El huevo de la serpiente
Sábado 18 de septiembre. Un hombre de 49 años se dirige a la caja de la gasolinera para pagar unas cervezas. El cajero, un estudiante de 20, se niega a atenderle al no llevar mascarilla. El cliente se marcha y regresa hora y media más tarde con un arma. Dispara al joven en la cabeza matándole en el acto. Ocurrió en Alemania, en el estado de Renania Palatinado. El agresor, “movido por la ira” según resumió la policía, no creía en el coronavirus. Participaba en foros extremistas y seguía en redes a líderes de la ultraderecha, apunta el diario El País recogiendo la información de diferentes medios germanos.
Pero ¿qué lleva a un individuo que en apariencia se limita a negar la existencia de un virus a empuñar un arma y acabar con la vida de otro ser humano? Muchos pensarán que definitivamente estamos perdiendo el rumbo de la racionalidad, que el virus no solo es el covid-19, sino algo más profundo y antiguo que reaparece cada tanto. En el ejemplo elegido, podemos afirmar que Alemania puede ser una guía ilustrativa porque observan ese fenómeno desde hace demasiado tiempo. Lo advierten la policía y los servicios de información reseñando ataques violentos contra periodistas en las manifestaciones en las que estos colectivos acusaban a Merkel de recortar las libertades a causa de la pandemia. Millares de personas que han protestado en Berlín y otras grandes ciudades del país, cada vez más radicalizadas si bien su número disminuye. La pandemia les ha unido en la desinformación, los bulos y las teorías conspirativas. Los servicios secretos ven detrás a la ultraderecha, cada vez más violenta, que cuestiona la legitimidad del Estado. ¿Les suena algo de esto?
La ultraderecha empezó a organizarse en Europa hace años bajo la batuta de Bannon, el acaudalado empresario amigo de Donald Trump, y ha ido conquistando bastiones de poder. Primero fue la Liga Norte de Salvini, afortunadamente minimizada fuera del poder, después Hungría y Polonia, dos ejemplos claros en los que, desde la presidencia de la república, han ido restringiendo derechos y libertades hasta el punto de recibir apercibimientos de la Unión Europea. En España, Vox, gracias a los desacuerdos y adormecimiento de los grupos progresistas, que no supieron leer la realidad de lo que acontecía más allá de nuestras fronteras, han conseguido una representación potente en el Parlamento e intervienen de forma decisiva en varias Comunidades Autónomas y Ayuntamientos donde, sobre el papel, hay un mandatario del PP. Y cada vez más ahorcan con su propia cuerda al partido de Pablo Casado y lo llevan a su terreno.
Se diría que Vox está en estado de campaña electoral permanente. “Ya solo queda Vox”, repetían desde los escaños del Congreso sus diputados estableciendo el discurso de tal forma que la frase entrara rodada. Es el eslogan que desean que cale entre sus votantes actuales y el cebo para la pesca del futuro. “Ya solo queda Vox”, decía el diputado José María Sánchez García que protagonizó una vergonzosa e infame situación en el pleno en que se votaba que se persiguiera penalmente el acoso a las mujeres que acudían a las clínicas de interrupción del embarazo.
Sánchez, juez para más señas, insultó a la diputada socialista que había presentado la proposición de ley y se negó con descaro a abandonar la sesión cuando le instó a ello el presidente tras una sucesión de faltas. De ahí abordaron la siguiente consigna, “ha llegado el tiempo de defenderse”, como justificación para el bochornoso espectáculo.
Grosería sin fronteras
Una táctica grosera y antisistema en clave de insumisión frente a las instituciones. Porque apenas 48 horas después del circo de Sánchez García, la concejala de Córdoba Paula Badanelli, en el pleno municipal y tratando el mismo tema presentado por IU y Podemos, defendió la acción de los piquetes ante las puertas de las clínicas y reivindicó la libertad para rezar “donde a uno le dé la gana”, concluyendo su intervención con el Ave María. Parece claro que en VOX han cambiado las técnicas y que el camino iniciado avanza por la falta de respeto y el desprecio a las instituciones. Es probable que se hayan cansado de disfrazarse de demócratas y estén, ahora sí, expresando lo que de verdad subyace bajo sus maneras nunca suficientemente contenidas y que recuerdan mucho al fascismo.
En Vox han aprendido mejor que muchos que el lenguaje es un arma poderosísima, y lo emplean con energía y acierto contra sus rivales. Desconocen los límites, o mejor, han aprendido que se puede insultar, denostar, mentir, propagar y difundir mentiras, descalificaciones e injurias, sin que pase absolutamente nada. Y, en esto, no les va a la zaga el Partido Popular. Por ejemplo, el Gobierno, además de carecer de legitimidad, es “socialcomunista y filoetarra”. En cuanto a sus socios, a los que utilizan con mayor frecuencia para establecer su ideología, son pusilánimes y melifluos. El insulto y la descalificación llevados cada vez más lejos y la insolencia chulesca de “a ver si dices algo en contra”, de raíces pandilleras, parece van a ser las únicas herramientas de la formación de extrema derecha en este nuevo curso.
La estrategia de Vox va más allá de nuestras fronteras. A primeros de septiembre Santiago Abascal llegó a México cual un nuevo Hernán Cortés, decidido a buscar adhesiones desde la fundación Disenso (émulo de la FAES del PP) que preside, a la denominada Carta de Madrid, que data de octubre de 2020. La apoyan diferentes políticos del continente latinoamericano de ideología semejante, que pretenden defender “la libertad de la Iberosfera”, (siempre a vueltas con la libertad) que mantiene que “una parte de la región está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países. Todos ellos, bajo el paraguas del régimen cubano e iniciativas como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, que se infiltran en los centros de poder para imponer su agenda ideológica”. Los firmantes temen que las cosas vayan más allá: “La amenaza no se circunscribe exclusivamente a los países que sufren el yugo totalitario. El proyecto ideológico y criminal que está subyugando las libertades y derechos de las naciones tiene como objetivo introducirse en otros países y continentes con la finalidad de desestabilizar las democracias liberales y el Estado de Derecho”. Por supuesto, de las acciones y actitudes de los gobiernos de presidentes como Piñera, Duque, Bolsonaro, entre otros, no dicen nada, ni de las masacres en cárceles de Ecuador, persecución de indígenas y vulnerables en Brasil. A estos, ni los consideran.
El odiado comunismo
Con el riesgo del comunismo por bandera, Abascal se reunió en México con miembros del PAN, partido de la oposición al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, registraron la marca Vox en el país, pero no tuvieron demasiado éxito. Lo resumió así el presidente mexicano en una de sus conferencias de prensa diarias que denomina “mañaneras”: “Ayer vinieron unos extremistas de España, de Vox. Se reunieron con el PAN. Porque son lo mismo. Nada más que los del PAN simulaban ser demócratas. Y no. Son conservadores y ultras. Casi fascistas”. AMLO, como se le conoce, definió a los políticos de Vox de “autoritarios, clasistas y corruptos”. “Es como un retoño del franquismo”, explicó a sus oyentes.
Con ánimo conquistador, en su cruzada contra el comunismo, Abascal visitó también Ecuador, Colombia –donde contaron con el respaldo, cómo no, del expresidente Alvaro Uribe–, Nicaragua o Perú, acompañado de su no menos extremo escudero el periodista Hermann Tertsch, entre otros miembros de Disenso. Precisamente Tertsch exponía en declaraciones de prensa a un medio afín, Libertad Digital, que "Cuba es la cabeza de la serpiente" que se está extendiendo por Iberoamérica y que alcanza también a Europa a través de Podemos. El eurodiputado denunciaba que la UE se abstiene de intervenir y señalaba a Josep Borrell, Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, como cómplice con el régimen de Venezuela y Perú. En este último país, el 23 de septiembre, los representantes de la fundación de Vox se reunieron con los partidos de la oposición en el propio Congreso.
Para la periodista y ensayista estadounidense Anne Applebaum, que es experta en organizaciones ultraderechistas, lo que está haciendo el partido de Abascal es un plan de internacionalización. “Están muy interesados en tener alianzas internacionales que ayuden a ese tipo de partidos a nacer en otros lugares”, declaraba al diario El País.
Son señales, diría yo, muestras de una estrategia que no es espontánea ni solitaria, como no lo fue hace unos años la formación de estos grupos neofascistas por Europa y el asalto del poder que iniciaron en cada rincón posible del continente. No hicimos nada entonces y temo que, si no actuamos ahora, se harán más fuertes e irán consiguiendo nuevas cotas de gobierno, más autoridad. El presidente del Congreso debía haber sido más expeditivo para dejar claras las cosas en adelante. No es suficiente con un apercibimiento. El alcalde de Córdoba tenía que haber quitado la palabra a la concejala insolente. La exigencia de respuestas que protejan a la ciudadanía debe formularse por esta, no a los extremistas sino a los grupos políticos y gobiernos que creen en la democracia, lo que significa trabajar por todos, obteniendo cotas reales de bienestar que hoy hemos perdido por el egocentrismo político general. Con ello, el cordón de contención de la extrema derecha será una realidad y no un problema.
El ejemplo alemán
En las recientes elecciones alemanas, la ultraderecha ha bajado en votos y diputados. Los analistas consideran que el cordón sanitario que el resto de los partidos y los medios informativos impusieron en torno a Alternativa por Alemania (AfD) ha tenido mucho que ver con ese descenso. Más aún, según los analistas, se ven abocados a la irrelevancia al no estar presentes en la intención de pacto alguno, tal y como señalaba Ángel Munarriz en infoLibre en un interesante artículo que destacaba de la mano de diferentes expertos cómo la principal diferencia entre el español Vox y AfD radica en la respuesta política e institucional; en el tratamiento de la ultraderecha como un problema para la seguridad del Estado y en un compromiso de la sociedad alemana.
El huevo de la serpiente es el título de una película de 1977 de Ingmar Bergman cuyo argumento se desarrolla en Berlín durante los años 20 del pasado siglo. En ella el personaje de un científico afirmaba que era posible predecir el futuro de Alemania, comparándolo con un huevo de serpiente. A través de la fina cáscara se observa al reptil. Era una metáfora del avance del totalitarismo nazi en el horizonte frente a las orejeras de buena parte de la población que rechazaba las evidencias y se regodeaba en la indiferencia.
El hombre que segó la vida del estudiante hace apenas unos días; los diputados y concejales que ostentan agresividad verbal y mala educación en sedes de soberanía popular; quienes cruzan el océano para impartir doctrina amparados en un mensaje virulento contra un enemigo declarado y señalado, han aparecido en nuestras vidas en muy poco tiempo y pretenden proyectar su ideología sobre millares de ciudadanos hasta ahora libres de mensajes de un odio concentrado y muy peligroso. Sus ideas y sus intenciones no son nuevas. Son esas serpientes parapetadas en sus huevos, listas para eclosionar e inocular el veneno de la intolerancia.
___________________________
Baltasar Garzón es presidente de FIBGAR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.