Es la democracia la que se tambalea...
Hemos fracasado, porque el único adoctrinamiento en el que no debíamos haber cejado durante cuarenta años es el adoctrinamiento en los principios democráticos y en el significado de las instituciones jurídico-políticas en las que se asientan
Queda muy poca gente con sensibilidad democrática y muchos de ellos hoy optan por vivir enajenados, porque son conscientes de que hay muchos mundos, a pesar de que todos estén aquí
"Nulli vendemus, nulli negabimus aut differimus, rectum aut justitiam"
W.V.O Quine
W.V.O Quine
Alguien
tiene que decirlo. No es la integridad de un territorio fruto de la
historia y la casualidad lo que se tambalea. No es cierto. Es la misma
esencia de la democracia lo que peligra, ya no solo en las redes
sociales o en la propaganda, sino en el mismo espacio político y hasta
en el púlpito del pueblo. Hay que decirlo. No, las generaciones más
preparadas de la historia no son tal. Una filfa más. No lo son. Alguien
olvidó enseñarles y grabarles a fuego en el alma, en el corazón y en las
entrañas la misma esencia de la libertad, de la igualdad y de la
fraternidad. Un error imperdonable. Y miren que yo no estudié a
Tocqueville sino en una universidad del Opus Dei, pero es que la
generación de espíritus críticos y la adopción de los principios
esenciales de una sociedad democrática no entienden de ideologías. No.
Solo distinguen entre demócratas y totalitarios. Hay gente de ambas
condiciones en todas las adscripciones políticas. Ahora esto es más
evidente. España zozobra de democracia y esto es lo más grave que nos
sucede. No hay nada que deba preocupar más. Es tarde para preguntarnos
por qué creemos que "los preparaos" son los que saben diseñar centrales
térmicas, o robots, u operar a corazón abierto, sin que hayamos
comprobado si son capaces de entender cuál es la esencia de la vida
democrática y qué se exige de cada uno de nosotros para defenderla.
Todo
esto viene a cuento de que no voy a enredarme en explicarles
técnicamente –que podría– por qué el Tribunal Supremo del Reino de
España está habitado por unas personas que se consideran las más
poderosas no solo de este país, sino también de la Unión Europea. No voy
a hacerles trampas procesales ni fuegos de artificio leguleyo. Solo voy
a explicarles por qué es imprescindible e imperecedera la idea de cuál
es el origen de la legitimidad democrática, el PUEBLO, y por qué es
irrenunciable la sagrada encomienda del representante electo en un
democracia. No en vano, el legislativo es EL PRIMER PODER y aquel del
que deben emanar todos los demás, dispuestos después de forma que puedan
controlarse para que ninguno pueda existir sin contrapesos. Esta idea
la dejo sobre la mesa sobre todo para uso y disfrute de los miembros del
Poder Judicial. Es que lo han olvidado en su mayoría. Unos porque están
decididos a llevar a cabo grandes hazañas, como si su misión no se
limitara a aplicar la ley sin verse mediatizados por los resultados, y
otros porque no ven por debajo de su nariz y piensan que todas estas
alertas y sofocos van por ellos, ¡pobrecitos, esclavos de la gleba
puñetera!, sin darse cuenta que hace tiempo que sus cúpulas se
sedicionaron de la carrera judicial y cabalgan solo buscando aquello que
consideran mejor para ellos, aunque ahora "ellos" se llame España.
No,
no hay ninguna campaña contra el Poder Judicial desde los medios.
Pobrecitos míos. Eso sería sencillo de lidiar. No. Hay unos individuos
que han decidido hacer de su toga un sayo a sabiendas de que reman a
favor de una mayoría de la opinión pública que les va a disculpar hasta
la torpeza de estimar y desestimar lo mismo en el mismo auto (Llarena de
nuevo).
Yo no soy independentista catalana. Eso es
una obviedad. Fíjense que ni siquiera lo soy vasca y eso que si hay algo
que cada día revive más en mí es el sentimiento de mis orígenes. No. Yo
soy del mundo. Nada en Europa me es ajeno, pero tampoco en
Latinoamérica o en África. Extranjera me siento cuando me sumergen en el
territorio de lo irracional, de lo ilógico, de lo meramente hormonal.
Valga esta confesión solo para hacerles ahora partícipes de mis
zozobras. Es la democracia la que se tambalea. Queda muy poca gente con
sensibilidad democrática y, muchos de ellos, incluso los hacedores de
esa transición imperfecta pero pragmática, hoy optan por vivir
enajenados, porque son conscientes de que hay muchos mundos, a pesar de
que todos estén aquí.
¿Cómo es posible que una
sentencia produzca el mismo efecto si se dicta, si no se dicta, si te da
la razón y si te la quitan? A esta pregunta solo podrá responderles el
Tribunal Supremo, que ha maniobrado hasta el punto de que ahora sepamos
que solo buscaban un objetivo: mantener en prisión a Junqueras. Punto.
Así pues, todo lo demás daba igual. La devaluación que realizan de la
función del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, por más que de
momento el Europarlamento prefiera no hacer causa, es de una gravedad
infinita para una Unión Europea ya golpeada por la estupidez del Brexit.
La forma penal que se ha adoptado para luchar contra el fantasma de la
ruptura de España es, cuanto menos, igual de estúpida y tendrá
consecuencias igual de nefastas si alguien, Gobierno mediante, no lo
remedia.
La inmunidad parlamentaria, sobre la que dan
vueltas y vueltas personas que no entienden ni lo que dicen ni lo que
representan pero que se quieren amarrar a la barca que creen ganadora,
es una barrera que protege nuestra voluntad. La voluntad del pueblo. El
dios de las democracias. No se trata de si vulneramos la de Junqueras,
la de Puigdemont o la de San Periquito del Valle. Se trata de que no
ardamos de indignación ante la burda burla de lo que significa, que eso y
no otra cosa es lo que dice la sentencia del TJUE.
La
retirada del acta de un representante del pueblo, y de los cargos
inherentes, sin mediar sentencia firme y por un mero acto de una
administración a instancias de unos partidos políticos. Tocqueville
ardería en combustión fría. Si eso, además, lo exige a gritos una
aristócrata ¡oh, mon Dieu!, todos los principios explosionan.
Todo
comenzó con aquel tipo que intentaba convencer a las masas de que "los
políticos", encarnados en los diputados, eran "empleados" de la gente a
los que había que ordenar y exigir como a un trabajador esclavo. Eso
empezó a destruir la idea religiosa de la representatividad democrática.
No hay nada más sagrado que un diputado. Lo siento, señores y señoras
jueces que sufrieron mucho empollando una oposición, no hay nada más
sagrado que un diputado ni nada que confiera mayor legitimidad y
dignidad que el refrendo del pueblo soberano.
Hemos
fracasado. Los españoles no tiemblan cuando ven cómo se pisotean sus
derechos en la figura de los electos por la soberanía popular. Me da
igual de qué opción sea. Su dignidad y su legitimidad es la misma. Por
eso sangro cuando oigo, en el templo de la democracia, que no es otro
sino las Cortes, hablar de gobiernos ilegítimos o fraudulentos, justo
antes de que estos sean aclamados y respaldados y consagrados por la
voluntad del pueblo. Hemos fracasado, porque el único adoctrinamiento en
el que no debíamos haber cejado durante cuarenta años es el
adoctrinamiento en los principios democráticos y en el significado de
las instituciones juridico-políticas en las que se asientan. Solo con
recuperar ese sentido estarían justificadas varias carteras
ministeriales.
Es la democracia la que se tambalea
cuando ya la mayoría no es capaz de identificar sus esencias y de
detectar sus violaciones, provengan de donde provengan. Los catalanes no
dieron un golpe de Estado ni el Tribunal Supremo se está sublevando.
Ambos comparten el mismo principio de intentar adecuar y modelar y
retorcer las normas existentes para conseguir sus objetivos futuros.
Gritarlo
es ineficiente. Los que lo saben callan porque les es más cómodo. Los
que no lo saben aúllan porque buscan sus venganzas. Solo Europa podía
salvarnos, y ver cómo a Europa también se la ningunea no es fuente de
esperanza para ningún demócrata.
Cuidado. Es la democracia la que se tambalea.
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