martes, 5 de octubre de 2021

Reflexiones diversas

 Llevo bastante tiempo dando vueltas al mismo tema: ¿Cómo llevar a cabo una pedagogía social en nuestro caos español? Es cierto que este caos que padecemos es ahora mismo un fenómeno de globalización in crescendo, que no es solo cosa de España, a la vista está, pero hay que reconocer que en España el caos es un fenómeno casi "natural", diríase que innato, pero no es cierto que lo sea, nadie nace marcado para ser caótico, porque ese caos que padecemos no es cosa genética, sino de elección personal y base cultural. Es más algo educativo, aprendido, memorizado por costumbre y por emocionalidad, convertido en inercia asociativa, que se hace normalidad cómoda a base de frecuencia y a falta de reflexión crítica y constructiva, aunque en realidad es una tara aprendida y desastrosa convertida en costumbre, en tradición, en algo "entrañable", que hasta proporciona cierta seguridad de estar en el lado bueno y, sobre todo, el más rentable del camino que hacemos en común, aunque se quiera evitar esa circunstancia ineludible: no vivimos sol@s ni rodeadxs de personas idénticas a nosotrxs. Crecemos y mejoramos en la integración de lo diverso, en el amor fresco y generoso de la ayuda mutua. En la experiencia constante del bien común como sistema que construimos y al mismo tiempo nos colma y nos construye

 La sociedad y el mundo son heterogéneas, variadísimas y la herramienta de la  libertad no es un valor absoluto ni consiste en que cada individuo o variante cultural y social hagan lo que les dé la gana a su antojo, en todo momento, sin caer en la cuenta de que la libertad egocéntrica y totalitaria es imposible sin cargarse al mismo tiempo la libertad, la dignidad y los derechos de los demás, y que precisamente, ignorar esa realidad, es la causa del caos constante, que en España, especialmente,  lleva por sistema al desmadre total y a  lo largo de la historia ha dado lugar a las dictaduras y gobiernos de reyes absolutistas, a los golpes de estado y a conflictos civiles diversos como la guerra de sucesión, las guerras carlistas, la guerra civil, el terrorismo etarra y tantas barbaridades que han provocado unos baches infernales en el convivir durante siglos. 

Quizás sea en este tiempo, precisamente, cuando estamos un poco mejor orientad@s, por primera vez en nuestra historia. Tenemos acceso directo a una evolución más inteligente e integradora, más espacio racional-emotivo para descubrir quienes somos y para qué estamos aquí, como parte de un cosmos vivo, creador y modificador al mismo tiempo, que no tiene leyes ni dogmas cerradas en banda, que se expresa con una inteligencia extraordinaria, de cuyas ondas y realidades, formamos parte, como sistema de vida. Y la naturaleza es su máxima manifestación material; seguramente por eso, nos la estamos cargando con tanto entusiasmo.

Es posible que nos falte una mirada más amplia y más integradora, que sepa fijarse al mismo tiempo en el suelo que en el cielo, en el Norte que en el Sur. Que sin abandonar lo más pequeño y, al parecer, insignificante en dimensiones, sepa integrarse constantemente en lo más extenso e infinito. Que lo cortés no quite lo valiente, que lo valiente no destruya lo cortés y al mismo tiempo, sincero, sin paripés y así lavar la cara a lo más feo y sucio, que siempre tiene arreglo con un buen baño de ética y limpieza a fondo. Sin castigos ni malas artes, ni leyes demoledoras para los más indefensos y verdaderas salvavidas para los más poderosos e influyentes. 

La palabra "pedagogía" viene del griego, mezclando dos conceptos: paidón= niño y agós=orientad@r, agogía=orientación, maestr@, enseñanza y aprendizaje. La pedagogía verdadera e imprescindible no es imposición, ni teoría, ni sermones ni normativas. Es la experiencia vital directa que nos transforma desde la infancia y durante toda la vida, que nos debe enseñar  a buscar la posibilidad de ser tan libres como responsables, tan transparentes como lúcidos y éticos. Es el resultado de aprender de lo que vemos y experimentamos a nuestro alrededor. La pedagogía no tiene por qué ser buena, hay pedagogías patológicas, sin duda y podríamos asegurar que con resultados espeluznantes. Las que nos enseñan a mentir, las que valoran como inteligente la picaresca, el cinismo como normalidad, el egoísmo como algo saludable y necesario, el egocentrismo insolidario como un derecho natural, la violencia y la venganza como autodefensa, el fraude y la manipulación como conducta habitual, el odio contra lo que no entendemos porque nos supera o no nos gusta, como lo más natural. Esa basura construye un mundo demencial. Nos priva de la luz que llevamos en nuestro interior, para engancharnos a los fuegos artificiales del instinto y la emoción junto a las ideas fijas, inamovibles, como leyes "naturales" intocables, "la tradición", que encadenan, que nos dejan incapaces para salir de su laberinto, que con el tiempo, será el nuestro. 

Pedagogía pésima es la corrupción, el fraude y la mentira institucionalizada como "estrategia", como "táctica", como tecnología inhumana de la conducta orientada solamente a buscar beneficios personales y de empresa de cualquier tipo. Política y económica. Comercial, sexual, artística o ejecutiva, desde el poder o desde el sometimiento, devoradora de todo lo consumible, adicta a lo que sea,  con tal de rellenar un vacío, en realidad,  completamente irrellenable. Porque hombre y mujer, en ese plan, funcionan automáticamente: sin conciencia. Del éxtasis al hartazgo. De la cima, al agujero. Desde podium a la cloaca.Del nacimiento a la tumba.  Y son capaces de lo peor solo para hacer lo que desean y más les mola. Al precio de su propia esencia ontológica, que obviamente ignoran y confunden con atracción irresistible, deseos insaciables y melancolías y frustración cuando descubren el vacío resultante del que siempre culpan a los demás, a la sociedad, al mundo, mientras en ese estado solo vegetan en vez de vivir. Y para acabarlo de arreglar, cuando alguien descubre nuevos caminos de liberación reorientadora y terapéutica, inocua y sana, que facilita el autoconocimiento, se le mira con recelo e incluso se le tilda de pseudocientífico, de loco o de tonto. Y si ayuda gratis, peor aun, el calificativo es de comerciante manipulador a la callanda, sottovoce. En efecto, cree el ladrón que todos son de su condición. Que es imposible ser normal y feliz en otro registro de la bifurcación que escapa de la entropía para intentar ayudar a la especie devoradora de planetas, más perdida que el alambre del pan de molde o que la vergüenza de Corinna y Juancar, por ejemplo. O el feeling puerta giratorio de Carmona y Felipe González, sin más tiquismiquis. 

Pedagogía letal es el autobombo de la feria de vanidades en que se convierte la vida pública a base de ponerse a parir cuando no  se gobierna y se está en la oposición con el completo desinterés por el bien común, que les han contado en los evangelios pero que no reconocen en Karl Marx, por ejemplo. Y todo lo común les suena a Stalin. Mientras lo insolidario y depredador no les suena para nada a Hitler, Franco o Mussolini. 


En fin, que la pedagogía no es un lavado de cerebro ni consiste en que nos prediquen la Biblia en todos los idiomas. Ni las mejores ideologías. La instrucción práctica que necesitamos más que nada, es ver en la práctica diaria que el amor va mucho más allá de lo que vemos en las pelis, de los sobeteos y besuqueos, y por supuesto nada tiene que ver con la compraventa o intercambio de emociones pachuchas y pasadas fecha que acaban en la papelera y en el contenedor del reciclaje en cuando se descorchan como el cava catalán o el champán francés. O la cocacola. O la cerveza. 

La mejor pedagogía es realizar y hacer, más que escribir, la página más sincera y transparente en nuestro diario cotidiano. Tomar conciencia de que nada humano nos es ajeno. De que ser responsables de verdad nos evita ser culpables, convertirnos en verdugos y en víctimas, porque nuestra conciencia despierta nos lo impide y nos protege. En ella no hay "pecados" ni culpas, hay errores y aciertos, reflexión y comprensión, integración, en la que perdón pedido y recibido, está implícito en la plenitud normalizadora. En ese nivel el juicio y la culpa ya no existen. Están superados. Si ya se Es,  se es también inofendible por eso no hay necesidad de ofender a nadie para quedarse a gusto, ya se está genial sin esas dependencias inmaduras y tan dependientes del autoglamour. No ofende quien quiere sino quien encuentra la oportunidad de atizarle a alguien en su mismo estado y nivel evolutivo. La humildad es lo más natural, lo más feliz  y lo más sano. Lo más terapéutico y lo más resiliente que tenemos para afrontar un presente como este. Es el resultado de las mejores autoterapias. Cuando es ya imposible que haya algo "pseudo", porque vamos descubriendo que mentirse a sí mism@s es una patología además de estúpida, tan bloqueante como inútil. 

Todo lo que aprendemos desde fuera, adquiere valor y sentido si estamos despiert@s por dentro y solo despertamos por dentro cuando permitimos, como escribió la premio Nobel guatemalteca, Rigoberta Menchú, cuando logramos que "Así nos nazca la conciencia".

Pura pedagogía de la mejor especie.   

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Y ahora, pedagogía fresquita:


Rigoberta Menchú

(Rigoberta Menchú Tum; Chimel, Uspatán, 1959) Activista guatemalteca cuya lucha por los derechos de los indígenas fue reconocida con el premio Nobel de la Paz (1992). Hija de Vicente Menchú y Juana Tum, Rigoberta Menchú nació en una numerosa familia campesina de la etnia maya-quiché, cuyos ancestros forjaron, entre los siglos III y XV, la esplendorosa civilización de los mayas. A los cinco años empezó a trabajar junto a sus padres en las grandes fincas de las poderosas familias tradicionales del país; posteriormente, en la adolescencia, trabajó durante dos años en la capital guatemalteca como empleada doméstica.


Rigoberta Menchú

Su infancia y su juventud estuvieron marcadas por la pobreza, la discriminación racial y la violenta represión con la que las clases dominantes guatemaltecas trataban de contener las aspiraciones de justicia social del campesinado. Bajo el gobierno militar de Fernando Romeo Lucas García (1978-1982), varios miembros de su familia fueron torturados y asesinados por los militares o por la policía paralela de los «escuadrones de la muerte».

Uno de sus hermanos, con sólo dieciséis años, fue víctima de los terratenientes que empleaban escuadrones a sueldo para arrebatar las tierras a los indígenas; su padre, Vicente Menchú, murió con un grupo de treinta y ocho campesinos que se encerraron en la embajada de España en un acto de protesta, cuando la policía incendió el local quemando vivos a los que estaban en su interior (1980). Pocos meses después, su madre fue secuestrada, torturada y asesinada por grupos paramilitares.

Mientras dos de sus hermanas optaban por unirse a la guerrilla, Rigoberta Menchú inició una campaña pacífica de denuncia del régimen guatemalteco y de la sistemática violación de los derechos humanos de que eran objeto los campesinos indígenas, sin otra ideología que el cristianismo de matices revolucionarios de la «teología de la liberación»; ella misma personificaba el sufrimiento de su pueblo con notable dignidad e inteligencia, añadiéndole la dimensión de denunciar la situación de la mujer indígena en Hispanoamérica.

Para escapar a la represión se exilió en México, donde en 1983 se publicó su autobiografía, titulada Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia. La activista relató en este libro su historia personal y la de su comunidad indígena a la antropóloga Elizabeth Burgos; además de aspectos reveladores acerca de las costumbres y tradiciones practicadas por los quichés, la obra incluye sus reflexiones sobre proceso de transculturación al que han estado sometidos los pueblos indígenas, dejando ver entre líneas su propio proceso de toma de conciencia.


Rigoberta Menchú

Rigoberta Menchú recorrió el mundo con su mensaje y consiguió ser escuchada en las Naciones Unidas. En 1988 regresó a Guatemala, protegida por su prestigio internacional, para continuar denunciando las injusticias, pero fue detenida en el mismo aeropuerto y obligada a abandonar el país. Regresó nuevamente en 1991 para asistir a un congreso que reunió diversas comunidades indígenas de América.

Con el respaldo de Desmond Tutu, Adolfo Pérez Esquivel y otras personalidades que apoyaron su candidatura, la labor de Rigoberta Menchú fue reconocida con el premio Nobel de la Paz en 1992, coincidiendo con los actos oficiales del quinto centenario del descubrimiento de América, celebraciones a las que Rigoberta se había opuesto por ignorar las dimensiones trágicas que aquel hecho tuvo para los indios americanos. Sólo un guatemalteco, el escritor Miguel Ángel Asturias, había recibido el galardón de la academia sueca con anterioridad. Con la dotación económica del premio, Rigoberta Menchú abrió, primero en México y luego en Guatemala, la fundación que lleva su nombre.

Su posición le permitió actuar como mediadora en el proceso de paz entre el Gobierno y la guerrilla iniciado en los años siguientes, que culminó en el año 1996 con la firma de los acuerdos de paz. A partir de entonces, después de la desmovilización del Ejército y de la guerrilla, trabajó activamente en la reincorporación de los exiliados de la guerra a sus lugares de origen. En 1998 publicó La nieta de los mayas, libro que ayuda a comprender la idiosincrasia indígena guatemalteca; ese mismo año fue galardonada con el premio Príncipe de Asturias.  

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¡A ver si se nos pega algo de nuestras "conquistadas" americanas!






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