George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
miércoles, 5 de septiembre de 2018
Artículo rarito sobre Chomsky visto por Wolfe, donde no queda claro si el raro es Wolfe o quien está presentando su libro sobre Chomsky
Tom Wolfe contra Chomsky
En su último ensayo el periodista y escritor, fallecido en mayo, carga contra el revolucionario lingüista
Noam Chomsky fumando en pipa en su despacho del MIT en 1969. En vídeo, perfil de Tom Wolfe.LEE LOCKWOOD LIFE COLLENTION / GETTY / VÍDEO: EPV
En la comunidad científica nadie había visto ni oído hablar siquiera
de una hazaña parecida. En solo cinco años, de 1953 a 1957, un
licenciado de la Universidad de Pensilvania, un estudiante de doctorado
de poco más de 20 años, se había apoderado de todo un ámbito de estudio, la lingüística,
transformándola de arriba abajo, endureciendo esa presunta ciencia
social tan esponjosa y convirtiéndola en una ciencia de verdad, una
ciencia dura, a la que puso su nombre: Noam Chomsky.
Oficialmente, según su expediente académico, estaba matriculado en la
Universidad de Pensilvania, donde se había licenciado. Pero por la
noche y en el fondo de su corazón vivía en Boston, donde era miembro de
la Harvard’s Society of Fellows y se forjaba una reputación mientras
trabajaba en su tesis doctoral para la Universidad de Pensilvania.
En el carisma de Chomsky no había nada elegante.
Hablaba en tono monocorde y nunca alzaba la voz, pero de sus ojos
emanaba una autoridad absoluta
En aquellos momentos, a mediados de los años cincuenta, se estaba en
el punto álgido de la “cientificación” que se había puesto de moda a
raíz de la Segunda Guerra Mundial. ¡Hay que ponerla dura! Hagáis lo que
hagáis, que tenga aspecto científico. ¡Quitaos de encima el estigma de
estudiar una “ciencia social”! Para entonces, “social” significaba
“atontado”. Los sociólogos debían observar y registrar, por ejemplo,
horas de conversaciones, reuniones, conferencias, manifestaciones
objetivas de inquietudes sobre la posición social, y “endurecer” dicha
información convirtiéndola en algoritmos llenos de símbolos de cálculo
que le daban apariencia de exactitud matemática, y fracasaron por
completo en el intento. Solo Chomsky lo consiguió, en lingüística, transformando a todos
—o casi todos— los pensadores blandengues en científicos puros y duros.
Incluso antes de concluir el doctorado, lo invitaron a dar una
conferencia en la Universidad de Chicago y en Yale, donde presentó una
teoría del lenguaje radicalmente nueva. El lenguaje no era algo que se
aprendía, se venía al mundo dotado de un “órgano del lenguaje”. Entraba
en funcionamiento en el momento de nacer, del mismo modo en que el
corazón y los riñones ya latían, filtraban y excretaban.
A Chomsky no le importaba cuál fuera la lengua materna de un niño.
Cualquiera que fuese, el órgano del lenguaje de cada niño podía utilizar
la “estructura profunda”, la “gramática universal” y el “dispositivo de
adquisición del lenguaje” con los que había nacido para expresar lo que
tuviera que decir, prescindiendo de que saliera de sus labios en
inglés, urdu o naga. Por eso —afirmaba Chomsky una y otra vez— los niños
empezaban a hablar tan pronto… y tan correctamente desde el punto de
vista gramatical. Nacían con el órgano del lenguaje en su sitio y con el
botón de funcionamiento en on. Por lo general, a los dos años
de edad eran capaces de articular frases enteras y crear oraciones
completamente originales. El “órgano”…, la “estructura profunda”…, la
“gramática universal”…, el “dispositivo”…: tal como lo explicaba
Chomsky, el sistema era físico, empírico, orgánico, biológico. La capacidad del órgano del lenguaje enviaba la gramática universal
a través de los conductos de la estructura lingual profunda para
alimentar al LAD, como todo el mundo llamaba en aquel campo al
“Dispositivo de Adquisición del Lenguaje” que Chomsky había descubierto.
Dos años después, en 1957, ya cumplidos los 28, Chomsky recopiló todo eso en un libro con el impenetrable título de Estructuras sintácticas,
con el que emprendió el camino para convertirse en la figura más
importante de los 150 años de la historia de la lingüística. Llevó la
disciplina bajo techo y la volvió del revés. Había miles de lenguas en
la Tierra, que a los terrícolas les parecía una imposible Babel de
proporciones bíblicas.
Y ahí era donde aparecía el lingüista marciano de Chomsky, que pronto se haría famoso.
Un lingüista marciano que llegara a la Tierra, repetía él…, muchas
veces…, muchas veces…, comprendería de inmediato que todas las lenguas
del planeta eran la misma, con solo algunas peculiaridades locales de
menor importancia. Y ese marciano llegaba a la Tierra en casi todas las
charlas que Chomsky daba sobre lenguaje.
Solo a regañadientes soportaba Chomsky a los lingüistas tradicionales
que, como Swadesh, consideraban fundamental el trabajo de campo y
acababan en sitios primitivos, saliendo de la alta hierba mientras se
subían los pantalones. Eran como los papamoscas normales y corrientes de
los tiempos de Darwin, que aparecían de buenas a primeras con la bolsa
llena de hechos insignificantes y propagando su adorada fluidez
políglota, al estilo de Swadesh. (…) Chomsky tenía una personalidad y un carisma
semejantes a los de Georges Cuvier en la Francia de comienzos del siglo
XIX. Cuvier orquestaba su beligerancia a partir de pacíficos
razonamientos para llegar a estallidos de furia calculados al milímetro y
articulados con elegancia. En cambio, en el carisma de Chomsky no había
nada elegante. Hablaba en tono monocorde y nunca alzaba la voz, pero de
sus ojos emanaba una autoridad absoluta y su mirada atravesaba como un
láser a su contrincante. (…)
La idea chomskiana del “órgano del lenguaje” creó un gran revuelo
entre los jóvenes lingüistas. Con él, la disciplina parecía más noble,
más rigurosamente estructurada, más científica, más conceptual, más
platónica, y no solo un enorme montón de páginas apiladas que los
estudiosos de campo traían de sitios que nunca se había oído mencionar…;
la lingüística ya no significaba hacer trabajos de campo entre pueblos
primi…, ejem…, poblaciones indígenas… cuya existencia nadie imaginaba
siquiera. (…)
Noam Chomsky se convirtió en una autoridad a la que, en su ámbito
científico, nadie se atrevía a tomar en broma. En el único caso
registrado de alguien que se enfrentó con él sobre la cuestión del
órgano del lenguaje, Chomsky se las ingenió para salir airoso. El
escritor John Gliedman le formuló la Pregunta. ¿Acaso afirmaba que había
encontrado una parte de la anatomía humana en la que ningún anatomista,
internista, cirujano o patólogo del mundo había puesto los ojos alguna
vez?
No se trataba de poner los ojos en ella, señaló Chomsky, porque el
órgano del lenguaje estaba situado en el interior del cerebro.
¿Estaba diciendo que un órgano, el del lenguaje, estaba dentro de
otro órgano, en el cerebro? Pero los órganos son por definición
entidades diferenciadas. “¿Hay un sitio especial en el cerebro y una
especie de estructura neurológica particular que incluya el órgano del
lenguaje?”, inquirió Gliedman.
“Poco se sabe de los sistemas cognitivos y su base neurológica”,
repuso Chomsky. “Pero, al parecer, la representación y el uso del
lenguaje implican estructuras neurales específicas, aunque su naturaleza
aún no se comprende bien”.
Extracto de El reino del lenguaje (Anagrama) ensayo publicado en España el 5 de septiembre.
Cada vez caben menos dudas acerca de la triviliazación galopante que sufre la cultura actual. Leer artículos y reseñas como ésta lo confirma divinamente. Es posible que la intención inicial sea la simple propaganda a sueldo de la editorial Anagrama, que no lo creo, porque esa casa editora tiene una calidad suficiente como para valorar el peso crítico de la escritura y no dejarse camelar por lo primero que aparece, o que simplemente sea una ocurrencia aleatoria de alguien que no sabe a qué dedicar su tiempo, que se aburría y, tropezando con ese libro en el listón de novedades a punto de publicarse, se dijo, pues venga, por mí que no quede, me meto en Wikipedia y que salga el sol por Antequera, o como en mi caso, por el cesto de las chufas.
Lo cierto es que tras leer el contenido del escrito no queda nada claro ni sobre Chomsky ni sobre Wolfe ni mucho menos sobre la crítica científica y seria de éste contra el otro. Y aún mucho menos, un interés decidido por leer esa obra, si lo más importante a reseñar por una crítica mediática de alto standing es la falta de elegancia de Chomsky cuando hablaba con monotonía, miraba con autoridad preocupante o fumaba en pipa a los 28 años en un despacho del MIT (¿qué será el MIT? se pregunta el lector o lectora completamente in albis; ¿sabrá el crítico anónimo lo que es eso y en su omnisciencia da por sentado que todos lo saben, o no tendrá ni puñetera idea y deja el dato por ahí, y que cada uno se apañe como pueda en descifrar la enigmática sigla que podría dar la clave sobre la transcendental y merecida manía de Wolfe contra Chomsky?)
Me pregunto cuántos lectores estarán al loro de quién es Chomsky y de lo que ha hecho y sigue haciendo por esos mundos de dios además de ser el blanco de ataques ociosos de la mediocridad y su underground.
Por suerte para la humanidad, Noam Chomsky a sus espléndidos 89 tacos (en diciembre cumplirá 90), sigue como a los 28, mucho más ocupado en cooperar en el espabile definitivo de la conciencia humana mediante el lenguaje como compromiso social y político inevitable cuando de verdad la lengua y el habla que explicó Saussure han dejado de ser una simple exhibición discursiva, para convertirse en tejido vital de un universo en construcción, donde las momias tienen muy pocos argumentos que alegar y la unidad del mismo impulso creador y modificador es la clave para entenderse en la sencillez y descubrir que el lenguaje es gramática generativa que desborda los modos, los tiempos, los casos, los números y las coordenadas fósiles, sin perder el tiempo en leer lo que Wolfe haya podido dejar como testamento, hablando de él y sus particularidades poco icónicas ni publicitarias ni glamurosas y no del objetivo esencial de la vida y la obra del genial y transparente lingüista. Pero, ¿cómo detectar y sentir la transparencia si se es opacidad por rutina, comodidad, seguidismo o poses inoperantes y torpes donde el cinismo lleva la batuta contra la lucidez la limpieza de miras?
Trivialidad, trivialidad, tienes tufo de ahora caigo y la solvencia intelectual de Arturo Fernánez, Juan Carlos de Gorrón o Cristina Cifuentes.
No, quienes le han estudiado a fondo saben de sobra que Chomsky no es un friki de la "cientificación" matemática de la lengua como cumbre de unas fijaciones fatuas y egocéntricas que ni le rozan, ni su pensamiento pedagógico ha tenido jamás la intención de reducirla a mero algoritmo, eso es cosa de Silicon Valley, con sus maquinitas de pensar por edelegación y sus negocios en mogollón coltán fashion, no de un alma grande, clarividente, honesta y generosa como la del maestro Noam, que ha ido descubriendo la síntesis evolutiva entre materia y energía hecha desde la expresión de los seres y las cosas, desde el impulso creador que nos comunica y se manifiesta y nos va acompañando como como un sello genético desde que nacemos y por el que podemos trascender, si queremos, y nos unificamos desde la diversidad solidaria y empática natural que habita el lenguaje per se, desde ese verbo-comunidad desde el sí mismo, por medio del cual "desde el principio todo se hizo" y todo se hace o se deshace,y habita entre nosotros, según el uso que nuestra libertad se otorga a sí misma y del que somos completamente responsables aunque no lo parezca.
Quienes tuvimos en su día (1966/67) el privilegio de descubrirlo en clase, de la mano de algún profesor agregado, que no se resignaba a quedarse y dejarnos como floreros ilustrados entre Nebrija y Saussure, tenemos una deuda impagable con Chomsky y con su introductor en la Complutense y en pleno franquismo, Antonio Roldán, posteriormente catedrático y rector en universidades varias.
Es muy triste cuando se ignora la inmensidad de un asunto, dedicarse a panfletear un envoltorio hueco que habla de lo que desconoce, sólo oyendo campanas sin saber dónde suenan ni para qué.
Bastaría con leer lo que Chomsky escribe en libros como "¿Quién domina el mundo?" del que es autor entre otros muchos nacidos de sus inagotables inteligencia y sensatez o "Chomsky Esencial", una antología de su pensamiento y de sus actitudes vitales en el terreno práctico, para repensarse lo que hay y no irse por las ramas, como se ve que le sucedió al pobre Wolfe en sus horas bajas antes de petar. Una temporada baja la tiene cualquiera cuando pierde el hilo de su conciencia ,que a lo mejor nunca ha estado en su sitio, pero además darle publicidad fofa a la cháchara frívola y sin fuste o es ignorancia o es mala leche. En ambos casos, inoperante y, por supuesto, prescindible absolutely.
Lo mejor, siempre, ir a las fuentes antes de beber agua embotellada en plástico y sin garantía.
Aquí va una pequeña muestra de las rarezas "cientifistas" de Chomsky, que al parecer tanto enfadan a algunos ensayistas como el viejo sofista Wolfe:
"Europa también se lamenta del peso de los refugiados procedentes de países que se han arrasado en África, no sin ayuda estadounidense,como congoleses y angoleños, entre otros, pueden testificar. Europa está buscando ahora sobornar a Turquía (donde hay más de dos millones de refugiados sirios) para distanciar de las fronteras de Europa a aquellos que huyen de los horrores de Siria, igual que Obama presiona a Méjico para que mantenga las fronteras de EEUU libres de los desdichados que buscan escapar de las secuelas políticas de Reagan y de aquellos que tratan de huir de los desastres más recientes, como el golpe militar en Honduras que Obama legitimó casi en solitario y que ha creado una de las peores cámaras de los horrores en la región.
Las palabras no pueden expresar la respuesta de EEUU a la crisis de refugiados sirios, al menos, palabras que yo pueda pensar.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿quién gobierna el mundo?, puede que queramos plantearla de esta forma: ¿qué principios y valores gobiernan el mundo? Esta pregunta debería ser la más importante en la mente de los ciudadanos de los países ricos y poderosos, que disfrutan de un inusual legado de libertad, privilegios y oportunidades, gracias a las luchas de quienes pelearon por ello antes y que ahora se enfrentan a funestas opciones para responder a retos de gran importancia para la humanidad."
(Final del libro ¿Quién gobierna el mundo?-2016)
Y esto es sólo un ápice de lo que hay en toda la obra inmensa de este testigo operante y observador directo y personal del fin de un mundo ya caducado. Ante este compromiso vital y constante que acompaña al lingüista, los tiquismiquis de cualquier Wolfe y un mundo miserable de intereses, desenmascarados por la conciencia y la ética de Chomsky, se quedan en agua de borrajas.
Una última aclaración que explica el asunto mejor que ninguna: Wolfe votó a G. Bush junior, el terminator de Irak, porque, según sus propias palabras, estaba totalmente de acuerdo con su política. O sea, a la altura de Aznar. Tal cual. hay que reconocer que es muy difícil encontrar en alguien así motivos dignos para una invitación a la la lectura de alguien cuya trayectoria es la contrapropaganda de lo que se pretende encasquetar al consumidor inconsciente de morralla narrativa. Ergo, no es nada extraño que el comentario de El País sobre el libro de Wolfe versus Chmsky sea anónimo y tan peculiar como insustancial. A ver quien es el guapo o la guapa que se hace responsable de algo así...
Y ahora dos refranes indentificadores de cada uno:
La cara es el espejo del alma
De la abundancia del corazón habla la boca
Su gran frase para la posteridad: "sin grandes egos no hay grandes historias" Toma ya compromiso, valores y conciencia a tutiplén...
¿Qué otra cosa podría decir de Chomsky alguien así? Pues eso mismo.
Ah, y un último detalle en cuanto al título de cabecera: para estar contra alguien -Wolfe contra Chomsky- y que eso tenga sentido, al menos, para que el ataque no sea un bluff hay que estar a la misma altura, si se está más alto, el ataque no tiene sentido porque no vale la pena, pero si se está por debajo, el ataque cae sobre el atacante por su propio peso. Como quien tira piedras al cielo. Patético.
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