Dios

El otro día me encontré por la calle a un tío que me dijo que era dios. Yo no le hice demasiado caso, porque no llevaba barba blanca, ni manto gris, ni áurea. Salvo su palabra, nada me indicaba que aquel tío fuera dios. Pero no estoy acostumbrado a prejuzgar a la gente. Así que me lo metí en el bolsillo y le hice un poco de caso.


Nos creemos que Europa es dios. Sin embargo, cuando hay que invadir ilegal, asesina e irracionalmente Irak nos saltamos Europa. Invocamos Europa como el mantra del sexo tántrico de la convivencia. Yo estoy preparado, como periodista europeo, a contar cómo van a morir niños refugiados en Turquía y Grecia este invierno. ¿Estáis vosotros preparados para leerlo? Ah, la vieja y bella Europa. Y, por supuesto, el tema catalán. O sea.
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Andaba yo pensando en escribir sobre el impacto de lucidez que tuvieron en mí las palabras y razones de Puigdemont cuando dijo sobre Europa todo lo que llevo pensando al respecto desde hace años; creo que desde que para entrar en su MCE tuvimos que quedarnos en la espina. Perdimos infraestructuras laborales, puestos de trabajo y la soberanía material, con el 135 de Zapatero perdimos la virtual, la miseria soberana que nos quedaba en plan pegatina. Ya no nos queda nada más que la mierda residual.
Completamente de acuerdo con Puigde: un ser humano normal no puede sentirse parte de este atraco constante a la humanidad, de este delito continental que nos tiene atrapados. No me reconozco en ese espejo de la vergüenza, donde ya ni me veo, sólo puedo ver a toda nuestra familia desahuciada, sin tierra, sin techo, sin suelo que pisar, sin nada, andando sin rumbo de vallas a alambradas, de cercos a fosas comunes, de las pateras al caos, de la soledad al abandono, del abandono a la muerte anónima y convertida en estadística.
Puigde se fue a Bruselas para reconocerse europeo catalán pero se ha horrorizado de lo que ha visto. La ha descubierto desde dentro y ha vomitado en plena calle ante la prensa, como quien ha descubierto un campo de exterminio en el paripé de un montaje cleptócrata en el que el único dios es el dinero. Muchos de nosotros no hemos necesitado ir con él para saber lo que es Europa. Lo entendimos en la reconversión industrial, en el referendum de la OTAN y en la Guerra del Golfo, en el tratado de Maastrich, en el estallido de la corrupción sin tregua sin que Europa dijese nada, pero mandase a la Troika para amedrentar y poner el déficit privado de los bancos sobre la dignidad y los DDHH de la ciudadanía. Y de ahí en adelante cada vez se ha ido aclarando y ensombreciendo más el panorama. El euro fue el remate, el 135, la losa. El 15M el despertar de las bases sociales y de la conciencia colectiva. El estallido de la derecha ancestral el campanazo. Y todo lo que ahora estamos tragando, los resultados del proceso. Catalunya el grito definitivo para que el tenderete se desmorone del todo dirigido por el equipo de demolición que nos aplasta. Europa es un mercado de seres humanos. De esclavos. Y yo, igual que A. Malvar y tantos españoles/as alucinados por el espanto, no quiero pertenecer a esto. Me siento extraterrestre y apátrida, acontinental. Absolutamente marciana...solidaria.
Sin embargo tengo esperanza más allá de todo el estropicio, sé que esta basura tiene un límite y la conciencia de los europeos también. Ahí está brotando el proyecto de Portugal, de Varoufakis, de la Francia Insumisa, Die Linke alemana, Corbyn en Inglaterra, Unidos Podemos, las CUPs, los verdes, las mujeres y los hombres en igualdad erradicando patriarcados por los cuatro puntos cardinales del Planeta, rompiendo moldes, el municipalismo en la raíz solidaria de los pueblos, los vínculos fraternos de la justicia definitiva del amor, que no pueden romper ni las patrias, ni las banderas ni las obsesiones cafres y ciegas. Otra Europa regenerada y sin fronteras ni miedo está germinando debajo del compost y de la mugre. Estoy segura.
Y dios somos nosotros mismos cuando nos desprendernos de la miseria y vemos sin prejuicios ni tachaduras en cada ser humano nuestra alma y en cada zarpazo de maldad la oportunidad de hacer milagros: como el abrazo y la mano tendida, la empatía y el compartir la vida, que nos rescata del infierno del ego y hace posible el nosotros por encima de cualquier barrera. Y somos la lluvia en la sequía, la sonrisa en la tensión, la palabra justa que consuela y reconforta en el silencio del dolor, la luz en la oscuridad, el calor en el frío y la acogida en el destierro.
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