Jugando a las siete y media

Muñoz Seca describió en La Venganza de Don Mendo las siete y media como un...
juego vil, que no hay que jugarlo a ciegas,
pues de mil veces que juegas,
o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
porque indica que mal tasas,
más ay de ti si te pasas,
si te pasas, es peor.
Seguro que muchos lectores se acordarán de la genial interpretación de
Fernando Fernán Gómez, que sin duda habría tenido mucho que decir sobre
lo que ha ocurrido en España en estos últimos años. Seguiría teniendo
mucho que decir.
Este “juego vil” es el que ha estado
practicando Albert Rivera con el binomio corrupción/regeneración en
medio de una de las crisis más graves de la democracia española desde la
entrada en vigor de la Constitución.
Albert Rivera
ha jugado a presumir de azote de la corrupción y adalid de la
regeneración, al mismo tiempo que sostenía al partido protagonista de la
corrupción, con la finalidad de que su discurso regeneracionista
siguiera teniendo credibilidad.
Jugó en Murcia
amenazando con votar la moción de censura contra Pedro Antonio Sánchez,
si el PP no lo obligaba a dimitir. Y tasó bien. Se cobró la pieza con su
discurso de la regeneración, manteniendo al partido corrupto en el
Gobierno.
Volvió a jugar en Madrid, amenazando con
votar la moción de censura contra Cristina Cifuentes, si el PP no la
obligaba a dimitir. Y volvió a tasar bien, con la rentabilidad añadida
de que el PP tuvo que recurrir a técnicas mafiosas para forzar la
dimisión de la presidenta. El discurso de la regeneración seguía dando
frutos, al tiempo que se mantenía al partido corrupto con tintes
mafiosos en el poder.
A la tercera va la vencida. Y
así ha sido. En la repetición de la operación con la moción de censura
contra Mariano Rajoy, Albert Rivera no ha sabido tasar adecuadamente y
SE HA PASADO. Ni Mariano Rajoy, ni Pedro Sánchez han aceptado el doble
chantaje que Ciudadanos les había dirigido. Al primero para que
convocara elecciones o dimitiera. Al segundo, para que retirara la
moción de censura.
Con la no aceptación del chantaje,
la inconsistencia del discurso regeneracionista y la simultánea
dependencia de la corrupción para hacer creíble su estrategia ha quedado
en evidencia.
La conducta de Albert Rivera durante
la tramitación de la moción de censura y durante la sesión en que se la
debatió y votó se adecúa perfectamente al calificativo que Muñoz Seca le
asignó al juego de las siete y media. Ha puesto de manifiesto su
disponibilidad a convivir con la corrupción tanto tiempo como sea
necesario para hacer avanzar su candidatura a la presidencia del
Gobierno. Estoy contra la corrupción si me ayuda a ser presidente del
Gobierno. Si no me ayuda, convivo perfectamente con ella.
La contradicción entre sus deseos y los de la sociedad española era
insoportable. Mientras la inmensa mayoría de los españoles necesitaban
que Mariano Rajoy dejara de ser presidente del Gobierno, Albert Rivera
necesitaba que se mantuviera en la Presidencia. Sin Mariano Rajoy,
Rivera carece de discurso. O, mejor dicho, se queda con el discurso de
la extrema derecha, hacia el que se ha ido deslizando a velocidad de
vértigo en los últimos meses. Posiblemente, en este deslizamiento José
María Aznar le echará una mano.
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