Pusieron el carro delante de los bueyes. Ya ha sido elegida la
persona que tendrá que ser elegida por los que aún no han sido elegidos.
Manuel Marchena será presidente del Consejo General del Poder Judicial porque así lo pactaron Pedro Sánchez y Pablo Casado,
un procedimiento desastroso que hace más gordo aún el arrejuntamiento
de la justicia con la política. ¿Sería acaso mejor que el Consejo y su
presidente fueran elegidos por los propios jueces? Pues no lo creo.
Sería la entronización de un mandarinato, un club aristocrático, cerrado
y conservador.
La elección parlamentaria es mucho más democrática. Lo insoportable de este sistema es lo que desencadena,
que todos, ciudadanos y medios, atornillamos a cada elegido en la
casilla conservadora o progresista, dando por hecho que su condición
sustancial, la de juez, se evapora. Y como si tanto su personalidad como
su valía jurídica o como su obligación independencia desaparecieran ya
para ser sustituidas por la disciplina incondicional al partido que lo
propone. Pero
más insoportable aún, que los propios elegidos
acepten dócilmente este estado de opinión, que los presenta como muñecos
de plastilina o como marionetas de guiñol. Y lo que es peor,
que en el ejercicio de su tarea en el Consejo alimenta muchas veces tan
ofensiva sospecha votando demasiado a menudo en la dirección que marca
su brújula política. Cualquier otro sistema de elección será peor, no lo
dudo, pero este me parece impúdico.
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