para desenmascarar a aquellos que, dándose golpes en el pecho, dicen defender a España cuando lo que realmente defienden son privilegios de las élites contra la mayoría social
Cuatro elecciones
generales en cuatro años y cuatro veces que los ciudadanos y ciudadanas
hemos dicho básicamente lo mismo. Queremos un gobierno en España y para
España fuera del dogma neoliberal que recorre muchos países de nuestro
entorno geopolítico. Queremos un gobierno que ponga en el centro a las
personas, que afronte los dos grandes retos a los que se enfrenta la
humanidad si quiere, además de sobrevivir, vivir, y hacerlo dignamente.
Se trata, por una parte, de la lucha contra el colapso ecológico y la
emergencia climática y por otra, la lucha contra las desigualdades.
Dicho de otra manera, garantizar un presente y un futuro justos y en
igualdad de condiciones para todas las personas en un planeta respetado y
habitable.
De las cuatro veces que hemos votado en
este mismo sentido, es la primera ocasión en que se votará una
investidura que responda a la voluntad mayoritaria del electorado, es
decir, tendrá como resultado un gobierno plural de izquierdas que ponga
en marcha esas políticas emancipatorias que la gente ha reclamado
reiteradas veces con su voto.
La reacción de "la reacción", como era previsible, no se
ha hecho esperar. Atrás quedaron los tiempos en que las elecciones eran
terapéuticas, establecían los amos y bajaban los humos. Amos de la
democracia que con el voto decidían las políticas. De ahí, los cien días
de gracia, porque cuando el pueblo hablaba, se respetaba la decisión
aunque no gustara. Por delante quedaban cuatro años para convencer e
intentar cambiar el sentido de la decisión.
Hoy
alguien ha decidido que esto ya no vale. Que la democracia como sistema,
molesta. Molesta porque estorba a las élites. Que la gente se crea que
tiene poder con su voto ya ha durado demasiado porque los amos son los
de siempre y así debe ser. Son aquellos privilegiados que utilizan el
sistema en beneficio propio para acumular bienes, poder y recursos
naturales por encima de los que necesitarán ellos y cien generaciones de
los suyos. Hasta ahora han ido adaptando el sistema político a sus
intereses pero ahora ya no quieren molestarse en disimular. La
democracia molesta y así se explica la deriva autoritaria a la que se ha
sometido a nuestro ordenamiento jurídico en muy pocos años en lo
relativo a derechos y libertades públicas.
Y por si
faltaba algo, la investidura. Y por si faltaba algo más, un gobierno
plural con fuerzas políticas que nunca han formado parte de un gobierno
de España. En los municipios y comunidades autónomas, vale, pero… ¿en el
gobierno de España? Están desatados, furiosos, iracundos porque, desde
su concepción, si ellos representan a los amos todo lo que no sea un
gobierno que responda a los intereses de esa minoría es ilegítimo. A
partir de ahí no hay que extrañarse de que todos los poderes que
controlan o en los que influyen estarán al servicio de presentar la
formación democrática de un gobierno como algo ilegítimo, sucio,
peligroso. Forma parte de su propio silogismo.
Y es
que lo que está pasando, felizmente, es que por fin se está
recomponiendo en nuestro país el eje izquierda-derecha. El eje que, en
mi opinión, mejor explica las contradicciones del sistema y desde el
cual se pueden construir alternativas que pongan freno a la voracidad de
las élites. La votación de investidura por primera vez en mucho tiempo
responde a ese eje con alguna excepción anecdótica. Hasta el voto
particular de Ana Oramas se ha colocado en ese eje. Y eso es una buena
noticia. Y es la recomposición de la dialéctica entre la defensa de los
privilegios de la minoría frente a los intereses de la mayoría lo que ha
sacado de sus casillas a las derechas. Lo que estamos viendo y oyendo
son síntomas de ello.
Que PP y Vox compitan por ver
quién se sitúa en el extremo más periférico e histriónico no son más que
alardes. Que algunos medios de comunicación publiquen hechos que
ocurrieron hace dos años relacionándolos con la investidura de esta
semana, puro esoterismo que les hace perder la poca credibilidad que les
queda. Que Ciudadanos vaya por ahí mendigando a diputados del PSOE que
no voten a su candidato, pura señal de impotencia: ya que mis diputados
son irrelevantes, pues voy a interpelar a los que no lo son. Todo junto
resulta bastante ridículo por obvio. Sería un divertimento si no
corriésemos el peligro de que tanta ira y odio se contagie a la
ciudadanía.
Y este precisamente es el reto de la
mayoría parlamentaria que sostiene esta investidura. Esta legislatura es
crucial para desenmascarar a aquellos que, dándose golpes en el pecho,
dicen defender a España cuando lo que realmente defienden son
privilegios de las élites contra la mayoría social.
Por
delante, una serie de políticas económicas, sociales y territoriales
que no pueden esperar. Decisiones que han de demostrar que la política
es una herramienta útil para mejorar la vida de las personas, para
modernizar nuestro país y su estructura territorial, para garantizar la
sostenibilidad de nuestro entorno.
De ahí nacerá el
relato que también necesitamos construir conjuntamente y que en gran
medida estamos impulsando desde los municipios y los territorios. De
esas políticas que han de confrontar con el modelo antiguo, depredador,
injusto, insolidario e iracundo de las derechas, ha de nacer el modelo
de una sociedad feminista, diversa, respetuosa, plural, solidaria, justa
y amable. Una sociedad en la que a nadie se deja atrás y en la que
todas las personas nos cuidamos y cuidamos la tierra que habitamos.
Mónica Oltra es vicepresidenta de la Generalitat Valenciana
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