El principio de legitimidad de la Transición no da más de sí
El deterioro de una sistema se puede prolongar durante bastante
tiempo, durante mucho tiempo incluso, antes de que se produzca un
estallido. Pero lo que sí sabemos con seguridad es que el estallido
acaba produciéndose

Hasta las elecciones
europeas de 2014 la hegemonía alternativa del PSOE y el PP como partidos
de gobierno de España no había sido puesta en cuestión. Curiosamente,
unas elecciones en las que no había casi nada en juego desde la
perspectiva del ejercicio real y efectivo del poder, lo cambiaron todo. A
partir de mayo del 14 quedó claro que la gestión del sistema político
articulado a partir de la Constitución de 1978 dejaba de ser un asunto
de dos, para pasar a ser algo distinto. Indefinido, pero distinto.
Con dichas elecciones se cerraba una época. La Casa Real así lo
entendió inmediatamente, procediendo a la abdicación del Rey Juan Carlos
I en su hijo Felipe. Curiosamente, fue la única institución del
sistema político español que carece de legitimación democrática la que
mejor entendió el signo de los nuevos tiempos, demostrando con ello un
instinto de conservación más que notable.
En las demás instituciones del sistema no se supo
reaccionar de la misma manera a la exigencia de renovación de los
resultados electorales de mayo de 2014. Todo sigue igual que estaba solo
que funcionando peor. Cuesta trabajo investir al presidente del
Gobierno y hay incluso que repetir elecciones; las Cortes dejan de
ejercer la función legislativa, bien porque el Gobierno no envía
proyectos de ley, bien porque veta todas las proposiciones de ley que
aprueban los grupos parlamentarios; deja de respetarse el calendario de
la aprobación de los presupuestos generales del Estado; desaparece la
efectividad de la acción de control de gobierno, de tal suerte que
continúan en sus puestos ministros reprobados; se ha alterado
profundamente el ejercicio del derecho a la autonomía por las
comunidades autónomas y se ha producido la primera quiebra
constitucional de calado con la aplicación del artículo 155 CE; se
pospone de manera indefinida la renovación de una pieza tan esencial
para el funcionamiento del Estado como el modelo de financiación de las
comunidades autónomas; del funcionamiento de la justicia ordinaria y
constitucional ni hablamos. La enumeración es puramente
ejemplificativa.
La Constitución de 1978 sigue
vigente, pero su deterioro resulta cada vez más perceptible. Y sin
embargo, no se entrevé ningún movimiento de reforma con el que hacer
frente a dicho deterioro. Se habla mucho de la necesidad de la reforma,
pero no hay ninguna que tenga visos de poder abrirse camino. El PP, que
con su gran mayoría absoluta tras las elecciones de 2011, consiguió
imponer un programa legislativo muy conservador y muy autoritario, ha
dejado de tener la posibilidad de avanzar en dicha dirección, pero sigue
manteniendo la suficiente fuerza como para impedir que se pueda
rectificar por los demás lo que fue su acción de gobierno de esos cuatro
años. La legislatura 2011-2015 ha sido la última en la que ha habido
un programa de gobierno. Un programa extraodinariamente reaccionario,
pero un programa. Desde entonces el sistema político español sigue
operando por inercia, pero sin dirección política, sin perspectiva de
futuro.
La evidencia empírica de que disponemos no es
concluyente acerca de cuanto tiempo puede mantenerse un sistema
político en una situación de bloqueo. El deterioro de una sistema se
puede prolongar durante bastante tiempo, durante mucho tiempo incluso,
antes de que se produzca un estallido. Pero lo que sí sabemos con
seguridad es que el estallido acaba produciéndose. El bloqueo empieza
afectando al funcionamiento regular de las instituciones, debilitando el
principio de legalidad. Pero acaba llegando al principio de legitimidad
en el que descansa todo el edificio.
Todas las
instituciones tanto del sistema político español como de los subsistemas
políticos autonómicos y municipales descansan el la legitimidad
constituyente de “LA TRANSICIÓN”. En estas últimas semanas se está
recordando insistentemente. Ha sido un principio de legitimidad que ha
proporcionado los mejores años de la historia contemporánea de España y
de las “nacionalidades y regiones” que la integran. Pero la legitimidad
de dicho principio ya ha dado de si todo lo que podía dar. El edificio
constitucional se mantiene en pie, pero la vida ha desaparecido en su
interior.
Si la sociedad española no es capaz de
renovar el principio de legitimidad mediante una reforma de la
Constitución, acabará inevitablemente teniendo que abrir un proceso
constituyente. O se procede de una manera jurídicamente ordenada a la
renovación de la legitimidad del sistema político, o la renovación de
dicha legitimidad se acabará abriendo camino de una manera no
jurídicamente ordenada.
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