Un ángel libio llamado Mahamed
Elvis, uno de los rescatados por el Open Arms relata cómo un anciano de Libia le salvó
A bordo del Open Arms
Una de las primeras cosas que Elvis Tgnabou quiere hacer al
desembarcar en España es buscar en Facebook a un gran amigo. Se llama
Mahamed, un anciano libio que le curó, le escondió y, después, le ayudó a
huir. El joven, de 22 años, se refiere al hombre como le vieux
(el viejo). Sin él, dice, ya estaría muerto. Antes incluso de haberse
lanzado al mar en una barca de goma remendada con cinta aislante junto a
otras 59 personas. Si no fuese por el viejo, Elvis no estaría en la cubierta del Open Arms
contando su historia rumbo a Barcelona, sino, quizá, ejecutado en una
prisión libia. Con una cicatriz en la cabeza, una enorme cicatriz en el
hombro izquierdo, otra en la sien y multitud de marcas por todo el
cuerpo, el joven es el relato vivo de cómo los negros en Libia no son
más que un trozo de carne.
En Libia,
así como en la mayoría de los países del norte de África y Oriente
Medio, ser negro, como Elvis, tiene un precio. “Es un país en el que la
piel negra constituye un estigma en sí mismo. No en vano, a los negros
se les sigue llamando abid (esclavo, en árabe) en conversaciones coloquiales”, explica por email el periodista Karlos Zurutuza, autor del libro Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa.
En Libia, además, se asocia a los negros con el depuesto y asesinado
dictador libio, Muamar el Gadafi, que se valió de combatientes
subsaharianos para frenar la insurgencia. “Yo mismo vi cómo se perseguía
y encarcelaba a todos los negros de Trípoli cuando cayó la capital en
agosto de 2011”, recuerda Zurutuza. “Los rebeldes consideraban a todos
mercenarios de Gadafi”.
Elvis, cristiano, huyó de la persecución de los yihadistas de Burkina Faso en 2016 y llegó a Libia cruzando el desierto. En realidad quería ir a Argelia, pero las mafias decidieron su destino por él. En Libia, encontró un trabajo mal pagado en una cantera de piedra hasta que vio aparecer un camión y comenzó su pesadilla. Le secuestraron.
Elvis recuerda, como les ha ocurrido a muchos de sus compañeros a bordo, que llamaron a su familia para pedir un rescate. A quien no pagaba lo mataban. Uno cada día, cuenta Elvis. “¡A mi familia le pedían 5.000 euros! ¡Imagínate, yo nunca había visto un euro, no sabía ni como era!”. Sus padres no podían pagar. “Estuve un año y diez meses sin ver el sol”, exclama. Hasta que en una de esas borracheras los guardianes no cerraron bien la puerta y se escapó junto a otros 37 prisioneros.
Fue cuando Mahamed lo encontró. Le curó las heridas con agua caliente y lo escondió. “Si iba al hospital me matarían, a cambio le ayudé con su jardín”. Pasado un mes, Elvis le confesó que quería marcharse. No iba a correr el riesgo de que lo capturaran otra vez. “Fue cuando pensé en ir a Europa. En Europa no matan a la gente”, mantiene. El viejo le aseguró que sabía cómo podía huir, le dio el contacto de quien lo embarcaría y le dijo: “Si no tienes suerte puedes volver aquí”.
Elvis estuvo 13 días esperando en una playa para poder embarcar, hasta que la madrugada del pasado sábado le subieron a una lancha. Mahamed había pagado su viaje a Europa. La lancha se paró a 33 millas de la costa libia y a cientos de millas de su destino y aparecieron los socorristas del Open Arms. Pensó en tirarse al agua por miedo de que fuesen libios. Prefería morir a volver.
Elvis ha pasado buena parte de la mañana de este martes aprendiendo español. Tiene una capacidad sorprendente para escribir y memorizar números, letras y verbos que no había oído antes. Pide más y más información. Cuando llega al verbo ser, repite con una de las pocas sonrisas que se permite: “Yo-soy-negro”.
Elvis, cristiano, huyó de la persecución de los yihadistas de Burkina Faso en 2016 y llegó a Libia cruzando el desierto. En realidad quería ir a Argelia, pero las mafias decidieron su destino por él. En Libia, encontró un trabajo mal pagado en una cantera de piedra hasta que vio aparecer un camión y comenzó su pesadilla. Le secuestraron.
- ¿Quién?
- No lo sé. En Libia todo el mundo es policía o lo que quiera ser. Van armados hasta los niños
Lo siguiente que vio fueron las cuatro paredes de una prisión. Ni una
ventana. Le dejaron tres días sin comer. “Cuando estaba débil,
empezaron a pegarme”, recuerda mostrando las marcas de las manos que
usaba para protegerse de los golpes. Al levantar el ayuno, sus
carceleros le daban agua salada para beber y macarrones sin cocer para
comer. Cada vez que sus captores se emborrachaban lo apaleaban. Por
diversión. Sus cicatrices son marcas que le hicieron con la culata de un
fusil kalashnikov. “Me abrieron varios agujeros que se infectaron”,
cuenta señalando las protuberancias de sus cicatrices.Elvis recuerda, como les ha ocurrido a muchos de sus compañeros a bordo, que llamaron a su familia para pedir un rescate. A quien no pagaba lo mataban. Uno cada día, cuenta Elvis. “¡A mi familia le pedían 5.000 euros! ¡Imagínate, yo nunca había visto un euro, no sabía ni como era!”. Sus padres no podían pagar. “Estuve un año y diez meses sin ver el sol”, exclama. Hasta que en una de esas borracheras los guardianes no cerraron bien la puerta y se escapó junto a otros 37 prisioneros.
Fue cuando Mahamed lo encontró. Le curó las heridas con agua caliente y lo escondió. “Si iba al hospital me matarían, a cambio le ayudé con su jardín”. Pasado un mes, Elvis le confesó que quería marcharse. No iba a correr el riesgo de que lo capturaran otra vez. “Fue cuando pensé en ir a Europa. En Europa no matan a la gente”, mantiene. El viejo le aseguró que sabía cómo podía huir, le dio el contacto de quien lo embarcaría y le dijo: “Si no tienes suerte puedes volver aquí”.
Elvis estuvo 13 días esperando en una playa para poder embarcar, hasta que la madrugada del pasado sábado le subieron a una lancha. Mahamed había pagado su viaje a Europa. La lancha se paró a 33 millas de la costa libia y a cientos de millas de su destino y aparecieron los socorristas del Open Arms. Pensó en tirarse al agua por miedo de que fuesen libios. Prefería morir a volver.
Elvis ha pasado buena parte de la mañana de este martes aprendiendo español. Tiene una capacidad sorprendente para escribir y memorizar números, letras y verbos que no había oído antes. Pide más y más información. Cuando llega al verbo ser, repite con una de las pocas sonrisas que se permite: “Yo-soy-negro”.
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