Nuestra intolerable libertad
Ayer descubrí en una
avalancha en las redes sociales que hay jueces que consideran que las
críticas contra la actuación de algunos de sus miembros que hemos
llevado a cabo en eldiario.es personas de muy diversa condición y
profesión son “exacerbadas” (irritantes, que causan enojo),
“intolerables” (que no pueden ser permitidas) y, más aún, “dirigidas”.
Es más, que creen que detrás de las críticas que ha sufrido el colectivo
u alguno de sus miembros, maximizadas tras el caso de La Manada, hay
una mano oculta, un patrón definido e indefinible que concierta nuestros
esfuerzos con los de las turbas dirigidas en una dirección prefijada.
Una conspiración, en suma. Incluso que detrás hay “antisistemas con
título de periodismo” con una intención oculta “más sutil y dirigida”
que la de ejercer nuestro trabajo.
El Código Escolar o el Código de Urías o el Código de Beni. Arcanos.
Extraños diseños que coordinan nuestras fuerzas para desacreditar al
Poder Judicial en una conjunción diabólica y astral con el Ejecutivo
(¿cuál? ¿el de antes o el de ahora? ¿el Ejecutivo como ente abstracto
del diseño constitucional?) para desacreditarles. Todo antes que
reconocer que hay motivos para plantearse cuestiones, para buscar
mejoras, para soslayar impedimentos. No, eso no. Y menos unos titulados
de mierda sin oposición alguna que, no siendo técnicos en nada, hemos
desarrollado la cultura necesaria para ejercer nuestro papel social de
controladores del poder o lo que es lo mismo de los poderes. De todos
sin excepción. Siempre hemos aspirado a ser muckrakers, periodistas de
denuncia, rastrilladores de cieno, aunque Roosevelt nos llamara
directamente “los que se revuelcan en la mierda”. Es una mierda que es
preciso levantar a paletadas. No nos incomoda el trabajo. Alguien debe
hacerlo.
Más preocupante me resulta que alguien piense que este
trabajo no puede aceptarse o debe considerarse manipulado cuando se
dirige a un poder del Estado que no está acostumbrado a ello. La
vigilancia se establece sobre el poder, sea cual sea su forma y los
poderes siguen conservando su capacidad de aplicarnos las normas del
sistema, pero mientras no traspasemos los límites marcados por las
leyes, no hay motivo para considerar que no se puede tolerar lo que
hacemos. Tampoco nos preocupa. El periodismo es publicar hechos u
opiniones que alguien preferiría que no publicaras, en otro caso sería
publicidad o propaganda. Y parece ser que, según expresan, el colectivo
de jueces preferiría que no cuestionáramos la idoneidad de ciertas
resoluciones o su cercanía a la realidad social o el sistema de
formación o de acceso o... lo que sea atinente a este colectivo. Cierto
es que hay periodistas dispuestos a bailar el agua y juristas y abogados
que prefieren una sobada de lomo a tiempo para mantenerse en el grupo
de los aceptables. No siempre es el caso. A mí, particularmente, no me
importa la consideración que en los sectores más cerrados produzcan las
críticas. No me dan miedo. No he hecho nada ni voy a hacerlo. Respeto
las normas democráticas y legales. Estoy dentro del sistema y, sin
embargo, les critico. No uno a uno, que hay individuos a los que admiro,
o a todos en su conjunto, porque no sería justo. Simplemente denuncio
lo que no va bien, lo que no es perfecto, lo que podríamos mejorar con
un diálogo constructivo.
Lo hago dirigida, dicen,
dentro de una extraña orden de Iluminados que pretende objetivos
ocultos. Sucede que yo en este sitio, como en los demás, escribo lo que
me da la gana y digo lo que considero. Ni siquiera me sugieren los temas
ni me preguntan por su contenido ni me han censurado jamás ni una línea
ni un titular. No he hablado previamente ni con Aroca ni con Artal ni
con Escolar ni con Pérez Royo ni con Santa Bárbara bendita antes de
escribir mis columnas y estoy absolutamente segura de que tampoco lo han
hecho entre ellos. Ese es el “patrón” que seguimos, la conspiración
que representamos.
Esto va de otra cosa completamente
distinta. El cambio es la esencia de la vida. Así sea revolucionario o
evolutivo. El cambio social existe y en este momento es una realidad que
aún nos resulta difícil de descifrar a todos. Los políticos, los
periodistas, los poderes económicos, todos andamos en busca del nuevo
paradigma y de la dinámica de funcionamiento del mismo. Sabemos que
hemos pasado a vivir en una situación de poder en red, pero aún no
tenemos claro cómo funciona ni hacia dónde evoluciona. Excepto muchos
jueces de este país. Ellos parecen haber descifrado el arcano y se
definen como próximos y últimos conocedores de una realidad que nos
discuten. ¡Como si en este mundo que está mutando ante nuestras atónitas
narices alguien pudiera estar seguro de cuál es la realidad! Ellos sí,
ellos tienen una oposición y, por tanto, lo saben todo sobre el nuevo
espacio público, la política insurgente o las redes de comunicación. Han
concluido que, dado que les irrita lo que sucede, lo mejor es pararlo
sin preguntarse cuál es su origen, de dónde ha surgido o hacia dónde nos
conduce. Es todo cuestión de los perversos medios que movidos por el
afán de audiencia y de dinero condicionan a los patanes de los
ciudadanos, o más concretamente de las ciudadanas, para producir
movimientos sociales inaceptables.
“La crisis más
importante de la democracia en las condiciones de la política mediática
es el confinamiento de la democracia al ámbito institucional en una
sociedad en la que el significado se produce en la esfera de los medios
de comunicación. La democracia sólo puede reconstruirse en las
condiciones específicas de la sociedad red si la sociedad civil, en su
diversidad, puede romper las barreras corporativas, burocráticas y
tecnológicas de la construcción de imágenes sociales”, recopila el gran
Manuel Castells. Algunos siguen pensando que la modernidad consiste en
meter en los ordenadores el papeleo. No los culpo, pero si me niego a
que consideren que nuestra crítica es tan pacata. Creo que, minúsculos
que nos sabemos, sólo intentamos que el futuro nos atropelle sin
aplastarnos y quizá hasta este sea un esfuerzo totalmente vano.
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