George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
domingo, 18 de noviembre de 2018
La lucidez del Profesor Habermas siempre ayuda "a ver más" y mejor
¿Hacia dónde va Europa?
La
Unión Europea vive momentos difíciles. Jürgen Habermas, considerado el
filósofo vivo más influyente, disecciona la deriva peligrosa que está
tomando el proceso de integración
Banderas de Europa a media asta en la sede de la Comisión Europea, en Bruselas, en 2013. Siska gremmelprezafp / GETTY IMAGES
Me han pedido que hable de “Nuevas Perspectivas sobre Europa”, pero no consigo pensar en ninguna, y la descomposición de estilo trumpiano
que está afectando incluso al corazón de Europa me obliga a poner en
tela de juicio las que tenía. Desde luego, la sociedad ha tomado
conciencia de los riesgos que implican los grandes cambios en la
situación mundial, que han alterado las perspectivas sobre Europa y han
obligado a prestar más atención a un contexto mundial en el que, hasta
ahora, los países europeos se sentían casi incuestionablemente a gusto.
En todos los países de Europa está generalizándose la idea de que los
nuevos retos afectan a todos de la misma forma y, por tanto, la mejor
manera de superarlos es juntos. Esta conclusión, sin duda, impulsa el
vago deseo de contar con una Europa políticamente eficaz.
Por
eso, hoy, las élites políticas liberales proclaman con más fuerza que
hay que progresar en materia de cooperación europea en tres ámbitos: en
el apartado de la política exterior y de defensa, exigen un refuerzo
militar que permita a Europa “salir del paraguas de Estados Unidos”;
bajo el lema de una política europea común de asilo, exigen una firme
protección de las fronteras exteriores de Europa y el establecimiento de
unos turbios centros de recepción en el norte de África; bajo el eslogan del “libre comercio”, quieren defender una política comercial europea común tanto en las negociaciones del Brexit
como en las negociaciones con Trump. No sabemos aún si la Comisión
Europea, responsable de dichas negociaciones, tendrá éxito, ni si, en
caso de que no lo logre, los intereses comunes de los Gobiernos de la UE
se vendrán abajo. Pero este es el lado prometedor de la ecuación. El
otro es que el egoísmo de la nación-Estado sigue vivo, e incluso más
consolidado, gracias a las engañosas reflexiones de la nueva internacional populista de extrema derecha
Los avances de las conversaciones sobre una política común de defensa
y una política de asilo, que una y otra vez se desmoronan al hablar de
repartos, demuestran que los Gobiernos dan prioridad a sus intereses
nacionales inmediatos, sobre todo cuantos más problemas tienen con la resaca del populismo de derechas
en sus respectivos países. En algunos, ni siquiera importan ya las
contradicciones entre las huecas declaraciones europeístas y un
comportamiento miope y egoísta. En Hungría, Polonia y la República
Checa, y ahora en Italia, y muy pronto en Austria, seguramente, esa vieja tensión se ha evaporado, sustituida por el nacionalismo abiertamente eurófobo.
Esta situación suscita dos preguntas. ¿Cómo es posible que, en el
último decenio, la contradicción entre la vieja palabrería proeuropea y
la obstrucción de la cooperación necesaria haya llegado a este extremo?
¿Y cómo se mantiene todavía la eurozona, a pesar de que, en todos los
países, está en aumento la oposición populista de derechas a “Bruselas”
y, en el corazón de Europa, en uno de los seis países fundadores de la
Comunidad Económica Europea, incluso gobierna una alianza de populistas
de izquierdas y de derechas con un programa antieuropeo común?
Un mural con el mensaje "El futuro es Europa", en Bruselas.Dario PignatelliBloomberg / Getty Images
En Alemania, desde septiembre de 2015, la cuestión de la inmigración y la política de asilo
domina los medios y preocupa a la población en detrimento de todo lo
demás. Esa obsesión permite tal vez dar una respuesta rápida a la
pregunta sobre la causa fundamental de la creciente ola de
euroescepticismo, que, además, está corroborada por algunos datos en un
país que aún es víctima de las divisiones psicopolíticas provocadas por
una reunificación desigual. Ahora bien, si examinamos Europa en su
conjunto, y especialmente la eurozona en su totalidad, el aumento de la
inmigración no puede ser el factor principal que explique el ascenso del
populismo de derechas. En otros países, el giro de la opinión pública
se produjo mucho antes, tras la controvertida política para superar la
crisis de la deuda soberana provocada por la crisis del sector bancario.
En Alemania, como es sabido, el partido AfD
nació por iniciativa de un grupo de economistas y empresarios en torno
al profesor de Economía Bernd Lucke, gente que temía que la posible
“unión de deudas” acabara siendo una trampa para uno de los principales
países exportadores y que puso en marcha una amplia, polémica y eficaz
campaña contra la amenaza de la sindicación de la deuda. Hace unas
semanas, el décimo aniversario de la quiebra de Lehman Brothers
sirvió para recordar los argumentos sobre las causas de la crisis —¿fue
un fallo del mercado o del Gobierno?— y la política de la devaluación
interna forzosa. En otros Estados miembros de la eurozona, este debate
tuvo mucha repercusión en la opinión pública, pero aquí, en Alemania,
tanto el Gobierno como los medios le quitaron importancia.
“El egoísmo de la nación-Estado sigue vivo gracias a la nueva internacional populista de extrema derecha”
Alemania, a solas
En el debate internacional entre los economistas, las voces más críticas contra las políticas de austeridad impulsadas por Schäuble y Merkel,
que fueron sobre todo anglosajonas, tuvieron poco eco y escasa
valoración en las páginas de economía de los principales medios
alemanes, igual que tampoco las de política prestaron mucha atención a
los costes sociales y humanos de esas políticas, y no solo en países
como Grecia y Portugal. En algunas regiones europeas, la tasa de desempleo está todavía casi en el 20%, y la tasa de paro de los jóvenes es casi el doble.
Si a los alemanes nos preocupa hoy la estabilidad democrática en
nuestro país, debemos recordar también la suerte de los llamados “países
rescatados”: es un escándalo que, en la casa sin terminar de la Unión
Europea, una política tan draconiana, que tanto afectó a la red de
bienestar social de otros países, careciera de la legitimidad más
básica, al menos en comparación con nuestros criterios democráticos
habituales. Y esa es una herida aún abierta en muchos pueblos de Europa.
Dado que, en la UE, la opinión pública política se forma exclusivamente
dentro de las fronteras nacionales y que esas opiniones de distintos
Estados no están todavía a disposición unas de otras, durante estos 10
años se han consolidado relatos contradictorios sobre la crisis en los
diferentes países de la eurozona. Esos relatos han envenenado gravemente el clima político,
porque cada uno llama la atención sobre sus propios problemas
nacionales e impide tener esa perspectiva común sin la que es imposible
llegar a la mutua comprensión, ni mucho menos afrontar los peligros que
nos amenazan a todos y tener la perspectiva de una política proactiva
capaz de abordar los problemas comunes con una mentalidad de
cooperación. En Alemania, este tipo de ensimismamiento se refleja a la
hora de analizar los motivos para la falta de espíritu de cooperación en
Europa. Me asombra el descaro del Gobierno alemán cuando cree que puede
convencer a sus socios sobre las políticas que nos importan a nosotros
—refugiados, defensa, política y comercio exterior— al tiempo que
bloquea la cuestión fundamental de la culminación política de la Unión
Económica y Monetaria (UEM).
“La decadencia de los partidos socialdemócratas se debe a su indefinición. Nadie sabe ya para qué son necesarios”
Dentro de la UE, el círculo de los países pertenecientes a la unión
monetaria tiene tal grado de interdependencia que ha cristalizado en un
núcleo central, aunque solo sea por razones económicas. Por
consiguiente, los países de la eurozona
serían, si se me permite expresarlo así, los voluntarios naturales para
marcar el ritmo en un proceso de mayor integración. Por otra parte, ese
mismo grupo de países sufre un problema que amenaza con perjudicar todo
el proyecto europeo: nosotros, en particular los que vivimos en una
Alemania en pleno auge económico, estamos olvidándonos de que el euro se
creó con la expectativa y la promesa política de que los niveles de
vida de todos los Estados miembros se aproximarían, mientras que, en realidad, ha sucedido todo lo contrario.
Nos olvidamos del verdadero motivo de que no exista un espíritu de
cooperación que es hoy más urgente que nunca: el hecho de que ninguna
unión monetaria puede sobrevivir a largo plazo si cada vez es mayor la
diferencia entre las economías nacionales y, por tanto, entre los
niveles de vida de los ciudadanos en los distintos Estados miembros.
Aparte de que hoy, después de una modernización capitalista acelerada,
también tenemos que hacer frente al malestar por las profundas
transformaciones sociales, me parece que los sentimientos antieuropeos
que propagan los movimientos populistas de izquierdas y de derechas no
son un fenómeno derivado del nacionalismo xenófobo actual. Estos sentimientos euroescépticos
tienen distintos orígenes, relacionados con el fracaso del propio
proceso de integración europea, y nacieron ya antes de los recientes
esfuerzos populistas de avivar las reacciones xenófobas como respuesta a la inmigración. En Italia, el euroescepticismo es el único eje que tienen en común
el populismo de derechas y el de izquierdas, es decir, dos bandos
ideológicos que están profundamente divididos en cuestiones de
“identidad nacional”. Al margen del problema de la inmigración, el
euroescepticismo puede apelar a la percepción de que la unión monetaria
ha dejado de ser lo mejor para todos sus miembros. El sur de Europa
contra el norte, y viceversa: los “perdedores” consideran que han
recibido un trato injusto y los “ganadores” rechazan las exigencias de
la otra parte.
El plan de Macron
En realidad, el rígido sistema normativo al que están sometidos los
Estados miembros de la eurozona, sin que haya unas competencias
compensatorias ni margen para abordar de forma conjunta y flexible los
problemas, es una situación que beneficia a los miembros con economías
más fuertes. Por consiguiente, lo verdaderamente importante, en mi
opinión, no es una vaga postura “a favor” o “en contra” de Europa. Por
detrás de esta burda polarización sin matices, a los supuestos amigos de
Europa hay que seguir planteándoles un interrogante tácito del que
nadie se ha ocupado hasta ahora, pese a que es la verdadera línea
divisoria: si, con una unión monetaria que funciona en condiciones
mejorables, debemos limitarnos a “blindarla” contra el peligro de más
especulación o si debemos aferrarnos a la promesa incumplida de
desarrollar la convergencia económica en la eurozona y, por tanto,
convertir la unión monetaria en una unión política europea proactiva y
eficaz. Esta fue la promesa política ligada a la creación de la UEM. La propuesta de reformas de Emmanuel Macron
da el mismo valor a ambos objetivos: por un lado, salvaguardar cada vez
más el euro con ayuda de las conocidas propuestas de crear una unión
bancaria, el régimen de insolvencia correspondiente, un fondo común de
garantía de depósitos para los ahorros y un Fondo Monetario Europeo
controlado democráticamente en el ámbito de la UE. Es sabido que, pese a
sus declaraciones poco concretas, el Gobierno alemán ha impedido que se
dieran más pasos en esta dirección y se ha resistido a todas estas
medidas. Pero Macron también propone la creación de un presupuesto para
la eurozona, que iría acompañado de competencias de acción política —a las órdenes de un “ministro europeo de Finanzas”—,
controladas democráticamente. Para la UE podría suponer la recuperación
de poder político y respaldo popular, al instaurar unas competencias y
un presupuesto que le permitirían llevar a cabo programas con
legitimidad democrática que impedirían un mayor alejamiento económico y
social entre los Estados.
“Incluso para los defensores de un euro del norte, los peligros que entrañaría la separación del sur son incalculables”
Curiosamente, esta alternativa fundamental entre el objetivo de
estabilizar la moneda única y llevar a cabo una serie de políticas para
contener y reducir los desequilibrios económicos no se ha sometido
todavía a un debate político de gran dimensión. No hay una izquierda
europeísta que defienda la construcción de una unión del euro capaz de
actuar a escala mundial y se plantee objetivos de largo alcance como
acabar con la evasión fiscal e imponer una regulación más estricta de
los mercados financieros. Si lo hicieran, los socialdemócratas podrían,
para empezar, apartarse de los enrevesados objetivos liberales y
neoliberales del “centro”. La decadencia de los partidos socialdemócratas
se debe a su indefinición. Nadie sabe ya para qué son necesarios.
Porque los socialdemócratas ya no se atreven a emprender el control
sistemático del capitalismo justo en el nivel en el que los mercados se
desmandan. Y no es que me preocupe especialmente la suerte de una
familia política concreta, aunque no debemos olvidar jamás que la
evolución de la democracia, en Alemania, está más vinculada
históricamente al SPD que a ningún otro partido. Lo que me preocupa, más
en general, es el fenómeno no explicado de que los partidos políticos
establecidos en Europa no quieran o no sepan construir programas en los
que queden inequívocamente diferenciadas unas posiciones y opciones que
son cruciales para el futuro del continente. Las próximas elecciones
europeas van a ser un experimento en este sentido.
Por un lado, Macron, cuyo movimiento no está todavía representado en
el Parlamento Europeo (PE), está tratando de romper los grupos políticos
actuales para construir una facción proeuropea reconocible. Por el
contrario, todos los grupos que sí están representados en el PE, con la
clara excepción de la extrema derecha antieuropea, están plagados de
divisiones internas, incluso más allá de las diferenciaciones
necesarias. No todos los grupos se permiten unos equilibrios y
malabarismos como los del Partido Popular Europeo, que sigue permitiendo
la afiliación del primer ministro húngaro, Viktor Orbán.
La actitud y la conducta de Manfred Weber, miembro de la CSU y
aspirante a la presidencia de la Comisión, desprenden una ambigüedad muy
típica. Pero los grupos liberal, socialista y de la izquierda tienen
divisiones similares. Los Verdes quizá tienen una postura más o menos
clara de tibio compromiso con Europa. En resumen, incluso dentro del PE,
que, en teoría, debe crear mayorías en defensa de los intereses de la
sociedad por encima de las fronteras nacionales, el proyecto europeo ha
perdido toda su intensidad.
Atrapados
En definitiva, si me preguntan, no como ciudadano sino como
observador académico, cuál es mi valoración general, reconozco que no
veo muchas señales que permitan ser optimistas. Por supuesto, los
intereses económicos son tan evidentes y tan poderosos —a pesar del
Brexit— que parece poco probable que la eurozona se venga abajo.
Y ahí está implícita la respuesta a mi segunda pregunta: por qué se
mantiene la eurozona. Incluso para los defensores de un euro del norte,
los peligros que entrañaría la separación del sur son incalculables. Y
en cuanto a la posibilidad de separación de un Estado del sur, acabamos
de ver el caso del Gobierno italiano actual, que, pese a sus ruidosas e
inequívocas declaraciones durante la campaña electoral, se ha apresurado
a ceder, porque una de las consecuencias visibles de marcharse
sería encontrarse con una deuda insostenible. Claro que eso tampoco es
muy alentador. Asumámoslo: si persiste la aparente relación entre el
distanciamiento económico de los miembros de la eurozona y el
fortalecimiento del populismo de extrema derecha, nos encontraremos en
una trampa que podrá erosionar todavía más las condiciones sociales y
culturales necesarias para la existencia de una democracia vital y segura.
Esta no es más que una hipótesis pesimista, desde luego. Pero la
experiencia y el sentido común nos dicen que el proceso de integración
europea está en una deriva peligrosa. El punto en el que no hay vuelta
atrás no se ve hasta que es demasiado tarde.
Este texto es una versión resumida de un discurso
pronunciado en la reunión sobre “Nuevas perspectivas para Europa” en el
Colegio de Humanidades de la Universidad Goethe de Fráncfort, en Bad
Homburg, el 21 de septiembre de 2018. Traducción del inglés de María
Luisa Rodríguez Tapia
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