Elogio de la incoherencia
La mayor parte de la gente espera que los políticos se comporten
como personajes literarios, congelados en el tiempo, inmutables,
inconmovibles

La incoherencia tiene
mala fama, especialmente en la actividad política. Nadie se fía de quien
dice una cosa y hace otra distinta, es normal. Pero muchos desconfían
también de quienes manifiestan incoherencias con el paso de los años.
Algunos medios, en nuestro país y en otros, utilizan la hemeroteca como
arma arrojadiza, encarando a los políticos a sus propias palabras,
señalándolos, tratando de ponerles así contra las cuerdas. Los políticos
se amedrentan, saben que los espectadores (que es la tipología más
perezosa de los votantes) rinden tributo a la coherencia, y tratan
entonces de justificarse: tal vez no me expliqué bien, falta contexto en
esas declaraciones. Raramente se encuentra uno con un político que,
enfrentado a sus palabras de hace dos, tres o diez años, se encoja de
hombros y suelte: qué quiere que le diga, ahora sé más que entonces.
Un experto en comunicación política, supongo, desaconsejaría tal
estrategia. Esa actitud, diría, transmite incertidumbre, zozobra.
Después de todo, ¿cómo fiarse de un político que va por ahí cambiando de
opinión? ¿Qué nos garantiza que no lo hará de nuevo y que dentro de
dos, tres o diez años opinará otra cosa completamente distinta? ¿En qué
situación me deja eso a mí como votante? ¿Cómo voy a apoyar a un partido
o a un candidato sin la certeza de que lo nuestro es para siempre?
La mayor parte de la gente espera que los políticos se
comporten como personajes literarios, congelados en el tiempo,
inmutables, inconmovibles. Uno no abre Don Quijote y se encuentra con el
protagonista súbitamente cuerdo, leyendo, como si tal cosa, sus libros
de caballería. Si el arte nos ahorra esos disgustos, ¿por qué no puede
hacerlo el ser humano?
Esa coherencia, entendida como
el mantenimiento pertinaz de las mismas opiniones, es lo contrario a la
adaptación. Y ya sabemos cómo trata la naturaleza a quienes no saben
adaptarse. En virtud de la coherencia, nuestra especie seguiría hoy en
los árboles, saltando de rama en rama. Solo una extravagante sucesión de
incoherencias nos ha traído hasta aquí, al suelo, a la civilización, al
arte y a la ciencia.
El problema, por tanto, no es
la incoherencia sino el cinismo, y eso es más difícil de detectar. No
vale con escupirle a uno sus propias declaraciones. Hay que atender a
los hechos, ver lo que dijo y lo que hizo, lo que dice y lo que hace, y
tratar de comprender los porqués. Digan lo que digan los expertos en
comunicación política, cambiar de opiniones con el paso del tiempo no es
síntoma de debilidad sino de inteligencia. Deberíamos desconfiar de
aquellos que pasan limpiamente el test de la hemeroteca. O no han
aprendido nada o prefieren ocultarlo.
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