El truco (¿Por qué nos engaña el Gobierno?)

El Gobierno se dispone
estos días a tramitar los presupuestos para el año que viene,
presupuestos que, afirman, darán estabilidad económica y política al
país. Cualquiera con un poco de espíritu crítico tendría que reprimir
una carcajada o un golpe de llanto al escuchar esto. Hemos salido de la
crisis y se habla de un notable crecimiento de la economía pero sin
embargo continúan los recortes en el gasto social. En esos presupuestos
disminuye el porcentaje del PIB destinado a Sanidad y Educación, aunque
aumenta la partida para Defensa, por ejemplo.
El
ministro Montoro, previendo la impopularidad que las cuentas pudieran
provocar en la ciudadanía, presentó el proyecto ante el Parlamento con
un juego dialéctico, manejando las palabras para esconder la realidad
como un trilero manejaría los cubiletes para ocultar la bola. Defendió
que el gasto social sube cuando en realidad baja, utilizando las cifras
absolutas en lugar de los porcentajes y la oposición le acusó de
comportarse como un " trilero fiscal".
¿Por qué nos engañan? Porque pueden. Desde 2015 el gasto
destinado a la sanidad y la educación públicas ha ido disminuyendo y la
previsión es que la tendencia continúe durante los próximos años. Y no
pasa nada. En La doctrina del shock Naomi Klein señalaba cómo los
gobiernos neoliberales aprovechaban la confusión de los desastres
(naturales o no) para llevar a cabo reformas impopulares. Esa y no otra
fue la línea de actuación que se impuso tras la crisis. La lógica
privatizadora ha funcionado siguiendo un esquema muy básico: Dejar de
invertir en lo público hasta que se deteriore y entonces tacharlo de
inviable y venderlo.
Yo tuve la mala suerte de poder
vivir de cerca ese deterioro de la sanidad ya que estos últimos años fui
tratada de cáncer en un hospital público de Madrid. Los recortes pronto
dejaron de ser una mera noticia en el diario y pasaron a ser una
realidad que podía constatar en vivo: menos personal de enfermería,
turnos que se alargaban, acumulación de pacientes en la sala de espera,
médicos desbordados, falta de material sanitario, desperfectos, prisas.
Precisamente esta semana hace cinco años del Plan de Sostenibilidad del
sistema sanitario público de la Comunidad de Madrid puesto en marcha
bajo el mandato del expresidente Ignacio González, hoy en prisión
provisional. Aunque las movilizaciones sociales consiguieron parar casi
todas las medidas es evidente que la política privatizadora continuó y
que el sistema se ha deteriorado, como afirma la FADSP (Federación de
Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública).
A
mí me trataron en el Hospital Universitario Gregorio Marañón, un centro
pionero con excelentes profesionales y sin embargo descuidado por la
mala gestión, que también estos días ha sido noticia precisamente por la
malversación de sus recursos públicos en beneficio de clínicas privadas.
El saqueo de lo público puede esconderse en la presentación de los
números y también en extraños giros del lenguaje. A la manera de un
burdo truco de juego de manos el último trabalenguas que he oído en este
sentido supera todo lo imaginable: externalizar un servicio no es privatizar lo público sino "publificar" lo privado.
¡! Se razona -o se intenta razonar- que los poderes públicos, en aras
del interés general, se dejan ayudar por un socio privado, para prestar
mejor servicio.
"Se dejan ayudar."
Ni la salud ni la educación pueden ser un negocio y por tanto que sean
rentables no es su prioridad. Son un derecho en un estado del bienestar.
Asuntos básicos que hay que defender colectivamente. Optimizando los
recursos, desde luego, pero no bajo la lógica del beneficio.
En realidad no sé cuál es el truco para conseguir tantos votos de gente
que no podría pagarse un tratamiento en una clínica privada o que se
dejaría literalmente la vida en ello si tuviera que hacerlo. Imagino que
es el que nos hace mirar a otra parte. El que nos asemeja al personaje
ideado por Franz Kafka en El proceso, alguien que no entiende qué está
pasando y asume el atropello sin cuestionarlo. En la novela, un
sacerdote le grita desde el púlpito en un momento dado: "¿Es que acaso
eres ciego?". El silencio del protagonista ante esa pregunta equivale al
de muchos votantes del PP. No verían el truco aunque lo hicieran a
cámara lenta. Quizás porque no están mirando hacia donde de verdad
importa sino girando la cabeza sin parar a un lado y otro, consumiendo
noticias como si fueran pipas, de forma compulsiva, entretenidos con el
espectáculo de magia.
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