Buenistas
El gasto en rescatar a africanos que huyen de la guerra y la
pobreza es infinitamente menor que lo saqueado con gúrteles, taulas,
púnicas y lezos. Con lo primero se duerme mucho más tranquilo

“Buenista”, “buenismo”,
se repite como el ajo. Sale hasta en la sopa. Se lleva “buenistas” como
descalificativo en esta temporada primavera-verano. Lo dice Casado,
Rivera, algún radiopredicador de la mañana... Te quedaste desfasado si
no incorporas “buenista” a tu diccionario de ataque. A lo de
“populistas”, “radicales”, “comunistas”, “los amigos de los terroristas”
y “los golpistas” le falta la sal si no le metes “buenismo”. Ay, qué
tiempos aquellos cuando todos los malos éramos simplemente “ETA”, “el
populismo” o “el chavismo”. “Buenistas” suena menos canalla.
A mí me cuesta mogollón que me llamen “buenista” por decir que hay que
rescatar a los africanos que se están jugando la vida en el mar. Y que
me lo digan algunas personas que luego irán el domingo a misa y
comulgarán cantando canciones de amor al prójimo. Critican el “buenismo”
algunos buenos católicos que repiten que vienen “millones de
inmigrantes”, que “no hay papeles para todos” o que “amenazan nuestro
Estado del bienestar”. Son mentirijillas y debieran confesarse, pero la
amenaza son los “buenistas”.
No es verdad que haya millones por llegar. Tampoco que
se les den papeles a todos. Ni que amenacen nuestra sanidad o nuestra
educación. Más hicieron los recortes contra la enseñanza o la salud
pública y nadie llama “buenistas” a los que dicen que han “salvado a
España”. No hay “amenaza de la inmigración”, lo que hay que es un
rebrote de un discurso manipulado, xenófobo y racista, que resulta
irresponsable. Lo primero es salvar vidas humanas y, después, urge hacer
políticas serias.
Lo fácil es buscar un puñado de
votos y confundir al personal. Lo complejo es remar juntos para que
Europa se lo tome más en serio, que Marruecos coopere o que la política
migratoria sea un pacto de Estado. No se lleva. A menudo, vemos que los
dirigentes se están rigiendo más por el marketing político, por lo que
piensan que conviene para rascar unos puntos en las encuestas, que por
decisiones que puedan hacer un país mejor.
No tiene
mucho sentido que Pablo Casado hable de la política de Pedro Sánchez de
“hacerse fotos” con la llegada del Aquarius y que luego el líder del PP
vaya con las cámaras a saludar a los africanos que acaban de llegar en
patera a las costas españolas. Ni el presidente del Gobierno se hizo
esas fotografías, ni cuadra que Casado estreche la mano a los migrantes,
rodeado de reporteros, después de llevar días con un discurso
alarmista, plagado de datos inciertos.
El nuevo líder
del PP sí que acierta en una cosa: “En materia de inmigración no cabe
la demagogia, porque hay que ser responsables y no populistas”. A ver si
predica con el ejemplo. Casado llegó a la presidencia del Partido
Popular con un discurso que apelaba a las raíces cristianas del partido,
pero ese mensaje chirría con declaraciones que ponen en el disparadero a
quienes se juegan la vida huyendo de la guerra y el hambre.
Sería deseable que la estrategia de Casado no se moviera por azuzar el
miedo. Ni que parezca que busca cortinas de humo a sus problemas para
explicar cómo aprobó la carrera de Derecho o el máster. Si le puede el
cortoplacismo de llegar y querer hacer ruido, será pan para hoy y hambre
para mañana. Creo que el pueblo español rechaza el doble lenguaje. Ya
lo ensayó Fernández Díaz, que consideraba heridas “leves” los desgarros
de las concertinas y luego se las daba de católico practicante.
Prefiero pensar que el pueblo es mayoritariamente solidario y bueno.
Que no “buenista”. Y mucho mejor es gastar una parte del dinero público
en rescatar a pobres que se juegan la vida en el mar, que permitir que
nos lo roben con gúrteles, taulas, púnicas y lezos.
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