George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
lunes, 19 de noviembre de 2018
Cumpleaños infeliz o malvivir de ilusiones. Ya nos vale, coleguis. O esto entra en razón o se nos derrite como los polos en cambio climático por contaminación medioambiental y destrozo antipolítico
Aniversario
Si todo se queda en aplausos y confetis sólo significará que no hemos aprendido nada en los últimos cuarenta años
El expresidente Adolfo Suárez con los diputados de la UCD tras la aprobación de la Constitución en el Congreso, en 1978. EFE
Cuarenta años son muchos años. En cuarenta años, la piel se arruga,
la carne se ablanda, los dientes se mueven, el pelo se cae. La factura
del tiempo no es incompatible con la plenitud, al contrario. Los años
aportan experiencia, conocimiento, astucia y sutileza, pero estas
ventajas desaparecen cuando su presunto beneficiario no se comporta de
acuerdo con su verdadera edad. Ese es el peligro que, me temo, afronta
el 40º aniversario de la Constitución de 1978.
Insistir en que fue un milagro, una hazaña, una bendición, no debería
implicar que se ignoren los cambios que se han producido en España desde
que se aprobó, ni que se pase por alto la repercusión de algunos de sus
artículos en ciertos problemas que se cuentan entre los más graves que
hoy enfrentamos. La autocomplacencia radicalmente acrítica que domina ya
discursos y comentarios resucita una estrategia que dio buenos
resultados en los primeros tiempos de la Transición, pero que en estos
momentos, con tantos y tan peliagudos debates abiertos, puede acabar
resultando más dañina que beneficiosa para la vigencia del propio texto
constitucional. Cuarenta años son muchos años, y todos ellos nos separan
de la dictadura franquista, cuya ominosa sombra planeó, nos guste o no,
sobre los padres constituyentes de 1978. Ya no hay motivos para
prolongar el secreto, el miedo, el silencio, que determinaron en buena
parte aquel proceso. En 2018, la lealtad constitucional pasa por
analizar minuciosamente ese texto, detectar los errores, los
anacronismos que contiene, plantear las mejoras posibles y discutirlas
con honestidad y transparencia. Si todo se queda en aplausos y confetis
solo significará que no hemos aprendido nada en los últimos cuarenta
años.
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