Nadie a mi derecha
Javier Pérez Royo
La derecha española parece que no sabe competir si no es escorándose hacia la extrema derecha. Le pasó inmediatamente después de la inicial puesta en marcha de la democracia tras la entrada en vigor de la Constitución, y le está pasando ahora mismo, cuando está teniendo que dar respuesta al problema que le ha planteado la "huida" de Mariano Rajoy tanto de la presidencia del Gobierno como de la del partido.
Lo que ocurrió en los años ochenta, con la desaparición de UCD y su sustitución como partido representativo de la derecha española, no es comparable con lo que está ocurriendo ahora mismo en el interior del PP. O no es comparable todavía. Porque lo que pueda ocurrir en el PP a partir del día 21 puede acabar pareciéndose a lo que ocurrió en UCD. Las siglas PP pueden no ser las siglas con las que compita la derecha española tras las elecciones municipales, autonómicas y europeas de mayo de 2019.
En 1982 se produjo una inversión insólita en el sistema político español. Un partido de extrema derecha, AP, que se había constituido con la finalidad de proyectar la herencia del régimen del general Franco en la Constitución, y que había sido un partido marginal tanto en las elecciones constituyentes de 1977 como en las primeras elecciones constitucionales de 1979, en las que obtuvo el 8,21% y 6,05% del sufragio respectivamente, mientras que el partido de centro, UCD, obtenía el 34,44% y 34,84%, le daba la vuelta a los resultados en 1982. AP obtendría el 26,36% y UCD el 6,77%. UCD desparecería como partido político. Y, aunque se constituiría un partido de centro, el CDS, dicha opción centrista tendría una presencia reducida en las elecciones generales de 1986 y 1989 y pasaría a ser un partido extraparlamentario en las elecciones de 1993. Acabaría desapareciendo.
Desde 1982, el partido de extrema derecha ha ocupado la mayor parte del espacio político de la derecha y desde 1993 todo el espacio sin competidor digno de mención. La singularidad española en el contexto europeo no es que no exista un partido de extrema derecha como el Frente Nacional en Francia, o Alternativa para Alemania, sino que el partido de extrema derecha haya fagocitado al partido de centro, situándose en una posición de monopolio en dicho espacio.
Esta posición de monopolio hacia el exterior se complementaba con otra igual en el ejercicio del poder en el interior del partido. Fraga, Aznar y Rajoy han sido políticos muy diferentes en muchas cosas, pero en lo que a la concentración del poder, del mando habría que decir, en la presidencia del partido se refiere, han sido iguales.
Ese doble monopolio era una anomalía en un sistema político democrático. Explicable en España por la extraordinaria duración del Régimen del general Franco y por la forma en que se hizo la transición. Pero era una anomalía, que no podía permanecer indefinidamente en el tiempo. Se han tenido que producir la confluencia de varias circunstancias: una crisis económica, una crisis territorial y la confirmación judicial de una extraordinaria corrupción, para que se pusiera fin a ese doble monopolio. Pero se ha producido.
En el exterior ha aparecido un competidor con credibilidad, Ciudadanos, y en el interior la "huida" de Mariano Rajoy ha abierto una batalla de final incierto, pero que en cualquier caso parece que va a poner fin a lo que ha sido la "constitución interna" del partido, heredada de la AP de Manuel Fraga.
No sabemos todavía cómo acabará la batalla por el liderazgo, pero los resultados de las primarias del pasado jueves parecen indicar que el PP se escora hacia la posición más de derecha de las posibles. Aunque Soraya Sáenz de Santamaría ha ganado las primarias, la suma de los votos de las dos candidaturas de extrema derecha, Casado y Cospedal, indica hacia dónde se orienta la mayoría del PP. Pablo Casado parece perfilarse como el nuevo presidente del partido.
La cabra al monte tira. Y una vez más razón tuvo el refrán, añadía Carlos Gardel en un conocido tango, ( "Un Tropezón"). Es lo que está ocurriendo en el debate de estos días para elegir al sucesor de Mariano Rajoy. En caso de duda, giro a la derecha, que en un partido situado ideológicamente donde está el PP, significa lo que significa: nadie a mi derecha.
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