¿Catástrofes naturales? ¿No hay otros factores a considerar?
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El terremoto de Lisboa que tuvo lugar en 1755 conmocionó a toda Europa. Era el 1 de noviembre y las iglesias estaban abarrotadas para celebrar el Día de Todos Los Santos, víspera de los Difuntos. En esos recintos las velas provocaron pavorosos incendios y muchas víctimas, mientras que quienes frecuentaban los lupanares a oscuras tuvieron la suerte de salir mejor librados, contraste que suscitó muchas dudas teológicas. Tras el seísmo la ciudad entera fue pasto de las llamas, pero un tifón ahogó a la muchedumbre congregada frente al mar que se creía superviviente. Los más afortunados tuvieron que practicar el canibalismo para poder contarlo.
Se pidieron cuentas a Dios por administrar tan mal su creación. Sin embargo, Rousseau hizo una reflexión interesante. ¿Acaso se habrían dado tantas víctimas en otras circunstancias, bajo las que no se hubieran apiñado altos edificios de viviendas y la gente huyera sin preocuparse de sus pertenencias? El urbanismo ya era puesto en cuestión. Nunca sabremos qué hubiera dicho Rousseau sobre las megalópolis contemporáneas que sin duda hubiera evitado, como hizo durante su vida buscando bucólicos paisajes en la campiña, que gustaba de recorrer a pie mientras ordenaba sus pensamientos y recogía muestras botánicas para sus cuadernos escuchando el trino de los pájaros.
Ernesto Garzón Valdés, el filósofo argentino cuyo magisterio reconoció sin ambages Javier Muguerza, propuso distinguir entre catástrofes y calamidades. Las catástrofes obedecerían a causas naturales, mientras que la voluntad humana intervendría en las calamidades. Reconociendo el ingenioso valor analítico de la distinción, las fronteras entre ambas categorías no siempre pueden demarcarse con toda precisión. En lo tocante al urbanismo admiramos la destreza nipona para construir edificios resistentes a los terremotos, pero no solemos recordar que su habilidad viene de lejos, ya que sus templos estaban edificados para cimbrearse sin venirse abajo.
Los materiales empleados también se integraban mejor con la naturaleza y eran respetuosos con sus ciclos. No como ese hormigón del que nos habla el excelente documental titulado Architekton, donde se nos muestra cómo destrozamos montañas naturales para obtener un producto absolutamente perecible cuyos escombros van amontonándose sin remedio. Antes, las civilizaciones construían para que sus edificaciones perduraran, como nos recuerdan la Gran Muralla China, los acueductos romanos y las ruinas griegas o mayas. Ahora en cambio solo cuenta la obsolescencia programada y el beneficio económico de reconstruir lo recién demolido por la especulación inmobiliaria o los conflictos bélicos.
Hay que rediseñar nuestros núcleos urbanos dando prioridad a sus moradores y no a los beneficios económicos de pelotazos inmobiliarios
Hace años hubo que desviar el río Turia para evitar nuevos desbordamientos, porque se había construido una gran ciudad en sus riberas. El desastre de las danas que ahora ha inundado y asolado algunas poblaciones valencianas ocasionando muchas víctimas mortales nos tiene lógicamente impactados. Urge ayudar a los damnificados con recursos materiales y asistencia psicológica, pero también debería servirnos de lección para el futuro. Es obvio que no han funcionado las advertencias a la población. En estos casos parece preferible pecar por exceso y no hacer como si no pasara nada para rasgarse las vestiduras después. Hay que rediseñar nuestros núcleos urbanos dando prioridad a sus moradores y no a los beneficios económicos de pelotazos inmobiliarios. Es aconsejable tomarse más en serio la cuestión del cambio climático. Pagar cánones a países menos contaminantes resulta ridículo, tanto como hacer otro tanto con la recepción de las migraciones masivas, alguna de las cuales responde a razones climáticas.
En suma, la desoladora catástrofe que vemos estos días en las noticias quizá no sea exclusivamente natural y la voluntad humana haya podido influir en esa calamidad, al priorizar los intereses económicos y la falta de previsión mostrada por ejemplo por los japoneses con respecto a los terremotos. Nunca es bueno transferir nuestra responsabilidad a instancias ajenas como Dios, la Naturaleza o el Destino, como si no pudiéramos hacer absolutamente nada. Incluso sin recurrir a la Inteligencia Artificial, tenemos los conocimientos adecuados para evaluar las consecuencias y analizar todos los factores que han contribuido a las causas de semejante catástrofe, para intentar que la próxima vez sus efectos no sean tan devastadores. No es hora de culpar a los adversarios políticos. Toca sumar esfuerzos y ponerse deberes para no rehuir nuestra propia responsabilidad, como nos enseñó Kant, cuya única lección es que no asumir nuestra responsabilidad nos hace inhumanos.
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