Todo el día con la guerra del abuelo
Octavo capítulo de 'Buscando a Franco': lee
aquí el anterior capítulo de la novela por entregas escrita por Isaac
Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica
diariamente este verano
Resumen de lo publicado: Continúa la huida de Carmela y José Antonio con el cadáver de Franco. Tras un primer intento fallido con la fundación Francisco Franco, trataron de llegar a la Zarzuela pero se lo impidió una protesta republicana por los últimos escándalos del rey emérito
Resumen de lo publicado: Continúa la huida de Carmela y José Antonio con el cadáver de Franco. Tras un primer intento fallido con la fundación Francisco Franco, trataron de llegar a la Zarzuela pero se lo impidió una protesta republicana por los últimos escándalos del rey emérito
–¿Puedes al menos ahorrarte las frasecitas?
–No perdamos la esperanza, Carmencita. Hemos perdido una
batalla, pero no la guerra. El Borbón no es el único que en este país
tiene deudas con el Caudillo.
Circulábamos de vuelta
al centro de Madrid, y José Antonio estaba de buen humor. Le divertía
que para arreglar el pinchazo hubiésemos hecho trabajar a unos
republicanos que se detuvieron a ayudarnos cuando volvían de la
Zarzuela. “¡Si llegan a saber esos granujas lo que llevamos en el
maletero!”
Mientras cambiaban la rueda, hablé por
teléfono con Eduardo, mi director. Como quería acabar de una vez, le
conté atropelladamente todo lo de los últimos días: la acampada en el
Valle, el desenterramiento nocturno, la fuga, la visita a la fundación,
el intento en la Zarzuela. Le envié las fotos de la tumba, aunque no se
veía gran cosa. No pareció muy convencido:
–Lo único
que saco en claro de todo ese embrollo que me has contado es que no
estás junto a la tumba. Vuelve ahora mismo, o aquí concluye tu brevísima
carrera periodística.
–No van a sacarlo, ya te he dicho que…
–O vuelves al Valle, o me mandas una buena historia que pueda publicar y que reviente las redes sociales.
De acuerdo. Eso iba a hacer: enviarle una buena historia. La mejor
historia. La historia de la desaparición del cadáver de Franco.
“Buscando a Franco”. Buen título. Clics asegurados. En algún momento el
Gobierno abriría la tumba y la descubriría vacía. Y entonces, cuando
todo el país se preguntase dónde está Franco, ahí estaría yo, al pie de
la noticia.
Lo malo era que para conseguirlo tenía que seguir junto a José Antonio, que no callaba:
–El país está lleno de estómagos desagradecidos. Familias que se lo
deben todo a Franco, y que tendrían que estar hoy a la vanguardia
defendiéndolo. No podrán negarse a ayudarlo en su último trance.
Entrábamos por la Castellana, y me señaló una de las cuatro torres:
–Mira, ahí está OHL, ¿te suena? Una de las primeras constructoras de
España. La “H” es de Huarte, que fue una de las que levantó el Valle de
los Caídos. Entre tú y yo: en condiciones muy favorables. Con alguna
ayudita de presos, sí. Huarte, Agromán y Banús construyeron el Valle. No
fue la única gran obra. Pantanos, enormes presas. Canales. Poblados
agrícolas. Y la reconstrucción de lo destruido en la guerra. Ahí ganaron
muchas constructoras. Dragados, por ejemplo, que aprovechó bien la
redención de penas por el trabajo. Hoy es parte de ACS. Por no hablar de
las eléctricas. Y los banqueros. ¿Te suena March? ¿Entrecanales, Oriol,
el conde de Fenosa? Siguen siendo las familias que cortan y reparten la
tarta. Los que se sientan en los consejos de administración del IBEX.
–¿Esos son tus emprendedores?
–Hubo de todo. Empresarios fieles al Movimiento, que financiaron el
Alzamiento y colaboraron en la reconstrucción, y que por supuesto fueron
merecidamente recompensados. Y otros que se aprovecharon de la
generosidad del Caudillo. Familias de varios apellidos, de las de toda
la vida, de las que saben hacer negocios lo mismo con el régimen que con
la democracia, la república o el soviet si lo hubiera. Y otras que
iniciaron su fortuna bajo el paraguas del Estado. Emprendedores, sí.
Supieron encontrar las posibilidades de negocio con unas condiciones
laborales muy favorables a la iniciativa privada. Sin sindicatos,
imagínate. Eso es ayudar a los emprendedores: acabar con la mafia
sindical, como hizo Franco.
–¿Y cuál de todos esos emprendedores nos va a ayudar?
–Como supondrás, Carmencita, no nos podemos presentar en la sede de una
constructora o una eléctrica y soltarles el muerto, nunca mejor dicho y
que Dios me perdone. Necesitamos un intermediario. Alguien que tenga
buenas relaciones con todas ellas, y que a su vez esté también en deuda
con el régimen.
Como en la calle Génova no se podía aparcar, metimos el coche en un parking cercano.
–Esta vez no nos presentaremos con las manos vacías –dijo José Antonio, y abrió el maletero.
Pero ocurrió algo horrible: al intentar levantar el cuerpo, lo agarró
mal y se desprendió la cabeza. Lo raro era que no la hubiésemos perdido
antes, el cadáver estaba seco y se quebró una rama seca. Di un chillido
al ver rodar la cabeza.
–“No hay mal que por bien no
venga”. Esa frase sí es suya –dijo. Agarró la cabeza y la metió en una
bolsa del Corte Inglés. Cerró el maletero dejando dentro el resto del
Caudillo. Vomité entre dos coches antes de seguirlo.
–Estamos de suerte, porque los peperos acaban de elegir a un nuevo
presidente. Ese muchacho me gusta. Tiene las cosas claras con Cataluña,
el aborto, la familia. Sin complejos. ¿Oíste aquello que dijo una vez
sobre las fosas? Llamó “carcas” a los de la memoria histórica: “todo el
día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién”. Y ayer
mismo le escuché decir que él no gastaría ni un euro en desenterrar a
Franco: “hay que mirar al futuro, sin revisionismos, no se pueden abrir
costuras y volver a enfrentar a las dos Españas”.
A
la puerta de la sede nacional del PP encontramos un grupo de periodistas
esperando, con cámaras y micrófonos. Cruzamos entre ellos. José Antonio
metió la bolsa en el escáner, mientras seguía hablando:
–El nuevo líder, pese a su juventud, debe de ser muy consciente de los
vínculos históricos, familiares y emocionales que su partido tiene con
el régimen. Sabe muy bien de dónde vienen. Te puedo dar una lista de
apellidos de dirigentes de las últimas décadas que son hijos o nietos de
ministros, delegados del gobierno, directores generales, procuradores…
El recepcionista nos salió al paso antes de que José Antonio me recitase la lista.
¿En qué puedo ayudarles?
–Traemos algo para el nuevo presidente –y levantó la bolsa cerrada.
–Se lo agradezco, pero tenemos un protocolo para los regalos. Hemos
tenido algunos problemas con ese tema en el pasado, ya sabe. Si quiere,
déjemelo y…
–No es un regalo –cortó José Antonio-. Es
mucho más que un regalo. Escuche, sé que su partido tiene muy buena
relación con empresas constructoras y…

–Por favor –el tipo bajó la voz, parecía agobiado-,
estas cosas no se hacen así. Mire, yo soy nuevo, pero por lo que sé las…
donaciones llevan un cauce. Si quiere, déjeme esa bolsa y sus datos, y
en seguida le…
De pronto se produjo un revuelo en la
puerta. Los periodistas del exterior entraron deprisa. Nos giramos y
vimos el motivo de su agitación: bajaba la escalera el nuevo presidente
del partido.
–Señor Casado, ¿dónde están sus trabajos del máster?
–¿Piensa dimitir si lo imputan?
–¿Ve normal que le convalidasen tantas asignaturas?
Los de seguridad forcejearon para apartarlos. José Antonio intentó acercarse a él con la bolsa y una sonrisa:
–Presidente, encantado de saludarle, quería…
Un escolta lo atajó y lo empujó contra los periodistas.
–¡Presidente, tengo algo para usted, es importante! –gritó José
Antonio. Levantó la bolsa, la sacudió. Temí que en cualquier momento se
saliese la cabeza y rodase por el suelo.
El presidente del partido se alejaba, José Antonio gritaba más fuerte e intentaba zafarse de un vigilante:
–¡Presidente, es sobre la guerra del abuelo y los carcas de la memoria!
Casado le echó una mirada despectiva antes de entrar en el coche. Debió
de tomar a José Antonio por un provocador. El vigilante le puso un
brazo al cuello para alejarlo.
Los cámaras de
televisión no desaprovecharon la imagen de José Antonio gritando: “¡La
guerra del abuelo! ¡La guerra del abuelo!”
De camino
al parking se me ocurrió comentarle algo que acababa de leer, enredando
en Google mientras él discutía con el vigilante:
–Hablando de abuelo, resulta que al de Casado lo encarcelaron en la guerra.
–Sería una checa, pobre hombre.
–No, una cárcel franquista. Por lo visto era republicano. De UGT.
–No deberías creerte todo lo que lees en Internet. Ven, que vamos a
probar suerte en otro sitio. Necesitamos un político con coraje, un
verdadero patriota. Y sé dónde encontrarlo.
Continuará mañana...
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Documentación adjunta
La historia del abuelo
Tal y como informó ElPlural.com, el abuelo que Casado ha sacado del anonimato de la memoria se llamaba Herman Blanco Ramos. Según los datos que obran en la Fundación Pablo Iglesias, Blanco Ramos se hizo militante de UGT en la República y que fue detenido en Palencia, su ciudad, poco después de que las tropas sublevadas iniciaran la Guerra Civil. Condenado a 30 años, como médico que era, fue destinado a la clínica de prisión. Pero, afortunadamente, lejos de acabar en una cuneta como dijo su nieto para defenderse de sus propias palabras en un mitin, muy pronto salió de prisión, ya en 1941, cuando había cumplido dos años y medio de los 30 de condena. Muy lejos su situación de los que sí acabaron en una cuneta.
La vida del abuelo materno de Pablo Casado no volvió a sufrir penalidades políticas, como sí siguieron pasando las familias de cientos de miles de esos otros que sí seguían en la cárcel o habían sido fusilados. Al salir de la cárcel, ya se ve, no se le opuso por parte del régimen de la Dictadura problema alguno para montar una clínica en Palencia.
En 1956 se borraron sus antecedentes. Y en 1961, en el ABC ya aparecía sin ningún problema, integrado y destacado entre la clase dirigente del régimen que asistía a bodas de las que se hacen reseñas y se publican en los periódicos. En su caso, nada menos que a una en la que los principales testigos eran dirigentes falangistas tan significados como como Raimundo Fernández Cuesta (lo seguiría siendo durante la transición), Juan Antonio Ruíz de Alda o Epifanio Ridruejo.
Ficha del abuelo de Pablo Casado en la Fundación Pablo Iglesias.
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Documentación adjunta
La historia del abuelo
Tal y como informó ElPlural.com, el abuelo que Casado ha sacado del anonimato de la memoria se llamaba Herman Blanco Ramos. Según los datos que obran en la Fundación Pablo Iglesias, Blanco Ramos se hizo militante de UGT en la República y que fue detenido en Palencia, su ciudad, poco después de que las tropas sublevadas iniciaran la Guerra Civil. Condenado a 30 años, como médico que era, fue destinado a la clínica de prisión. Pero, afortunadamente, lejos de acabar en una cuneta como dijo su nieto para defenderse de sus propias palabras en un mitin, muy pronto salió de prisión, ya en 1941, cuando había cumplido dos años y medio de los 30 de condena. Muy lejos su situación de los que sí acabaron en una cuneta.
La vida del abuelo materno de Pablo Casado no volvió a sufrir penalidades políticas, como sí siguieron pasando las familias de cientos de miles de esos otros que sí seguían en la cárcel o habían sido fusilados. Al salir de la cárcel, ya se ve, no se le opuso por parte del régimen de la Dictadura problema alguno para montar una clínica en Palencia.
En 1956 se borraron sus antecedentes. Y en 1961, en el ABC ya aparecía sin ningún problema, integrado y destacado entre la clase dirigente del régimen que asistía a bodas de las que se hacen reseñas y se publican en los periódicos. En su caso, nada menos que a una en la que los principales testigos eran dirigentes falangistas tan significados como como Raimundo Fernández Cuesta (lo seguiría siendo durante la transición), Juan Antonio Ruíz de Alda o Epifanio Ridruejo.
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