La misión es amar
sin más oficio que dejarle al amor la dirección
en la orquesta mutante de la vida.
La misión es camino sin fronteras
pleno descubrimiento de un presente
capaz de superar tiempos y espacios,
circunstancias penosas o agradables,
muerte y vida acoplada a los relatos,
rutinas y obsesiones, manías
y costumbres heredadas
que dan seguridad insostenible,
que cuando la verdad muestra su rostro
y se hace realidad el desvarío,
son tan sólo antesala de la nada.
Por eso la misión solo es amor
capaz de transformar la oscuridad en luz
que no se apaga nunca, una vez descubierta
y puesta en marcha. Es el canto infinito
que no cesa y alimenta el silencio
en sus regalos. Es el verbo hecho carne y partitura
caminando en canción improvisada
de la que somos notas y compases,
una composición que no tiene fronteras
ni conoce rupturas, ni sabe qué es el odio.
Ni el miedo, ni el prejuicio.
En su seno no caben las semillas
de violencia y venganza,
las convierte en compost cuando aparecen
y aumentan la cosecha de mañana.
La misión del amor
no consiste en conquistar adeptos
para ninguna causa o para un credo,
sino en abrir las puertas
que tienen prisionera la conciencia
y secuestrada el alma
en la cueva platónica del nunca
y sus petrificadas telarañas.
Amor es lo que queda siempre entero
en el fondo infinito del Nosotr@s
cuando todo parece que se agota,
la misión es la eterna singladura,
el nuevo plan de vuelo que nos lleva
en cada amanecer, a nuestra casa,
a la fraternidad y a la sorpresa
de encontrarnos un padre y una madre
en lo más hondo,
una eterna familia entusiasmada
con los brazos abiertos
que celebran felices la llegada,
en ese balneario acogedor
que nos cura, nos sana y nos descansa...
Amor es el tesoro inagotable,
alquimista que todo lo transforma
y su misión cumplida a cada instante
es el cariño eterno que respira
pasando de la noche a la mañana,
del sueño al despertar y del ocaso al alba.
Hay quien le llama "dios"
pero no se parece a lo que cuentan
las viejas tradiciones religiosas; sólo Buda
y Jesús de Nazaret -con unos cuantos siglos
de distancia- han acertado
al diseñar con las mejores obras el plano de la Casa
y la revolución inevitable que supone
descubrir entre todos tanta gracia
sin ruido ni barullo, sin altares ni templos,
sin dinero, sin poderes ni castas, solo amando
como nos ama el sol que nos alumbra
y la lluvia nos lava y nos descansa,
como la misma tierra nos sostiene y alimenta
aunque la machaquemos sin cuidarla.
La misión es amor como también lo es
la música que emite la flauta de Gabriel
en medio de la selva
lleno de confianza y sin temor a lo desconocido,
dejándose guiar por esa luz
que vive en la conciencia de un suspiro
donde la integración de lo infinito
en permanente cambio o panta rei, -que llamamos "milagro"
porque es imprevisible en lo más negro-,
tiene su campamento de invierno, de verano
y de entretiempo.
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