Los okupas y los rabiosos
Elisa Beni/eldiario.es
Escribo en defensa del reino
del hombre y su justicia.
Pido la paz y la palabra.
Blas de Otero
Están rabiosos. Uno lo siente en las miradas torvas, en los cuchicheos e
incluso en las invectivas fuera de todo límite educacional. Lo peor del
desfile militar que oficialmente pretende conmemorar el día de toda una
nación no reside en los vuelos rasantes sobre tu cabeza días antes ni
en quedarte atrapado en una ratonera de tráfico –todo eso son
incomodidades que un madrileño asume bien sea por esto, por la Cabalgata
o por el desfile de Orgullo–, lo peor fueron esas miradas que
pretendían hacerte sentir fuera de lugar en la que es tu casa. Lo que
podría resultar una metáfora –España es amplia, diversa y tan plural
como lo somos los españoles– se convierte en este día en una realidad
tan ramplona como esas miradas que te reconocen y conocen y que, por
tanto, se identifican contrarias a un pensamiento que tu expresas en
libertad y pretenden hacerte sentirte mal, fuera de lugar y extranjero
en aquel lugar que no sólo es tu patria también, sino que literalmente
es tu propio hogar.
Están rabiosos y se envuelven en
una bandera que pretenden común para gritarle okupa y golpista a aquel
que gobierna con tu aquiescencia y tu apoyo bien sea directo o
indirecto. Se ponen la enseña nacional por capa y hacen de su capa un
sayo y de su visión de la vida un gálibo por el que no entra ninguna
otra posición. Muestran su cara más inconstitucional cuando pretenden
quitarle legitimidad a una de las formas constitucionales de llegar al
poder en este país y cuando pretenden que no existe respaldo popular
tras la formación de un gobierno que se sostiene gracias al voto de
11.574.044 personas cuyos representantes apoyaron la moción de censura
que derribó al gobierno de Rajoy. Okupar el poder con el respaldo de
once millones y medio de ciudadanos incorrectos, ciudadanos cuyos
intereses, problemas y pensamientos no merecen llegar al poder porque no
son los adecuados, no son los únicos, no son los verdaderos. Ese es el
nivel del debate político en este país.
Están
rabiosos y no van a parar en mientes para hacérnoslo saber. Ni siquiera
la ciencia afirma que exista una sola solución para un problema dado,
pero ellos sí. Machacan e insisten: o su visión de la sociedad o el
caos. El caos para ellos y para sus intereses porque el caos social, el
caos personal, ya lo han sembrado durante más de una década sin que les
haya importado ni lo más mínimo. Están tan rabiosos por la pérdida de
ese poder que creen les corresponde por mandato imperativo del orden de
las cosas que ya han perdido el sentido del ridículo y de la mesura y
nos hablan de hambrunas y de venezuelas como si hubieran olvidado que
vivimos en el euro y que la ministra de Economía procede del núcleo de
su sistema.
Y cuanto más sube su rabieta por la
pérdida del poder –que de eso se trata ni más ni menos– y más garrotazos
patrióticos quieren darnos a golpe de roja y gualda y de sacrosanta
unidad y de blanqueamiento del dictador siquiera a golpe de inhibirse,
más consiguen que persistamos en que esta España que muchos queremos
está a años luz de su pacatismo y de su imposición y nos hace más
consciente de que existe un camino de solidaridad, libertad, progreso y
futuro que no hace caja en euros ni habita en sus mástiles.
Están rabiosos. Son patanes lanzándose al calcañar de un presidente
porque, pobre plebeyo usurpador, no ha sabido encontrar su sitio en los
salones del poder. No importa que sea incierto. Es la rabia y la espuma y
la bilis de aquel que siente usurpado el armiño por el indigno, aunque
sea que ellos mismos no pisarán ni en sueños ni esas alfombras ni esas
alturas. Sea que ellos mismos sean unos parias de la tierra dejando el
rastro del sudor en cada amanecer de lunes. El okupa es el otro porque
el paraíso del poder es de los suyos, que les oprimen y les pagan
salarios de mierda igual que a los demás, pero que les permiten soñarse
dentro de una élite redentora de bienpensantes y bienhacientes. Dóciles
con ese poder que se ríe de ellos con la misma fuerza que de los demás
mientras se revuelca en otros mundos que ni siquiera pueden imaginar
cuando les entregan su vida en las urnas. Porque esos que han sustentado
durante años a los ladrones, a los tahures, a los infames son los que
van a guardar por nosotros las esencias de este país en el que son ya
tan inquilinos como el resto.
Están rabiosos y
prefieren una sociedad hostil en la que el poder lo ostenten los que se
arrogan ese derecho desde siempre. Dispuestos a emprenderla contra un
mínimo salario de dignidad porque creen que nunca será el que a ellos se
les adjudique o porque, incluso siendo el suyo, sienten que estarán más
cerca de la fuente de la abundancia si renuncian a reivindicarlo como
injusto.
Están tan rabiosos que sus líderes no tienen
límites y están dispuestos a rugir su rabia incluso con el riesgo
cierto de hacer el ridículo. Iremos a pasar hambre, dicen. Si esta
España que reclamamos también nuestra tiene su límite entre el
crecimiento y la hambruna en unos cientos de euros de salario digno
¡poco país y poca patria y poca justicia nos han construido!
Están rabiosos y lo sabemos. Lo sabe cada una de las personas que votó
por sacarles del poder y también aquellas que fueron reticentes o que no
dieron el paso. Están rabiosos, pero con su rabia sólo logran encender
más nuestra ansía de justicia y de libertad. Las cosas han cambiado.
Están rabiosos y van perdiendo.
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Y además, lo saben...
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