Grabando otro compás
se marcha de puntillas
el oro de la tarde,
pero queda la voz,
la inspiración,
las infusiones
y en el ordenador
esa caricatura
superpuesta
de eternidades frágiles,
sueltas e irrepetibles,
en cadena y en serie
danzante en el pellizco
de un presente
discontinuo.
Somos conciencia y grito,
silencio y videojuegos.
El
panta rei se expande
y se contrae en el anonimato
igual que un corazón
sin nombre ni apellidos.
Sigue la tarde acelerada y breve
su cursillo intensivo
de sauces implacables
y campanas al fondo
con verdes empapados de enero
que anochece
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