Vivaldi ya lo dijo y lo compuso
en esta partitura incaducable.
Gloria es vida
y no sólo la vida encadenada en los rincones
de la inercia, del culto a la costumbre;
la gloria no es caché ni estatus endiosados,
ni triunfos ni laureles...
La gloria es ante todo el gozo pleno,
el flash inesperado
de un despertar profundo y permanente
sin freno y marcha atrás. que nos transforma
sin pedir nada a cambio
porque el cambio es la gloria rebosante
que nos llena de una normalidad resucitada
cuando todo parece que está muerto
irremediablemente.
Sorprendente y clarísima. Libre como las aves
y la brisa, que nos cuidan y cantan
en todo lo que sale a nuestro encuentro
cuando la gloria aprieta el acelerador
en formas diferentes y hasta opuestas.
Gloria es el despertar en medio de la noche
y descubrir
que la nocturnidad y su tiniebla
sólo es la propia mano adormecida
con que tapamos y obstruimos la luz de la mirada,
la percepción, la entraña y la frescura del presente.
La gloria es también nube que en medio del calor
nos regala la sombra generosa y la lluvia
que expande
las gotas de sudor en la frente del cielo
-que dicho sea de paso- soporta lo indecible
intentando llegar
a los mismos rincones herméticos y obtusos
en que al género humano se enreda sin cesar
desde su taca-taca hace milenios.
Gloria tan sólo es el salto voluntario
del trampolín cerrado de la Nada
hacia la luz sin límites del Todo.
El manantial que fluye y nunca cesa
de repartir los frutos de su gracia
sin pedir el carnet de identidad
ni los certificados
de cualquier requisito imprescindible
para poder optar a cualquier cosa...
Sobre todo cuando "in excelsis Deo",
el maná de los cielos
se convierte en tortilla de patatas
compartida
con quienes tienen hambre de pan y humanidad,
la Tierra como único con-suelo que pisar
y sólo el firmamento como techo.
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