Un naufragio moral
Raquel Ejerique

Los guardacostas libios
no son guardacostas. En realidad son miembros de las milicias. No
pertenecen a un cuerpo oficial de servicio público, básicamente porque
lo público en Libia no existe, no hay Estado. El contrato que firmaron
con Italia solo tiene una cláusula: que venga a Europa el menor número
posible de negros porque no nos caben en nuestras calles asfaltadas.
El código penal allí no es un código y se trata como delito simplemente
intentar irse. Emigración en grado de tentativa. Como se les llenan las
prisiones, pues van haciendo hueco a tiros, como contó Elvis a la periodista Gabriela Sánchez.
Aunque cueste imaginarlo, también se divierten violando, vejando,
pegando a quienes son más vulnerables que ellos. Menos mal que se
derrocó a Gadafi porque ahora podemos estar tranquilos dejando el mayor
reto migratorio de la historia en manos de ese país en ruinas. Cómo será
Libia que lo único que dice Josefa, rescatada el miércoles de las
tablas rotas de lo que fue una barca es: "Libia no, Libia no".
Eso que ves no es la barca naufragada y rota a la
deriva. Es la descomposición de la dignidad europea, y solo ha quedado
en la foto ese navío al fondo, un velero de Proactiva Open Arms, una ONG
pequeña y privada que ha salvado a Josefa, que milagrosamente resistió
48 horas en el mar, sin agua para beber y rodeada de gasolina. Al final,
los derechos humanos los convertiremos en cuestión de fe y milagros en
manos de organizaciones no gubernamentales. Josefa ha sobrevivido, si a
lo que le queda por delante de trauma y adaptación en Europa se le puede
considerar vida plena.
El niño bocarriba y casi
sumergido no es un niño. Era una persona con derechos, era el futuro, el
hijo de alguien, el nieto de alguien y el centro del amor de alguien.
Él también quería, y esperaba, y esperó panza arriba pero no lo
suficiente para el milagro de que un grupo de rescate particular lo
encontrara en medio del mar por casualidad, tras haber interceptado una
conversación entre una patrullera libia y un barco mercante. Mala
suerte. Ahora los derechos humanos también son cuestión de suerte.
La mujer bocabajo tampoco es una mujer, es la rendición de los países
europeos que sí pueden y no quieren. Han derivado su responsabilidad y
pretenden que otros países sin garantías de respeto a los derechos
humanos se ocupen. Son los países que pagan para que la mujer bocabajo
no venga, que es lo mismo que fomentar que venga arriesgando su vida.
Han echado del Mediterráneo a las ONG de salvamento para que se encargue
Libia, la misma que no tiene Estado y veja y pega y mata. La mayoría de
países no cumplen las cuotas de refugiados y siguen charlando de vez en
cuando sobre cómo arreglarlo.
Salvini no es el
primer ministro italiano, aunque le hayan dejado usurpar el puesto y el
relato de un país que fue la cuna de la civilización y el derecho. Es un
ministro de Interior que agita como un sonajero las vísceras de Italia.
Es el cristalizador de una idea suficientemente popular como para
volcar unas elecciones: la culpa de la pobreza es de los más pobres, no
de los ricos ni de los gestores corruptos. ¿Cansados de disparar hacia
arriba? Disparemos para abajo. Mientras su discurso le dé éxitos
electorales y protagonismo, Salvini no dejará de utilizarlo y calentarlo
sin escrúpulos. Hasta dónde llevará los ánimos él, su colega Viktor
Orbán, el silencio acomplejado de los países europeos y la indolencia de
quienes sí pueden hacer algo es un misterio cuyas consecuencias ya
estudiaremos en los libros de historia.
Esta es la
foto del desastre humano y el naufragio moral. Como ahora hay internet,
información e imágenes, no podremos decir que no lo sabíamos. Aunque
siempre podremos decir que en esta foto se ve un accidente náutico, con
una mujer bocabajo, un niño bocarriba, el casco rojo de un socorrista,
Josefa y una embarcación de recreo al fondo.
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