La ola que empieza
Pasarán más cosas previsibles. Con las fosas y con los
torturadores. Con los cuelgamuros. Pasarán cosas con las mujeres y con
los dependientes, con los excluidos. No hay que ser un profeta
Quizá no grandes revoluciones, sino una segura vuelta a las libertades y las dignidades que han sido pisoteadas. Abrir las ventanas, que corra el aire
Quizá no grandes revoluciones, sino una segura vuelta a las libertades y las dignidades que han sido pisoteadas. Abrir las ventanas, que corra el aire

Pero se olvidan que el mar
no es esa ola que acaba
sino la que va a empezar
Rafael Alberti
Mientras el nuevo presidente promete sin crucifijo, hay otros que
siguen jurando en hebreo, en caldeo y en arameo. No ha terminado de
estallar el último exabrupto mancillando de salida un Parlamento cuando
ya se dibujan apocalipsis y traiciones sin solución de continuidad. No
teman, no se preocupen, porque no hace falta vender lo que uno está
dispuesto a entregar gratis. No se venden las convicciones ni la idea de
la sociedad que se espera y se desea. No hace falta pactar aquello en
lo que existe comunidad de ideas.
En los próximos
días asistiremos a una ordalía frenética en la que todo movimiento del
nuevo Gobierno será atribuido a una grotesca deuda contraída para lograr
la investidura. Cree el ladrón que todos son de su condición. Los que
consideran que sólo hay una manera de concebir las cosas, sólo un modo
de ser español, sólo una forma de construir el futuro, exhibirán como
trofeo de guerra cualquier movimiento que se aleje de esa Arcadia soñada
del pensamiento único, rojo y gualda, ese que se anuncia en las azoteas
y los balcones y grazna himnos melifluos y absurdos.
El futuro es en parte un ejercicio de certidumbres. Probaremos con
ellas. Sin soplos ni recados ni información privilegiada. A pelo. Con la
única guía de la razón, los datos conocidos por todos, y la capacidad
de interpretarlos. La nueva realidad española surgida de la voluntad
popular, que no sólo se manifiesta en las urnas sino también a través de
sus representante electos, sólo es imprevisible en tanto en cuanto lo
es el resultado de todos los afanes humanos. Tan incierta como era la
caída de Rajoy el día que le aprobaron los presupuestos. Estaba ahí pero
había que saber y, sobre todo, había que querer verla. ( Rajoy is dead, escribía yo en agosto de 2016)
No hace falta ser la juez tarotista de Lugo, que se dedica a la
vigilancia de presos, para saber que el nuevo Gobierno, contenga los
nombres que contenga, va a realizar gestos de distensión territorial. No
hay que ser mago para pensar en un acercamiento de los presos vascos
tras el fin de ETA, para volver a la normalidad de la legalidad ahora
que ningún peligro hay, y eso no será un peaje como nos dirán sino la
culminación de una lógica que es común a todos aquellos que no quieren
seguir agitando a la banda terrorista como un espantajo político.
No hace falta ser el oráculo de Delfos para saber que no sólo se van a
derogar y alterar las reformas legislativas del PP que restringieron las
libertades sino que, aún antes de ese trámite, se usarán los mecanismos
del sistema para volver a dotarnos de un espacio libre en el que
respirar. A fin de cuentas, las redadas prospectivas en busca de
tuiteros las organizan unas fuerzas de seguridad del Estado que reciben
órdenes y que es obvio que no volverán a recibirlas en ese sentido. No
habrá operaciones Araña que salgan a cazar bromas más o menos funestas o
desahogos verbales. Eso no será una concesión a nadie sino un principio
y una coherencia con los votos que han llevado al nuevo gobierno al
poder. Sin operaciones de busca y captura del disidente y del
retuiteador contumaz y delincuente será más difícil que lleguen a los
juzgados casos de represión de la libertad de expresión como los que
hemos visto. Antes de reformar la Ley Mordaza se podrá conseguir también
que los fiscales dejen de considerar terrorismo o delito de odio
aquello que excede de la lógica del legislador. El Gobierno tendrá que
nombrar un nuevo fiscal general del Estado y a éste le bastarán unas
instrucciones cursadas para enmarcar el ámbito legal y la interpretación
de estos delitos sin hacer de ellos un cajón de sastre de la represión.
He dicho el nuevo pero tampoco extrañaría que fuera una mujer la nueva
fiscal general del Estado. Me soplan nombres de fiscales y fiscalas
progresistas y de magistradas. A saber. Los nombres importan tanto como
creas que no existen líneas y caminos comunes en la forma de entender la
España que deseamos. No importa tanto el nombre como el espíritu que lo
anime. No habrá más titiriteros ni jóvenes de Alsasua en FIES ni
raperos condenados a prisión como no los había antes de que nos segaran
la libertad de expresión bajo los pies.
Más
complicado es lo de Catalunya. No hace falta ser agorero para saber que
el nuevo tiempo de diálogo buscará la distensión y producirá gestos, que
tampoco serán fruto de ningún chantaje ni ninguna venta sino del
convencimiento de que el camino de rígida cabezonería seguido hasta
ahora no nos iba a llevar a lugar alguno. No se cómo se arbitrará tal
camino. No se extrañen de que los presos preventivos sean acercados a
prisiones catalanas en tanto en cuanto esa es la norma general y
humanitaria. No se escandalicen si la Fiscalía, en algún momento,
comienza a pedir que se les deje en libertad provisional con algunas
medidas como, por otra parte, ya llegó a pedir Sánchez-Melgar para
Turull. Lo raro es lo de ahora, no mucho de lo que vendrá. No son sendas
fáciles. Incluso si el gobierno, en uso de su libertad para marcar una
política criminal, considerara que la presión penal ejercida por la
Fiscalía debe ser aligerada, encontraría resistencia. Los fiscales que
llevan la acusación del procès en el Tribunal Supremo son pesos pesados.
Podrían revolverse como ya lo hicieron con Melgar. Un fiscal de ese
grosor es siempre conservador de sus propios criterios, por muy
progresista que sea. Habrá tensión. Por eso desde dentro de la carrera
se especula con que quien ocupe el palacio de Fontalba ha de ser
alguien, no sólo de confianza del gobierno, sino de gran calado en la
carrera fiscal.
Pasarán más cosas previsibles. Con
las fosas y con los torturadores. Con los cuelgamuros. Pasarán cosas con
las mujeres y con los dependientes,con los excluidos. No hay que ser un
profeta. Quizá no grandes revoluciones, sino una segura vuelta a las
libertades y las dignidades que han sido pisoteadas. Abrir las ventanas,
que corra el aire.
No hace falta ser un adivino sino
creer en la coherencia personal y política de las gentes. Lo venderán
como una claudicación al mal. Será un retorno a la libertad y a la
justicia social que nunca debimos perder. Y la libertad no produce miedo
sino regocijo.
Ese y no otro es el horizonte de la esperanza.
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