"Brasil ha vuelto a respirar un aire menos contaminado por el veneno de la injusticia, de la cobardía y de la mentira" La elección de Lula: lo improbable sucedió

RG
Los hechos son
siempre hechos. Se producen a partir de virtualidades presentes en la
realidad, que sorprendentemente o por causas previsibles acaban viniendo
a la existencia.
En las elecciones presidenciales de este año lo
improbable sucedió. Alguien al que las Escrituras llaman el “inimicus
homo”, el hombre del mal, en su afán de perpetuarse en el poder usó todos los medios legítimos y principalmente los ilegítimos para conseguir su objetivo.
Él posee las características del “anti-cristo”, que para el Nuevo
Testamento es más un espíritu que una persona concreta. Puede ganar
cuerpo en un movimiento y en su líder, pero es fundamentalmente una
realidad enemiga de todo lo que es vida y de todo lo que es sagrado.

La característica del “anti-cristo” es arrogarse el lugar de Dios.
Y sentirse más allá del bien y del mal. Y entonces usa ambos, pero
principalmente el mal: promueve la mentira, difunde fake news, estimula
la calumnia, incentiva la violencia real, asesinando, o simbólica,
propagando difamaciones; todo lo que proviene del trasfondo más
ancestral de nuestras sombras irrumpe con toda desfachatez.
Nuestro
país ha vivido durante todo un gobierno bajo el espíritu del
“anti-cristo”. Nunca en nuestra historia se vio tanta maldad, tanta
mentira establecida como método de gobierno, tanta insensibilidad
exaltada como virtud, tanta proclamación de la maledicencia como forma
de comunicación oficial. Como dice san Pablo en su Epístola a los
Romanos, “aprisionaron la verdad bajo la injusticia” (1,18).
Es propio del espíritu del “anti-cristo” ocultarse en el mundo de lo oscuro,
de las zonas enemigas de la luz y destrozar todos los rasgos de
transparencia. Es propio también de este tipo de espíritu subyugar a
personas que se dejan fascinar por la brutalidad de los comportamientos,
por la insensatez de las decisiones y por la violencia infligida a los más débiles, a los más cobardemente marginados,
como los pobres, las mujeres, los negros, los indígenas y aquellos que
por sí solos no consiguen defenderse. Dicen exultantes: “tiene que ser
así, hay que usar la violencia, es bueno ser borde y grotesco”; “así es
como hay que ser”. Y proclamaban “mito” o “nuestro héroe” a aquel por
el que se sienten representados.

Pero la experiencia secular humana ha mostrado que la noche nunca perdura todo el tiempo, que no hay tempestad que no cese en un momento dado y de lugar a la alegría del brillo del sol. Y así ha ocurrido en nuestro país. Quien tenía la absoluta certeza de triunfar, hasta por pretendida promesa divina, se vio en el último momento, derrotado. El “mito” se deshizo con la rapidez de un cubito de hielo, simplemente se sintió un muerto- vivo, como escondido en su propia sepultura. Las palabras murieron en su garganta. Las lágrimas nunca antes lloradas, cuando era digno llorarlas, no paraban de correr por el rostro entumecido.
Se comprueba lo que la historia irreversiblemente ha revelado: lo improbable sucede. Por eso tenemos que contar siempre con lo improbable y lo inconcebible, pues ambos forman parte de la historia. Quien usó de todo, pero de todo, hasta de lo más sagrado que es el espacio de lo Religioso, no pudo impedir que irrumpiese lo improbable y sorprendentemente lo derrotase.
Vemos unos ejemplos. Lo más improbable en Estados Unidos era que un negro llegase un día a la presidencia. Y llegó Obama. Que un prisionero político, también negro, con años de prisión a trabajos forzados, llegase a ser presidente de Sudáfrica, Mandela. Era totalmente improbable que alguien venido “del fin del mundo”, prácticamente desconocido, fuese elegido para el supremo pontificado, como el papa Francisco. Era absolutamente improbable que una joven campesina de 17 años, como Juana de Arco, dirigiese un ejército y venciese a una parte del ejército inglés en la guerra de los cien años.
Por lo tanto, lo improbable existe y puede suceder. Ningún hecho realiza todas las posibilidades escondidas dentro de él. Innumerables virtualidades están ahí dentro y cuando la historia madura o el mal llega a su paroxismo y tiene que ser vencido, entonces lo improbable irrumpe victorioso. Contra todas las expectativas el “inimicus homo” perdió. Lo improbable lo derrotó.
Brasil ha vuelto a respirar un aire menos contaminado por el veneno de la injusticia, de la cobardía y de la mentira.
Lo improbable realizado nos lleva a soñar con los ojos despiertos. Quien tiene hambre puede tener la seguridad de que va a comer, quien está desempleado de que va a poder trabajar. Quien soportó todo tipo de injuria y de humillación se siente protegido por la ley que va a valer para todos. Y la esperanza esperante volvió finalmente para posibilitarnos un destino más halagüeño que nos permita vivir con la paz posible concedida a los hijos e hijas de los bíblicos Adán y Eva.
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