Hoy me tomo vacaciones y no voy a escribir comentarios sobre noticias. Creo que con las dosis de mierda que llevamos encima tod@s merecemos un respiro y presentaros un trabajillo que en 1995 me publicó el Ayuntamiento de Zaragoza en una antología poética. Es un micro poemario que titulé El Maestro Interior y que con el tiempo y la experiencia he ido remodelando y tuneando. Y ahí va, repartido en dosis también, por si sirve de algo...
I
Sin saber qué buscaba, Él/Ella/Ello me encontró.
Me condujo en silencio refrescando mis manos
ardientes de escarbar y buscar,
de interrogar al aire.
Sí, me condujo -y yo no lo entendía-
y dirigió mis pasos. Sabiamente.
A través de aquel lúcido astrolabio
navegando planisferios flexibles,
transitamos espacios estelares
como auroras. Telúricos dominios
que despiertan la Vida en todos los rincones
aun en los más estrechos e imposibles.
Ahondamos en el pozo del sentido
saltando las hogueras de la noche
y bebimos la savia de la tierra.
Pero no era bastante.
Porque la brasa interna
quemaba las entrañas de la sangre
De repente no estaba
y todo era su ausencia
en medio de aquel túnel tan oscuro y confuso.
Era muy tarde.
Rechinaba el vacío rebosante
desgastando caminos agotados
bajo los pies dolientes
con pasos exiliados, sin hallar un refugio mejor
que el miedo y el cansancio.
Perdida en el origen ignorado,
olvidados los ojos y las gafas de ver
bajo el párpado insomne de un desierto sin fin,
donde todo era noche sin techo ni paredes
ni un hueco protector donde sentir al menos
el pulso familiar de la materia.
Ya no quedaba en mí ni un pétalo de luz,
ni un sorbo de color, ni un signo de otra cosa
que no fuese el vacío.
¿Dónde estaba aquel dios
del que tanto me hablaron desde niña,
su gracia y su piedad, su 'salvación',
su gloria y su poder,
que estaba hasta en la sopa,
bendiciéndolo todo,
con su trono de jefe omnipotente
ahora que el territorio del vacío y de su angustia
se me cortaba al borde de la nada?
De repente aceptaba, más que pensando
siendo,
que el fin de aquel trayecto
era la única puerta de la liberación,
del no preguntar más para llegar a ser
y ser por fin aquello que nació
para encontrar más vida en abundancia
con sentido y caminos renovables
que nunca manipulan ni amenazan.
Supe, así, de repente, sin que me predicasen,
que era lo inevitable
de un cambio radical en mi propia sustancia
sin billete de vuelta, ni comidas de tarro
sentenciadas.
Y entonces claudiqué. Y me dejé morir,
sentí lejos, tan lejos como ajena
aquella pegatina bautizada,
mis chips estrafalarios,
todas mis contraseñas, mi fe, mi convicción
y mi esperanza, toda la muerte inútil
de aquello que era "yo" , la personalidad
sin individuar ni llegar al Nosotros,
disolviéndome entera en ese inmenso abismo
de donde nada y nadie te puede rescatar,
infinito derrumbe sin fronteras
ni dique al que agarrarse
del que jamás, por cierto, hablan los catecismos.
Ni telegram ni washap, ni redes ni monsergas
te sirven de coartada.
Todo lo conocido es simplemente eso,
la indescriptible fosa de la nada.
Mientras me disolvía en el abismo
aprendiendo a morir,
sin pena que llorar ni gloria que gozar,
ni nada que decir,
resultó, que allí estaba: en el fondo de mí,
la bondad infinita de Su abrazo
sanando mis heridas, lavando mis
churretes y legañas,
ajustando mis huesos con la tuerca bendita
de otra vida y con los alicates del milagro
-que no es magia ni truco de los magos,
al contrario,
la magia es la patraña inducida
que deslumbra y confunde para comer el tarro
y luego, sacar pasta del engaño-. (Y ojito,
en no enlodarse con el fango)
Y allí estaba conmigo en el proceso,
bajo la costra negra de la nada,
en el centro sutil
donde solo esa luz, que es nuestra luz también,
nos acompaña, sin que nos demos cuenta
hasta que se despierta la conciencia,
sin que espacios ni tiempos intervengan
ni nadie nos predique su indulgencia
ni miedo a su dureza incompatible
con el amor que la acogida irradia .
Resultó que allí estabas, mi huella era tu huella
traspasando mi ser, sosteniendo mi alma,
respirando en mi cuerpo, al fin, resucitado.
Y tu abrazo era el agua, manantial transparente,
saltarina cascada
para regar la tierra de secano, que no muerta,
en que sembrar cosechas necesarias,
haciendo del deseo un compromiso eterno
de bienaventuranza.
Todo sin religiones de por medio
y poniendo a parir divinidades
con las que nos confunden
y nos matan
sin nacer ni crecer en esa esencia:
el sorprendente amor que es la casa de todos,
nuestra casa!
II
No me voy a instalar en el terrado - y tú lo sabes-
aunque no digas nada. Con tu mirada basta.
Ni esperaré a que el aire de la tarde
sacuda las verbenas y los lirios.
Tampoco quiero dormirme con los gatos
y esperar que aparezcan ratones que cazar,
si soy vegetariana.
No dejaré que la vida se escape entre mis dedos
como si fuera un pájaro noctívago y furtivo.
Es demasiado intensa
para que yo la esconda en los baúles
-y tú también lo sabes, porque todo conoces
porque a todos nos amas-
Por eso siempre esperas, hasta el último instante
para darle la vuelta a "lo de siempre".
Porque tú siempre esperas
en esta soledad tan nutritiva y bien acompañada,
en ese mar dorado de tu cuerpo infinito
con el que nos engendras y compañas,
en el que caminamos al ritmo de la Vida
que tu también regalas y dejas discurrir
de mano en mano, de pisada en pisada,
hasta que un día cualquiera espantoso al principio
y con final feliz, te descubrimos.
Tantas veces, Amor, al truculento borde de la nada.
Pero no basta el flash de salvación
en las urgencias.
Ni nos salva por siempre y para siempre
el momento/milagro del rescate al instante.
Hace falta una dieta, un ejercicio,
un reconocimiento mutuo que no pare,
un cambio que nos cambie
los dentros y los fueras,
la predisposición, las emociones,
la mente, la conciencia, el sentimiento...
otra forma de ser, otro talante
que bendiga la vida
mientras al fin creamos entre tod@s
la base inaugural de un mundo nuevo
donde la eternidad resulta
el verdadero cambio inagotable
que en el amor germina,
pardójicamente, irrepetible.
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