LAS IZQUIERDAS
Resentimiento, resignación: dar una oportunidad a la esperanza
- Pasar de la “conquista de los cielos” a defender la democracia y la vigente constitución, es mucho en tan poco tiempo
Solía
decir el viejo Lukács que cuando pensaba mal o sobre el mal, se
acordaba siempre de Nietzsche. A mí me pasa igual; quizás mi diferencia
con él es que creo que lo que dice el filósofo alemán tiene asiento en
la realidad. No todo, por supuesto, pero sí una parte que acompaña a
todas las revoluciones, a todas las contrarrevoluciones, a las guerras
civiles. Su tesis es conocida: la tradición judeo-cristiana, socialista,
se basa en el resentimiento contra los señores, los nobles; es moral de
esclavos, que invierten los valores, los transforman para ocultar su
falta de grandeza, su arribismo, su envidia, su odio a los mejores. El
tema lo estudió muy bien Max Scheler y aquí el viejo Unamuno y, de otra
forma, Gregorio Marañón.
No se trata ahora de hacer un balance filosófico de la cuestión, solo ponerla en juego relacionándola con los humores sociales; mejor dicho, con los cambios de humores sociales que se empiezan a intuir en la complicada realidad española. Estamos pasando de la indignación al resentimiento, donde se mezclan frustración social, un miedo que carcome las almas y una inseguridad que bloquea un futuro que se atisba como un mal que agita el horizonte oscuro. Malas reflexiones para estos días; quizás por esto merece la pena mirar la realidad con ojos limpios, una realidad, dicho sea de paso, que oculta conflictos cada vez más evidentes ante un sistema político, por decirlo así, pillado con alfileres. Estructura y sobre-estructura bailan y el palacio flota. Los que mandan están cada vez más solos y, por abajo, el humor social se agita y cambia.
Este país vivió la esperanza de una minoría muy amplia con el apoyo de la gran mayoría. El 15M fue una ilusión colectiva de una sociedad que quería cambiar y que creía que era posible. El territorio era el de la democracia y el enemigo era claro y visible: los grandes poderes económicos. Las gentes se dieron, de pronto, cuenta de lo que intuían, que la democracia puede poco, que hay “poderes salvajes” que nos controlan la vida, que mandan más que nosotros y que nos imponen, por derecho o por las malas, sus decisiones. La denuncia fue dura y clara contra la Europa del capital, contra la banca, las eléctricas, el IBEX 35, los fondos buitres, las inmobiliarias; es decir, contra un capitalismo depredador que ponía en peligro los derechos sindicales y laborales, las pensiones, los servicios públicos, que de nuevo hacía de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo la salida a una crisis percibida como una gigantesca estafa. Aquello que se aprendió, es que, periódicamente, el capitalismo monopolista financiero requiere expropiar derechos, libertades, patrimonios.
La indignación, su propia existencia, era una señal de vitalidad democrática. Las gentes reaccionaban y lo hacían denunciando las injusticias del presente y apostando por una “democratización de la democracia”. Hubo mucha ingenuidad y sobraron métodos y formas que bloqueaban el camino y que impedían el avance, pero el contenido era bueno. Se hablaba de una nueva Constitución y de un proceso constituyente, de garantizar los derechos sociales, de poner coto al poder de las eléctricas, de la banca; de poner fin a las contrarreformas laborales y de situar a la ciudadanía en el centro de la vida pública. Cuando surgió Podemos, pensábamos que se construía un movimiento político para la alternativa. Se sabía de sus dificultades, de sus enormes desafíos y de las insuficiencias de un equipo dirigente que tenía que hacerlo todo y rápidamente. Los poderes reaccionaron con enorme virulencia; usaron todos los instrumentos posibles para derrotar el movimiento político y matar a una fuerza democratizadora como fue el 15M.
Es una vieja historia. Alfonso Ortí nos lo ha contado muchas veces: ciclos de democratización, de movilización social que han terminado teniendo que escoger entre nuevas restauraciones, golpes de estado o guerras civiles. Ahora, de nuevo, estamos en las mismas: aceptar lo menos malo y conformarnos con reformar lo poco reformable del sistema. Hay novedades, siempre las hay. Una Unión Europea garante, en último término, del poder de los grandes monopolios económicos, de obstáculo insalvable al cuestionamiento de las políticas neoliberales, constitucionalizadas y convertidas en obligatorias para todos los Estados, más allá y en contra de las propias constituciones. Seguimos estando en el marco de la OTAN que condiciona nuestra soberanía, al servicio siempre de una administración norteamericana que está cambiando sus prioridades y que trata con enorme desprecio a sus aliados.
El mal menor puede terminar siendo el mal mayor. La hipótesis es que con una operación transformista se puede mejorar la calidad y cualidad del régimen. Es un supuesto optimista. La crisis de régimen sigue existiendo y se está convirtiendo en una grave crisis de Estado. Someter a España a una crisis existencial tendrá consecuencias enormes y lo cambiará todo; de hecho, ya lo está cambiando. El problema es que el cuestionamiento ya no viene desde y por la democracia, desde la defensa del Estado social, desde la constitucionalización de los derechos. Resentimiento y miedo es una mala combinación. La crítica a la política, a los políticos y a la ineficacia de la democracia se hace desde un territorio ambivalente, donde el autoritarismo, el desprecio a los valores del movimiento obrero, a sus derechos, se mezcla con una sensación de derrota y de impotencia de que las cosas puedan mejorar. Cuando se frustran las expectativas de cambios políticos, la realidad también se modifica. La desmovilización existente señala hasta qué punto los “efectos morbosos” de la política está cambiando el humor social.
Lo inquietante es que la frustración está llevando al resentimiento. Indignación y resentimiento son cosas diferentes. La primera significó la toma de conciencia de un conjunto de injusticias que un estado democrático no debería soportar; fue una pasión justiciera que pretendió cambiar el sistema evitando la violencia e imponiendo nuevas normas. El resentimiento interioriza la frustración, convierte la impotencia en odio, en desprecio a lo existente. Es una reacción negativa que quema todo lo que toca y que pudre cualquier posibilidad de cambio verdadero en un sentido democrático-republicano. La frustración del cambio marcará duraderamente nuestra sociedad. Su primera consecuencia será ahogar la voz de los de abajo, de las clases trabajadoras; después, como en tantas partes, la disputa por su alma, por su conciencia y destino y, más allá, el protagonismo de una agenda que ya no tendrá como sujeto a las clases subalternas, convertidas en masa de maniobra.
La otra cara es la resignación. Pasar de la “conquista de los cielos” a defender la democracia y la vigente constitución, es mucho en tan poco tiempo. Cambiar de la ofensiva a la defensiva, de la guerra de maniobras a la de posiciones y hacerlo gobernando con el PSOE es demasiado, también para una fuerza como UP. Las debilidades de este gobierno son enormes. Paradójicamente, su principal fuerza es… la potencia y la estrategia de la derecha. Se ha visto claramente en estos días: las derechas, no solo se oponen a un gobierno moderado programáticamente y hegemonizado por el social liberalismo, sino que impugna su legitimidad democrática. No es la primera vez que esto ocurre, pero nunca se ha hecho teniendo 52 parlamentarios de una fuerza neofranquista.
Para bien o para mal, el futuro de la izquierda española estará marcado por este gobierno. Mi opinión es conocida y no abundaré sobre ella. Solo indicar que, si fracasa, no habrá línea de resistencia alguna a un futuro gobierno de la extrema derecha y de la derecha extrema con un programa neoliberal puro y duro que cuestionará los derechos sociales consagrados en la Constitución española. Vox, hoy por hoy, no es un partido populista de derechas, no aspira a ser la alternativa al PP sino a cambiarlo; es decir, acentuar sus rasgos más extremistas y autoritarios. Por lo pronto, las derechas van a ganar las calles y van a propiciar una estrategia institucional de bloqueo de los cambios posibles. El futuro gobierno deberá reconocer el escaso entusiasmo que genera y sus muchas carencias. No ha sido el producto de la lucha social ni refleja una base política y electoral movilizada y entusiasta.
El gobierno para el cambio está obligado a propiciar el empoderamiento y la participación política desde el conflicto social y no frente a él, realizando las reformas cruciales en poco tiempo con el objetivo implícito de conquistar apoyos, de dar seguridad de que las transformaciones se van a hacer y tensionando todas las fuerzas disponibles. Desde la acción de gobierno, desde lo que se hace realmente, construir un bloque social alternativo. Sé que no será fácil, pero también sé que es la única posibilidad para construir una esperanza concreta. Unidas Podemos debería de ser algo más que el apoyo al gobierno de la izquierda fortaleciéndose como organización en la lucha social y en enfrentamiento con las derechas; a la vez, propiciar alianzas sociales, profundizando los vínculos con la sociedad civil. Pensar en grande es hoy una necesidad imperiosa; la clave, un proyecto alternativo de país que genere protección, seguridad y confianza en el futuro de España.
No se trata ahora de hacer un balance filosófico de la cuestión, solo ponerla en juego relacionándola con los humores sociales; mejor dicho, con los cambios de humores sociales que se empiezan a intuir en la complicada realidad española. Estamos pasando de la indignación al resentimiento, donde se mezclan frustración social, un miedo que carcome las almas y una inseguridad que bloquea un futuro que se atisba como un mal que agita el horizonte oscuro. Malas reflexiones para estos días; quizás por esto merece la pena mirar la realidad con ojos limpios, una realidad, dicho sea de paso, que oculta conflictos cada vez más evidentes ante un sistema político, por decirlo así, pillado con alfileres. Estructura y sobre-estructura bailan y el palacio flota. Los que mandan están cada vez más solos y, por abajo, el humor social se agita y cambia.
Este país vivió la esperanza de una minoría muy amplia con el apoyo de la gran mayoría. El 15M fue una ilusión colectiva de una sociedad que quería cambiar y que creía que era posible. El territorio era el de la democracia y el enemigo era claro y visible: los grandes poderes económicos. Las gentes se dieron, de pronto, cuenta de lo que intuían, que la democracia puede poco, que hay “poderes salvajes” que nos controlan la vida, que mandan más que nosotros y que nos imponen, por derecho o por las malas, sus decisiones. La denuncia fue dura y clara contra la Europa del capital, contra la banca, las eléctricas, el IBEX 35, los fondos buitres, las inmobiliarias; es decir, contra un capitalismo depredador que ponía en peligro los derechos sindicales y laborales, las pensiones, los servicios públicos, que de nuevo hacía de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo la salida a una crisis percibida como una gigantesca estafa. Aquello que se aprendió, es que, periódicamente, el capitalismo monopolista financiero requiere expropiar derechos, libertades, patrimonios.
La indignación, su propia existencia, era una señal de vitalidad democrática. Las gentes reaccionaban y lo hacían denunciando las injusticias del presente y apostando por una “democratización de la democracia”. Hubo mucha ingenuidad y sobraron métodos y formas que bloqueaban el camino y que impedían el avance, pero el contenido era bueno. Se hablaba de una nueva Constitución y de un proceso constituyente, de garantizar los derechos sociales, de poner coto al poder de las eléctricas, de la banca; de poner fin a las contrarreformas laborales y de situar a la ciudadanía en el centro de la vida pública. Cuando surgió Podemos, pensábamos que se construía un movimiento político para la alternativa. Se sabía de sus dificultades, de sus enormes desafíos y de las insuficiencias de un equipo dirigente que tenía que hacerlo todo y rápidamente. Los poderes reaccionaron con enorme virulencia; usaron todos los instrumentos posibles para derrotar el movimiento político y matar a una fuerza democratizadora como fue el 15M.
Es una vieja historia. Alfonso Ortí nos lo ha contado muchas veces: ciclos de democratización, de movilización social que han terminado teniendo que escoger entre nuevas restauraciones, golpes de estado o guerras civiles. Ahora, de nuevo, estamos en las mismas: aceptar lo menos malo y conformarnos con reformar lo poco reformable del sistema. Hay novedades, siempre las hay. Una Unión Europea garante, en último término, del poder de los grandes monopolios económicos, de obstáculo insalvable al cuestionamiento de las políticas neoliberales, constitucionalizadas y convertidas en obligatorias para todos los Estados, más allá y en contra de las propias constituciones. Seguimos estando en el marco de la OTAN que condiciona nuestra soberanía, al servicio siempre de una administración norteamericana que está cambiando sus prioridades y que trata con enorme desprecio a sus aliados.
El mal menor puede terminar siendo el mal mayor. La hipótesis es que con una operación transformista se puede mejorar la calidad y cualidad del régimen. Es un supuesto optimista. La crisis de régimen sigue existiendo y se está convirtiendo en una grave crisis de Estado. Someter a España a una crisis existencial tendrá consecuencias enormes y lo cambiará todo; de hecho, ya lo está cambiando. El problema es que el cuestionamiento ya no viene desde y por la democracia, desde la defensa del Estado social, desde la constitucionalización de los derechos. Resentimiento y miedo es una mala combinación. La crítica a la política, a los políticos y a la ineficacia de la democracia se hace desde un territorio ambivalente, donde el autoritarismo, el desprecio a los valores del movimiento obrero, a sus derechos, se mezcla con una sensación de derrota y de impotencia de que las cosas puedan mejorar. Cuando se frustran las expectativas de cambios políticos, la realidad también se modifica. La desmovilización existente señala hasta qué punto los “efectos morbosos” de la política está cambiando el humor social.
Lo inquietante es que la frustración está llevando al resentimiento. Indignación y resentimiento son cosas diferentes. La primera significó la toma de conciencia de un conjunto de injusticias que un estado democrático no debería soportar; fue una pasión justiciera que pretendió cambiar el sistema evitando la violencia e imponiendo nuevas normas. El resentimiento interioriza la frustración, convierte la impotencia en odio, en desprecio a lo existente. Es una reacción negativa que quema todo lo que toca y que pudre cualquier posibilidad de cambio verdadero en un sentido democrático-republicano. La frustración del cambio marcará duraderamente nuestra sociedad. Su primera consecuencia será ahogar la voz de los de abajo, de las clases trabajadoras; después, como en tantas partes, la disputa por su alma, por su conciencia y destino y, más allá, el protagonismo de una agenda que ya no tendrá como sujeto a las clases subalternas, convertidas en masa de maniobra.
La otra cara es la resignación. Pasar de la “conquista de los cielos” a defender la democracia y la vigente constitución, es mucho en tan poco tiempo. Cambiar de la ofensiva a la defensiva, de la guerra de maniobras a la de posiciones y hacerlo gobernando con el PSOE es demasiado, también para una fuerza como UP. Las debilidades de este gobierno son enormes. Paradójicamente, su principal fuerza es… la potencia y la estrategia de la derecha. Se ha visto claramente en estos días: las derechas, no solo se oponen a un gobierno moderado programáticamente y hegemonizado por el social liberalismo, sino que impugna su legitimidad democrática. No es la primera vez que esto ocurre, pero nunca se ha hecho teniendo 52 parlamentarios de una fuerza neofranquista.
Para bien o para mal, el futuro de la izquierda española estará marcado por este gobierno. Mi opinión es conocida y no abundaré sobre ella. Solo indicar que, si fracasa, no habrá línea de resistencia alguna a un futuro gobierno de la extrema derecha y de la derecha extrema con un programa neoliberal puro y duro que cuestionará los derechos sociales consagrados en la Constitución española. Vox, hoy por hoy, no es un partido populista de derechas, no aspira a ser la alternativa al PP sino a cambiarlo; es decir, acentuar sus rasgos más extremistas y autoritarios. Por lo pronto, las derechas van a ganar las calles y van a propiciar una estrategia institucional de bloqueo de los cambios posibles. El futuro gobierno deberá reconocer el escaso entusiasmo que genera y sus muchas carencias. No ha sido el producto de la lucha social ni refleja una base política y electoral movilizada y entusiasta.
El gobierno para el cambio está obligado a propiciar el empoderamiento y la participación política desde el conflicto social y no frente a él, realizando las reformas cruciales en poco tiempo con el objetivo implícito de conquistar apoyos, de dar seguridad de que las transformaciones se van a hacer y tensionando todas las fuerzas disponibles. Desde la acción de gobierno, desde lo que se hace realmente, construir un bloque social alternativo. Sé que no será fácil, pero también sé que es la única posibilidad para construir una esperanza concreta. Unidas Podemos debería de ser algo más que el apoyo al gobierno de la izquierda fortaleciéndose como organización en la lucha social y en enfrentamiento con las derechas; a la vez, propiciar alianzas sociales, profundizando los vínculos con la sociedad civil. Pensar en grande es hoy una necesidad imperiosa; la clave, un proyecto alternativo de país que genere protección, seguridad y confianza en el futuro de España.
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