Federalismo republicano frente a los monstruos
Para mí, un proyecto de país alternativo al que se desvanece es la República Federal
La República como proyecto dotado de contenido, valores y principios que puede permitir satisfacer las necesidades básicas de las familias trabajadoras, en un diseño institucional de libertad positiva y de Estado Social fuerte
La República como proyecto dotado de contenido, valores y principios que puede permitir satisfacer las necesidades básicas de las familias trabajadoras, en un diseño institucional de libertad positiva y de Estado Social fuerte

Mientras polémicas
intrascendentes sacuden día tras día nuestra actualidad política, otra
serie de procesos están desarrollándose en nuestro país sin que reciban
la atención debida. Entiéndase bien: no es que el trabajo de fin de
máster de Casado sea un tema insignificante, pues es síntoma de la
corrupción desaforada en algunas universidades, del clientelismo
político de toda la vida y del tipo de educación clasista que lleva años
imponiéndose en España, sino que no permite ver la panorámica completa.
Por decirlo de otra manera, los chanchullos y mentiras académicas de
los líderes políticos no dejan de ser meros árboles, podridos, de un
bosque mucho más grande y cuya propia existencia está severamente
comprometida.
Partamos de un punto básico: para relacionarnos entre nosotros los
seres humanos levantamos instituciones que nos facilitan la vida. Nos
dotamos de reglas comunes que evitan que tengamos que empezar siempre
desde cero. Imagínense que cada vez que tuviéramos un pleito contra
alguien tuviéramos que iniciar un largo debate sobre qué es la justicia y
cómo y quién la aplica… la vida sería insufrible y caótica. Si las
instituciones están bien diseñadas pueden ser muy duraderas e incluso
pueden rebasar en tiempo la vida de cualquier ser mortal. Esa es la
razón por la que a veces nuestro pensamiento nos traiciona y nos hace
creer que esas instituciones siempre estarán ahí en el futuro: que
valores como la igualdad, la libertad o la justicia siempre se definirán
e interpretarán de la misma forma. Sin embargo, la historia ha
demostrado sin cesar que las instituciones están permanentemente
mutando, y que a veces lo hacen más radicalmente a través de reformas
parciales e incluso por revoluciones.
Pues bien, el pilar central de nuestras instituciones
políticas actuales, la Constitución, de la que nos dotamos como sociedad
en 1978 en el marco de la Transición a la democracia desde la
dictadura, está manifiestamente desbordada y en no pocos aspectos
superada por los acontecimientos. Está en crisis, y hay una enorme
batalla política para redefinir esas instituciones o incluso crear unas
nuevas. Esto no sería un gran problema si no significara al mismo tiempo
que lo que está en crisis es el proyecto de país que cristalizó en
aquella Constitución y que hoy es incapaz de contentar y satisfacer a
una gran parte de la sociedad, especialmente a las periferias sociales
golpeadas por la última crisis económica. Y, parafraseando la conocida
sentencia gramsciana, mientras aquella no termina de morir tampoco
ninguna otra comienza a nacer. O, dicho de otra forma, a un proyecto de
país herido y malogrado sólo cabe oponerle otro proyecto de país, que
sea realista y hegemónico.
Una alianza republicana
La luz entra a través de las grietas, y en ocasiones sus rayos son
señales difíciles de percibir. Esto es lo que, creo, sucede con el nuevo
Gobierno. Se ha querido ver en la llegada al poder de Pedro Sánchez una
muestra de habilidad táctica, una contingencia inesperada o incluso una
fatalidad debida a errores individuales en la derecha española. Me temo
que es más complejo. Aunque sea ocioso señalarlo, si Pedro Sánchez es
presidente es porque un conjunto heterogéneo de organizaciones políticas
hemos querido que así sea. Y no lo hemos querido en abstracto o por
afinidad programática, sino como resultado de un contexto determinado:
lo que nos ha unido es la repulsa a una forma de entender la democracia,
el país y a unos contenidos concretos sobre cómo debe funcionar España.
En efecto, el Gobierno del PP se había caracterizado, durante los
últimos siete años por su creciente autoritarismo, un sistemático
recorte de los servicios públicos, la complicidad con la corrupción que
carcomía al Estado por dentro y en una visión reaccionaria de lo que es y
ha de ser España. Todos estos elementos, unidos, generaron un polo de
oposición que, en una circunstancia particular y probablemente
inesperada en su forma, ha permitido iniciar un proceso de cambio.
Por eso es tan importante identificar bien cuál es el sostén político y
parlamentario de Pedro Sánchez. Se trata de una alianza republicana, no
explicitada como tal, que ha convergido en un momento puntual como
reacción a la deriva derechista y reaccionaria que carcomía al país. Ni
más, pero tampoco menos. En este experimento se han depositado
esperanzas que, sin ser revolucionarias, tampoco son fáciles de
satisfacer. Entre otras cosas porque da la sensación de que no todos en
el PSOE han entendido bien qué está sucediendo en España.
Piénsese que el Gobierno de Pedro Sánchez tiene la oportunidad de abrir
canales y reflexiones para repensar nuestro modelo de país. Pero lo que
necesitamos es, en última instancia, asumir que hay una etapa que se ha
agotado definitivamente. Cuarenta años después de la aprobación de la
Constitución Española de 1978, nuestro país se ha transformado
económica, social, tecnológica y políticamente hasta el punto de que en
numerosos aspectos esta constitución ha sido desbordada y debe
actualizarse. La reflexión sobre ese modelo de país es la que debe hilar
explícitamente el debate político en este momento, sin hurtar la
palabra a la población.
Republicanismo federal
Para
mí, un proyecto de país alternativo al que se desvanece es la República
Federal. La República como proyecto dotado de contenido, valores y
principios que puede permitir satisfacer las necesidades básicas de las
familias trabajadoras, en un diseño institucional de libertad positiva y
de Estado Social fuerte. Y el federalismo como forma concreta que puede
resolver un problema específico de identidades que está ahogando las
energías políticas y sociales de España.
Obsérvese,
sin embargo, que cualquier alternativa enfrenta y enfrentará
resistencias. Ya sea para contraponerse al republicanismo catalán o al
español, en los últimos años las fuerzas conservadoras y reaccionarias
de España se han levantado de sus aposentos para censurar cualquier
atisbo de cambio. Esto es especialmente notorio en relación a la casa
Real y a la cuestión territorial. Téngase en cuenta que uno de los
elementos más conservadores presente en nuestra Constitución actual es
precisamente el referido al de la unidad de España. Como es conocido,
tanto el artículo 2 como sobre todo el artículo 8, que atribuye a las
Fuerzas Armadas la garantía de la unidad de España, son residuos del
franquismo y de una concepción de país extraordinariamente estrecha,
convirtiendo a los militares en fuerza deliberante en lugar de
institución supeditada al poder civil. Y es que el problema es que por
el devenir histórico de nuestro país, dominado casi siempre por las
derechas, España ha sido identificada preferentemente con la idea de un
país homogéneo, centralista y uniformizador. Desde el siglo XIX la
derecha española, desde Cánovas hasta el franquismo, pasando por Primo
de Rivera, han señalado, perseguido y asesinado todo sujeto que
discrepara mínimamente de esa visión, ya fueran aquellos elementos
republicanos, independentistas, comunistas, masones o federalistas. La
«España de verdad» siempre ha querido deshacerse de la «anti-España».
Nuestro gran reto es, precisamente, recordar que hay otra idea de
España que habla de un país diverso, plurinacional y de justicia social.
Una noción que ancla en el siglo XIX, en la confluencia del
republicanismo federal de matriz liberal y el movimiento obrero
emancipador. Esa es, precisamente, la España republicana que ha sido
expresión de las mejores mentes de nuestra historia.
Y
no por casualidad la vuelta de estos monstruos se materializan
especialmente en dos instituciones singulares: la Casa Real y el Poder
Judicial.
En los últimos meses hemos conocido más
información sobre la Casa Real y sus sucios tejemanejes financieros. No
se trata de una noticia nueva, pues existían indicios de estos hechos
desde hace muchos años. Ahora lo que tenemos son pruebas, a modo de
declaraciones por parte de actores principales, de que esos hechos
pueden ser verdad. Se trata de hechos que afectan muy gravemente a la
Hacienda Pública, a la Seguridad y soberanía del país y a la imagen y
decencia de España, y que han podido tener lugar gracias a una
arquitectura institucional que blinda los actos de una familia concreta,
la Borbón, y al silencio cómplice de muchas instituciones del Estado
que han maniobrado para proteger, en distinto grado, la monarquía.
Probablemente bajo la falsa creencia de que defender la monarquía es
defender al país.
Quizás el PSOE es de esta
extravagante opinión y por eso está prefiriendo mantener la posición de
defensa a ultranza de la Casa Real. Con sus votos ha impedido incluso
que se pueda debatir en el parlamento sobre la necesidad o no de iniciar
una comisión de investigación sobre los hechos conocidos de los
borbones (cuentas en paraísos fiscales, intermediaciones comerciales con
dictaduras, tratos de favor a familiares en tramas corruptas, etc.).
Desaprovechando la oportunidad de abrir un debate sobre el modelo de
país, considera aún necesario proteger una de las instituciones más
corruptas del país.
En todo caso, no es casualidad
que durante años el actual rey de España haya guardado silencio respecto
a todos los problemas sociales que asolan a nuestro país, y sin embargo
decidiera exponerse hace un año con un discurso reaccionario y
autoritario sobre la cuestión territorial. En realidad, la propia
existencia de la Casa Real Borbón está vinculada a un modelo de país
donde la unidad de España es entendida de una forma totalizante y
homogeneizadora. Esto lo saben muy bien en Cataluña.
No hace falta entrar en un intenso debate historiográfico sobre qué es
España, cuándo surgió y cómo está compuesta para darse cuenta de que lo
que tenemos actualmente en Cataluña es un conjunto social, voluble pero
significativo, que aspira a la independencia de Cataluña frente al resto
del país. Lo que es relevante es entender que se trata de un conflicto
político, vinculado a los relatos culturales, que no puede esconderse ni
abordarse con herramientas que no sean eminentemente políticas. Es del
todo punto inconcebible creer que puede moldearse a gusto la opinión y
la creencia a base de actuaciones policiales y judiciales. Estamos
destinados, aunque le pese a la derecha reaccionaria de este país, a
sentarnos a dialogar y a repensar el modelo territorial.
De ahí que el Poder Judicial español haya iniciado una especie de
cruzada contra el independentismo. En particular, el Tribunal Supremo
(esa institución compuesta abrumadoramente por varones) está en cabeza
de esta reacción. Su presidente, Carlos Lesmes, anunció hace unos días,
no por casualidad junto al rey Borbón, que «si la Constitución es
golpeada no puede renunciar a defenderse». El lenguaje bélico o el hecho
de que siempre esas defensas hercúleas se refieran a la unidad de
España y no al sistemático incumplimiento de la obligación de garantizar
los derechos sociales nos hace percibir bien el sesgo político del
asunto. Defender España incluso a costa de los españoles. Probablemente
Lesmes se vea como un cruzado más, o directamente como el elegido: aquel
que se ve en la obligación de chantajear al Gobierno de España para que
los españoles paguemos los excesos judiciales de otro cruzado
destacado, el juez Llarena.
Todo lo que está
ocurriendo en las múltiples causas contra los independentistas es un
despropósito sin pies ni cabeza. Las altas instancias del Poder Judicial
se han emancipado de toda templanza y no solo han mostrado su verdadera
cara, sino que han decidido intervenir activamente en política con sus
planteamientos reaccionarios. A las extravagantes resoluciones contra
dirigentes políticos y sociales del independentismo, que pronto harán un
año en prisión provisional sin juicio ni garantías reales, se suman los
ataques a la ministra de Justicia, las exigencias al poder ejecutivo
(la separación de poderes parece sólo tener un sentido) y las levas que
han montado entre los jueces y abogados para alimentar este clima
reaccionario. Las contradicciones del modelo de país han hecho despertar
al monstruo, y lo que hasta hace un tiempo era políticamente incorrecto
(como admitir a trámite una denuncia por el anacrónico delito de
injurias a los sentimientos religiosos o meter en prisión a cantantes y
tuiteros por sus comentarios en redes sociales) ahora es una práctica
habitual entre algunos jueces que parecen sacados de la noche más oscura
de la dictadura.
No se puede dejar de observar que
todos estos fenómenos no hacen sino comprometer aún más a las
instituciones del sistema político del 78. Aunque muy probablemente
estos actores, como los borbones, los jueces y los grandes empresarios
de la metrópoli se vean a sí mismos como salvadores de la patria, en
realidad lo que están haciendo es acelerar el desgaste del modelo que
defienden. Por una sencilla razón ya apuntada: es insostenible mantener
este modelo por la vía policial o judicial, con palos, multas y prisión.
Yo estoy convencido de que más temprano que tarde viviremos en una
República Federal, y que ese será precisamente el punto de encuentro
entre quienes aspiran legítimamente a la independencia de sus
territorios y quienes defendemos una España de las familias trabajadoras
de toda condición e identidad. No obstante, ciertamente nada de esto
está escrito de antemano. La crisis del régimen político no se ha
cerrado, ni podrá hacerse sin elevar alternativos proyectos de país que
sean consistentes en términos sociales e históricos. El modelo que aquí
describo podría serlo. Pero ello requiere de una izquierda capaz de
entender cuáles son los retos reales y que tenga también el valor
suficiente para abordarlos.
De momento, el PSOE está
bloqueado; pero soplar y sorber se antoja una tarea imposible y, por lo
demás, bastante frustrante. Tarde o temprano el PSOE tendrá que elegir
entre reacción y alternativa. Y sabe ya Pedro Sánchez que la reacción ni
olvida ni perdona, y en este clima no es menor, por ejemplo, que Albert
Rivera le llame «presidente interino». El mensaje debe ser claro: si el
PSOE quiere seguir teniendo opciones de llegar en el futuro al Gobierno
tendrá que seguir entendiéndose con la alianza republicana que aspira a
construir nuevas instituciones. La fragilidad de este Gobierno no es
sólo una cuestión numérica, sino de proyecto político.
Por su parte, la izquierda tendrá que comprender que sólo con un
proyecto de país como bandera, que aspire a ser hegemónico, podrá hacer
frente a las nuevas formas que tomarán los monstruos reaccionarios en
nuestro país. En efecto, la extrema derecha en España se vehicula
siempre a través no sólo de la xenofobia y el racismo sino
particularmente del modelo territorial, de la disyuntiva entre la
«España» y la «Anti-España». Esa es la verdadera batalla en la que no
valen medias tintas ni juegos tácticos, sino voluntad, determinación y
mucha organización.
Quizás convenga añadir, para
terminar esta reflexión, que un modelo alternativo de país, una
República Federal, sólo puede ganarse el favor de las clases populares y
las familias trabajadoras si es capaz de ofrecerse como solución de los
problemas cotidianos, materiales o no, de ellas mismas. República es y
ha de ser sinónimo de esperanza.
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