Carteles como espadas
“Si tienen razón, si la historia les ha dado la razón, ¿por qué no están tranquilos? ¿de qué tienen miedo?”
El mismo día en el que son llevados ante la Justicia los
presuntos responsables del asesinato terrorista de unos artistas por una
de sus obras de humor crítico, las gentes sin humor sacan sus espadas
para ajusticiar al autor de un cartel promocional de una obra que trata
también sobre las víctimas de otro terrorismo. Los círculos de la vida
siempre acaban en el mismo sitio y plantean las mismas preguntas: ¿se ha
entendido que la libertad de expresión artística no debe tener casi
ningún límite? ¿sólo hay una forma de ser víctima? ¿son peores víctimas
los dibujantes de Charlie Hebdo que hoy han vuelto a publicar las viñetas de Mahoma que las que acusan de humillación a un cartel de una serie de televisión?
Las polémicas en torno a las obras de creación o a su
presentación y promoción constituyen sin duda la más nauseabunda
plasmación contemporánea de la censura. Supongo que los responsables de
marketing de las plataformas audiovisuales ya han aprendido que es la
mejor forma de poner en órbita sus estrenos, pero a mí no me importa la
polémica en sí sino lo que se deriva de la misma. Leí "Patria" en su
día. No me gustó. Literariamente es correcta, no magistral desde luego, y
en cuanto al relato en sí me pareció simplista y hábilmente construido
sobre el relato mayoritariamente deseado. Eso es una baza de triunfo
segura, totalmente lícita por parte del autor. Me parece demasiado
sencillo que tantas décadas de sufrimiento y de desgarro social se
justifiquen por la acción de unos personajes que siendo presentados como
malos parecen ser intelectualmente inexistentes. Es una tentación
pensar que los que cruzaron la muga y se echaron en brazos del terror
eran tan simples como los dibuja Aramburu y a mucha gente le gusta creer
en ello.
El que está condenado a repetir el pasado no es quien no lo
recuerda sino quien no lo comprende, nos advierte Giglioli con razón.
Por eso, para comprender es preciso interesarse por todas las
perspectivas y es lícito que todos los autores de ficción recreen esa
compleja realidad desde el punto de vista que deseen para explicar su
historia. Su historia, oigan, no la historia. Por eso leí a Aramburu
pero también he leído mucho a Atxaga, gran escritor, o a Urretabizkaia y
leeré todas aquellas novelas bien escritas que me interesen tengan la
perspectiva que tengan. ¿Es mejor novela Patria que El hombre solo? Para mí no, pero para pronunciarse hay que leer ambas. Los autores no engañan y son claros sobre el lugar desde el que miran.
De hecho, el propio Aramburu me ha dado la razón en mi crítica
literaria casera al afirmar hoy que el cartel anunciador de la serie
"incumple una norma que yo me impuse a mí mismo cuando escribí: no
perder de vista el dolor de las víctimas" y, en ese sentido, el
ilustrador de HBO propone en su representación visual algo que la obra
no cumple por expreso deseo del autor: que hubo muerte y aniquilación y
que el Estado cometió el error en ocasiones de comportarse como los
propios asesinos. Todo autor tiene derecho a contar historias
relacionadas con toda la realidad o incluso con su fantasía, porque en
eso consiste la esencia de la ficción. Tiene derecho a hacerlo sin ser
colocado en ninguna picota y todos los ciudadanos tienen derecho a su
vez a acceder o no a su obra, a aplaudirla, a criticarla o incluso a
despreciarla. Sólo cuando la sociedad vuelva a entender mayoritariamente
que un escritor puede escribir lo que le dé la gana y un cineasta
contar la historia que quiera, entonces volveremos a donde ya estuvimos.
Una sociedad que acepta encantada la perspectiva del asesino en Joker
pero que fustigaría sin piedad a quien intentara adoptarla en otros
contextos.
"La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga
prestigio, exige escucha y activa un potente generador de identidad, de
derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la
inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser
culpable o responsable de algo", escribe Giglioli. Esta mitología de la
víctima es llevada al apogeo en nuestro país por determinados sectores
que se sienten así imbuidos y contagiados de su capacidad de generar
identidad, inocencia, relato y verdad. Estando en esa posición de
supremacía mitológica, la víctima por ellos elegida -la del terrorismo,
la del depredador sexual, la de la denuncia falsa, la del ataque del
odio radical- ésta puede convertirse fácilmente en un elemento de acción
política incontestable. Me pasó el otro día con la madre de un guardia
civil herido en un bar de Altsasu, a la que tras un discurso de diez
minutos, en el que se centró en atacar al vicepresidente Iglesias y a la
ministra Montero y su partido, no pude por menos que recordar que
estaba hablando de política y que, en ese campo, su opinión es tan
válida o tan irrelevante como la de cualquiera. Pero ese plus de
legitimidad política y de imposible crítica a su discurso, se le ha
concedido también en este país a los padres de dos niñas salvajemente
violentadas y asesinadas -ambos tienen un discurso político claro- o a
las asociaciones de víctimas del terrorismo a las que la derecha ha
tutelado desde la época de Aznar y varios de cuyos dirigentes pasaron a
las filas populares.
La tesis consiste en que si diferenciar el bien del mal es
siempre complejo, el que está con la víctima no se equivoca. No se
equivoca en su dolor ni en su necesidad de Justicia, pero pueden hacerlo
actuando en otros campos. Cuando la AVT se reúne con la Fiscalía en un
encuentro de cortesía institucional y le llevan de forma tangencial lo
que consideran "indicios para ilegalizar a Bildu", sin que de facto los
haya, y cuando lo hacen llegar a la prensa para que presente tal acción
como una prueba que la fiscal general del Estado debe superar, entonces
están haciendo política, muy parecida a la de cierto partido de la
ultraderecha, y su acción debe ser contemplada desde esa perspectiva.
Les recomiendo el ensayo de Giglioli, que está escrito "para las
víctimas que no quieran seguir siéndolo". Es lo que han hecho los
responsables de Charlie Hebdo con su republicación de las caricaturas de
Mahoma y lo que hizo Lançon, uno de los supervivientes, con su novela
“El colgajo”, que les recomiendo. Todos ellos, como Aramburu, tenían
derecho a crear libremente y todos nosotros tenemos derecho a que nos
enriquezca toda perspectiva que deseamos afrontar.
Si mantenemos el espíritu de que no sea única ni exclusivamente
la que deseamos oír, seremos algún día una sociedad mejor.
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