Marina y los buscadores de cobre. Sobre extractivismo y expulsiones
El proyecto para la reapertura de la mina de cobre de Touro-O Pino,
en Galicia, ha puesto en pie a vecinos y vecinas, que ven peligrar su
forma de vida
El círculo del privilegio se estrecha y la lógica del extractivismo, la desposesión y la expulsión se agudiza, también en el corazón del mundo enriquecido
El círculo del privilegio se estrecha y la lógica del extractivismo, la desposesión y la expulsión se agudiza, también en el corazón del mundo enriquecido

O Pino es un pequeño
municipio de A Coruña. Marina nació allí, hija de padre y madre
castellanos a los que la tierra gallega se les pegó tanto, tanto, que
les cambió hasta el habla, y ahora ya no pueden hablar sin cantar.
Marina y la carballeira de al lado de su casa son un todo. Respirando
tanta tierra, se convirtió en la mejor descubridora de tréboles de
cuatro hojas que conozco, en cuidadora de bichos, animales y plantas, en
una ecologista de las buenas y en una rebelde ante las injusticias
contra la gente y contra la tierra. Hace apenas dos años comenzó a
estudiar medicina. Tanto entrenamiento en cuidar lo vivo no podía tener
otro final.
Y ahora su tierra está en peligro. En Touro-O Pino hay
una antigua mina de cobre que fue abandonada a finales de los 80 porque
los bajos precios de las materias primas no la hacían rentable. A pesar
de que hayan pasado ya más de treinta años sin actividad, la
contaminación que causó aún se mantiene en el río Ulla, sus afluentes y
llega hasta la misma ría de Arousa.
En la actualidad
la empresa Cobre San Rafael SL está promoviendo un nuevo proyecto de
extracción que ha puesto en pie a vecinos y vecinas, organizados en la
plataforma “Mina Touro-O Pino Non”.
La mina ocupará casi 700 hectáreas, con planes futuros de expandirse a
más de 1800. Destruirá casi 500 hectáreas de tierras agrícolas y
forestales. La vegetación y la biodiversidad de la zona también se verán
gravemente afectadas. Aunque se promete, como siempre, crecimiento
económico y empleo, lo cierto es que se perderán puestos de trabajo
estables en la agricultura, la industria láctea o el turismo – el Camino
de Santiago pasa por Pedrouzo y quienes lo hagan caminarán y dormirán a
solo 1 km de distancia de la mina a cielo abierto.
La perspectiva de la creación de empleo durante solo 15 años –
probablemente especializado y no para la población local - no justifica
la devastación a largo plazo que la mina a cielo abierto supondrá para
la zona afectada. Máxime cuando el cambio climático y el declive
energético obligarán a relocalizar las economías y estimular las
producciones sostenibles, justas y locales.
La
gestión de los residuos también presenta riesgos importantes. En la zona
de Touro-O Pino se instalarán dos balsas de lodos tóxicos y cuatro
escombreras de residuos estériles que ocuparán casi 300 hectáreas – unas
300 veces el tamaño del estadio Santiago Bernabéu- cerca de las áreas
residenciales. En concreto, una balsa de lodos, rodeada por un muro de
contención perimetral que alcanza los 55 metros de altura y casi 3
kilómetros de longitud almacenará 50 millones de metros cúbicos de
estériles de mina, a 200 metros de distancia de zonas habitadas. Si el
muro se rompiese la salud de las personas y territorios aguas abajo
correría serio peligro.
El consumo de agua aumentará
considerablemente. La mina necesitará seis veces más de lo que los dos
municipios afectados consumen juntos. Dos afluentes del Ulla deberán ser
desviados y más de 20 manantiales serán sepultados.
De ser aprobado el proyecto por parte de la Xunta de Galicia, dicen las
vecinas de Mina Touro-O Pino Non, que muchas de ellas tendrán que
abandonar sus hogares y empleos por la pérdida del hábitat, de medios de
subsistencia y por la afección a la salud. Señalan que entre 1973 y
1986, durante el período anterior de funcionamiento de la mina, ya se
produjo la expulsión de parte de la población.
El de Touro-O Pino no es un proyecto único en España. Elena Solís, abogada y miembro de Ecologistas en Acción, alerta sobre un auténtico “boom de la minería especulativa”.
Hay varios centenares de proyectos mineros repartidos por toda la
geografía del estado español. Se resucitan minas dormidas y se sacan a
concurso multitud de nuevos proyectos.
Solís habla de
“minería especulativa” porque, dice, los proyectos no solo tienen como
meta final la reventa de los permisos a empresas extractivas, con las
consecuencias socioambientales que señalábamos, sino que hay otro
objetivo inmediato: la obtención de beneficios en los mercados
financieros. Los proyectos se convierten en instrumentos para atraer
inversores privados, y en bolsa, se compran y venden acciones de las
compañías dueñas de los derechos de extracción, que ven inflado
artificialmente su valor.
“Numerosas compañías
mineras internacionales con poco capital social cotizan en mercados
secundarios apenas regulados, como los de Toronto, Australia o Londres,
para atraer a fondos privados de inversión”, señala Elena. Consiguen
permisos mineros a través de las alianzas con empresas pantalla
españolas. Aunque nunca se lleguen a conceder los permisos, con
frecuencia se realizan talas o intervenciones supuestamente
preparatorias del territorio que den idea a los inversores de que el
proyecto es viable. A pesar de que al final no se extraiga mineral, se
daña el territorio.
En el caso de la mina de litio de
Cáceres, Valoriza Minerías, empresa minera del grupo Sacyr, tramita los
permisos en Extremadura, mientras su socio, Plymouth Minerals, informa a
sus inversores en la bolsa australiana de que el proyecto es viable. El
ayuntamiento de Cáceres ha paralizado las obras porque carecían de los
permisos necesarios, pero las acciones de Plymouth Minerals han subido
considerablemente.
En Touro-O Pino el esquema es el
mismo. Explotaciones Gallegas es el socio local, y se asocia a la
multinacional Atalaya Mining, con sede en Chipre, formando Cobre San
Rafael SL. A su vez Atalaya Mining está participada por la empresa suiza
Trafigura, un holding metalúrgico chino y dos fondos de inversión
norteamericanos.
Pero aunque esta nueva oleada de
proyectos sea algo relativamente nuevo, el extractivismo no lo es. Es
una forma de acumulación por despojo que viene funcionando desde hace
siglos. El capitalismo se cimentó sobre la conquista y la colonización
de América, África y Asia. Bajo la lógica colonial, estos territorios
fueron “especializados” como minas y vertederos, con brutales
consecuencias sobre comunidades y pueblos, mientras que los
colonizadores, asumieron el papel de productores de manufacturas.
En la práctica, el extractivismo, ha sido un mecanismo de saqueo y apropiación colonial y neocolonial
que ha marcado la vida económica, social y política de muchos países
del Sur global. América Latina, por ejemplo, ha estado y está atravesada
por esta lógica. En 2016 fueron asesinadas 200 personas, el 70%
mujeres, por defender la tierra y oponerse a proyectos extractivistas o
energéticos.
Allí Laura o Berta, que crecieron
pegadas al territorio, que también hablan cantando, con la música que da
la tierra, viven situaciones de extrema violencia. Sus luchas
sostenidas mayoritariamente por mujeres, confrontan con intereses
económicos que no dudan, de forma directa o indirecta, en criminalizar,
amenazar, estigmatizar, calumniar, agredir o en el extremo asesinar.
Temen ser expulsadas de sus territorios y se organizan para impedirlo,
resistir a mercenarios, seguridades privadas, cuando no a los ejércitos
de sus propios países. Tratan de mantener sus formas de vida y sus
territorios, que viene a ser lo mismo.
El informe “El IBEX 35 contra la vida”,
da cuenta de cómo impacta la dinámica extractivista sobre la tierra,
otras especies y las personas, especialmente sobre las mujeres. Algunas
de esas empresas, que sacrifican vidas y territorios allá, son las que
le cortan la luz acá a la gente que no puede pagarla. Las mismas lógicas
en diferentes lugares: todo merece la pena ser sacrificado con tal de
que crezca el beneficio.
Estamos ante un cambio de
ciclo. La era del petróleo abundante y barato permitió impulsar, aunque
de forma desigual, las potencialidades productivas capitalistas. La
dinámica de crecimiento elevó las huellas ecológicas de los países del
Norte global, hasta que los requerimientos de materiales, energía y
sumideros de residuos superaron la biocapacidad de sus propios
territorios. A partir de ahí, el modelo de desarrollo, en el plano
material, se construyó con cargo al resto del mundo, configurando
metabolismos económicos imposibles de extender y ahora, incluso de
mantener en las áreas de privilegio.
Al pico del petróleo, le seguirá el "pico de todo” (peak everything).
Mantener el modelo actual sin fósiles supone comenzar a vivir de todos
los elementos de la tabla periódica y la disponibilidad de muchos de
ellos ya se encuentran en situación de riesgo alto. Cada vez con menos
posibilidades económicas y energéticas para iniciar nuevos ciclos de
acumulación y habiendo llegando al límite de sus posibilidades de
expansión en un “mundo lleno”, extralimitado, al capitalismo solo le
queda acentuar la violencia de la acumulación por desposesión.
Los procesos de acumulación primitiva señalados por Marx siempre han
estado presentes en la historia del capitalismo, pero en los últimos
años se han intensificado. Se ha acelerado el desplazamiento de
poblaciones campesinas y la formación de un proletariado sin tierra en
diversos lugares del mundo; los recursos comunes, como el agua, se
privatizan; se privatizan industrias públicas; se blindan los derechos
de las transnacionales a través de los tratados de libre comercio; las
granjas familiares se ven desplazadas por las grandes empresas
agrícolas; y la precariedad y la desigualdad aumentan a pasos
agigantados.
El círculo de privilegio se estrecha y,
ya también dentro de nuestros territorios, la lógica del extractivismo,
la desposesión y la expulsión se agudiza. Por ello, en el corazón del
mundo enriquecido aparecen también nuevas áreas, las que ha sido
históricamente abandonadas, que se pretende utilizar como mina y
vertedero y por ello, igual que Laura, Berta y sus comunidades, Marina y
la plataformas vecinales se organizan para defender su tierra que, para
quienes viven de ella, viene a ser lo mismo que defender su vida.
La nueva etapa está marcada por la expulsión. Un proceso, como advierte Saskia Sassen, de selección brutal que afecta a personas y lugares.
No son expulsiones espontáneas ni una consecuencia de la crisis. Lo que
sucede es que hoy la expresión de las relaciones capitalistas sigue la
lógica del parasitismo. Para que unos tengan más minerales de los que
les corresponden, otros tienen que ser expulsados a los márgenes o
incluso de la vida.
Se hace difícil imaginar la
escala en que puedan llegar a operar estas expulsiones en todo el
planeta, en escenarios materiales como consecuencia de la crisis
ecológica global. Ya asistimos a desplazamientos de población por
motivos ambientales, por acaparamiento de tierras y por guerras por los
recursos. A muchas de esas personas expulsadas se las llama “refugiadas”
y no se les permite el paso a las zonas ricas que, sin embargo, devoran
los materiales, energía o productos que vienen de su territorio cuya
extracción o acaparamiento provocaron los conflictos que les han hecho
migrar.
Los desastres climáticos, cada vez más
frecuentes e intensos, están destruyendo medios de vida,
infraestructuras físicas y ecosistemas frágiles. Se sustraen “trozos” de
biosfera cuando la tierra es destinada a plantaciones de cultivo
industrial o se convierte en tierras muerta cuando se dedica a la
minería u otras actividades extractivas Dependemos materialmente de la
tierra. Destruirla reduce las posibilidades de supervivencia humana,
poniendo en peligro el bienestar, especialmente entre las poblaciones
más pobres y vulnerables, y provocar desplazamientos masivos de
población.
Y volvemos a las vidas cotidianas. El buen
vivir, la vida con calidad, al menos conceptualmente, se perfila como
una versión que supera los desarrollos “alternativos” e intenta ser una
“alternativa al desarrollo”. Es una opción radicalmente distinta a todas
las ideas de desarrollo. Alude a la oportunidad de construir otra
sociedad sustentada en la convivencia del ser humano, en diversidad y
ajuste con la Naturaleza.
Por fuerza esa sociedad
diferente deberá asumir que el decrecimiento de la esfera material de
la economía global no es tanto una opción como un dato, y que esta
adaptación puede producirse mediante la lucha feroz por el uso de los
recursos o mediante un proceso de reajuste decidido y anticipado con
criterios de equidad.
Saber que existen límites
físicos en los bienes y procesos imprescindibles nos obliga a repensar
nuestras categorías y nociones de libertad, derechos o calidad de vida,
de forma que no se adquieran a costa de los de otras personas y
especies. Una reducción de la presión sobre la biosfera que se quiera
abordar desde una perspectiva que sitúe el bienestar de las personas
como prioridad, obliga a apostar por la relocalización de la economía y
el establecimiento de circuitos cortos de comercialización, a restaurar
una buena parte de la vida rural, a cambiar el modelo de ciudad,
disminuir el transporte y la velocidad, a acometer un reparto radical de
la riqueza y los trabajos, también los de cuidados.
La gente de Touro y O Pino quiere poder seguir viviendo allí, de aquello
que la naturaleza puede regenerar. Quiere un mundo rural vivo
interconectado con los núcleos urbanos. No quieren dejar la tierra
envenenada a quienes viene detrás.
Las posibilidades
de vivir vidas buenas dependen de que Marina, y otras como ella, sigan
encontrando tréboles de cuatro hojas, de que la casa de su familia siga
siendo ese lugar acogedor y necesario en el que todo lo importante se
dice cantando porque la tierra, esa tierra gallega viva, se les cuela
hasta el habla.
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