El discurso del rey: desastre sin paliativos
El discurso del rey no
debió producirse, porque un discurso de esa naturaleza no tiene encaje
en una Monarquía Parlamentaria. Por muy difíciles que sean las
circunstancias o, mejor dicho, cuanto más difíciles sean las
circunstancias, menos se justifica la intervención de una magistratura
hereditaria, que, justamente por ello, carece de legitimación
democrática.
El discurso del rey fue un acto de
profunda deslealtad respecto del poder constituyente del pueblo español.
En la Constitución el principio de legitimación democrática del Estado
figura en el art. 1.2 CE: “la soberanía nacional reside en el pueblo
español del que emanan los poderes del Estado”. A continuación viene la
Monarquía parlamentaria: “la forma política del Estado español es la
Monarquía parlamentaria”, dice el art. 1.3 CE.
El art. 1.2 CE es el presupuesto del art. 1.3 CE, sin el
cual este último resulta inexplicable. Sin legitimación democrática se
puede ser “órgano”, pero no “poder” del Estado y, en consecuencia, no se
puede tener una intervención de naturaleza política, como fue el
discurso del rey. En el discurso del rey hubo falta de respeto a la
Constitución y deslealtad al poder constituyente del pueblo español.
Pero el discurso no solamente fue un error porque se produjo cuando no
se debía haber producido, sino además por el contenido y por la forma
del mismo. El rey no supo estar a la altura de lo que las circunstancias
tan difíciles exigían y pronunció un discurso, que no solamente no va a
contribuir a encontrar una salida al laberinto en que nos encontramos,
sino que puede contribuir a todo lo contrario.
El
rey, para articular el discurso, disponía de múltiples posibilidades,
pero dada su posición en el pináculo del edificio constitucional, dos
destacaban sobre todas las demás. El rey podía haber hablado en nombre
del Estado o en nombre de la Nación.
Son dos
perspectivas distintas, que, sin embargo, no tienen por qué ser
antagónicas, porque pueden ser complementarias. Pero son perspectivas
desde las que se construyen discursos distintos.
Felipe VI optó por hablar exclusivamente en nombre del Estado,
reproduciendo los términos en que viene expresándose el presidente del
Gobierno desde hace años. El rey se identificó con la posición del PP y
de Ciudadanos, esto es, de la derecha española, sin tomar en
consideración ninguna de las contribuciones de los demás partidos y de
manera especial de las aportadas por el PSOE. Las reacciones de los
portavoces de los distintos partidos hablan por sí solas. La incomodidad
de José Luis Ábalos en la entrevista en Hora 25 no podía ser más
expresiva.
Si el rey hubiera hablado en nombre de la
Nación, el discurso podría haber sido completamente distinto. Hubiera
podido decir que su preocupación es mantener la unidad de la nación
española en su enorme diversidad, expresar su preocupación por los
desgarres y fisuras que se estaban poniendo de manifiesto y dirigirse a
todos los ciudadanos, independentistas incluidos, para evitar que los
desgarres y fisuras pudieran ir a más.
Podría haber
afirmado que entendía su función en el edificio constitucional como la
de contribuir a encontrar una fórmula de convivencia en la que todos,
independentistas incluidos, se encontraran cómodos. Añadir que, en su
opinión, eso únicamente se puede conseguir con un diálogo de buena fe y
terminar, por último, lamentando lo sucedido en los últimos días.
A continuación hubiera podido hablar en nombre del Estado y dejar claro
que, en ningún caso, se puede tolerar el quebrantamiento de la
Constitución y del resto del ordenamiento jurídico y añadir que la
Constitución únicamente puede ser reformada mediante los procedimientos
de reforma previstos en ella misma, los cuales exigen, dada las mayorías
exigidas, un diálogo entre todos.
Con un discurso de
este tenor, el rey podía haber contribuido a reducir la tensión y abrir
la puerta para un escenario distinto de aquél en que ahora mismo nos
encontramos. No entiendo muy bien por qué excluyó esta posibilidad.
La posición del rey no puede ser la de repetir el discurso del
presidente del Gobierno, entre otras cosas, porque en lugar de
fortalecerlo, lo debilita, lo devalúa. ¿Qué confianza se puede tener en
un Presidente del Gobierno, que necesita que el rey venga en su ayuda?
El rey, en sus relaciones con todos los partidos políticos, tiene que
ser neutral. Si deja de serlo, pone en peligro su propia presencia en el
sistema político. En su discurso del martes dejó de serlo. Y además se
notó. Y mucho. Por lo que dijo y por cómo lo dijo. Su lenguaje, también
el corporal, fue de una agresividad extraordinaria, con expresiones no
solo contundentes sino hirientes. Todo lo contrario de lo que la
sociedad española, tan angustiada por los acontecimientos del fin de
semana, necesitaba.
El error ha
sido mayúsculo. Su padre, el rey Juan Carlos I, en el año inicial de la
transición, en junio de 1976, calificó en entrevista al semanario Newsweek
la acción del Gobierno Arias como un “desastre sin paliativos”,
propiciando con ello la dimisión de Arias y sus sustitución por Adolfo
Suárez. Con estos mismos términos habría que calificar el discurso del
rey del pasado martes.
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La sensación general ha sido que ese discurso no alcanza ni de lejos la medida del de un Jefe de Estado medianamente despierto y que sepa de lo que está hablando sin tener que consultar a quien escribe los discursos de Rajoy. Se ha quedado a la altura argumental del sermón que pueda soltar en horas bajas cualquier pijo facha en una cafetería de Serrano, y cuya familia de origen sólo ha votado al pp desde que se quedó sin caudillo al que aplaudir y obedecer.
Incógnita que nos tiene en un sinvivir: ¿esto le sucede porque es un cínico al que España le importa un rábano salvo a la hora de cobrar o porque es tonto y lee automáticamente sin pararse a pensar ni por un momento todo lo que le ponen delante, porque leer como un loro amaestrado es el único oficio que puede desempeñar con cierta destreza? En cualquiera de las dos opciones destaca la misma conclusión inevitable: contrato caducado y despido fulminante, sin finiquito ni nada. Motivos nos sobran a espuertas. A la monarquía hay que hacerle un ERE ya. Acabemos con ella antes de que ella acabe con todo, porque está en un plan replay Felipe V con Xátiva en modo influencer que válgame el Señor...!
Incógnita que nos tiene en un sinvivir: ¿esto le sucede porque es un cínico al que España le importa un rábano salvo a la hora de cobrar o porque es tonto y lee automáticamente sin pararse a pensar ni por un momento todo lo que le ponen delante, porque leer como un loro amaestrado es el único oficio que puede desempeñar con cierta destreza? En cualquiera de las dos opciones destaca la misma conclusión inevitable: contrato caducado y despido fulminante, sin finiquito ni nada. Motivos nos sobran a espuertas. A la monarquía hay que hacerle un ERE ya. Acabemos con ella antes de que ella acabe con todo, porque está en un plan replay Felipe V con Xátiva en modo influencer que válgame el Señor...!

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