
Albert Rivera y Mariano Rajoy en el Palacio de la Moncloa.
La espantada del ministro Soria no es una dimisión
más. Cazado mientras intentaba eludir sus responsabilidades cae uno de
los rostros más visibles del marianismo, un hombre de absoluta confianza
de Rajoy, uno de sus más firmes apoyos y un ministro en una cartera
clave en tiempos de crisis. La responsabilidad del presidente en
funciones no se salvaría únicamente alegando ignorancia o engaño.
Tampoco puede explicarlo porque, si lo hace, no le quedaría más remedio
que irse con el ministro. Su única opción de supervivencia pasa por el
silencio y aguantar los golpes lo mejor que pueda; por suerte para él,
una de las especialidades de la casa
El Partido
Popular ya ha dejado muy clara su estrategia: plasma y tentetieso para
minimizar el impacto de un escándalo que ya intentó enterrar el mismo
día anunciado un encuentro con el President de la Generalitat tras años
de espera. Quienes reclaman o esperan la renuncia de Mariano Rajoy
pierden el tiempo. Continuará haciendo campaña electoral como si nada
hubiera pasado y haciéndose el sueco cuando le pregunten hasta que nos
cansemos de reírnos.
El caso Soria ha dejado al PP como un boxeador sonado y
arrinconado contra las cuerdas. Una campaña electoral y nuevos comicios
le darán probablemente el tiempo y el aire que necesita para
recuperarse. Todos los partidos que se presentaron en diciembre
enarbolando la bandera de la regeneración tienen en su mano evitarlo,
aquí y ahora. Todos deberían valorar cuidadosamente sus opciones en
lugar de empeñarse en jugar a echarse la culpa. La elección es ahora.
Escogen entre aprovechar la oportunidad de mandar a la oposición a un PP
noqueado o exponerse al riesgo de unas elecciones de resultado
imprevisible.
Todos se la juegan pero el caso Soria
ha dejado bastante más tocada la mano de Albert Rivera. Su apuesta por
defender un pacto regenerador y reformista que incluya al PP se ha
derrumbado tan estrepitosamente como el ministro, la encuestas ya no le
dan tan bien porque no pocos le culpan del fracaso de las negociaciones y
todos los pronósticos le sitúan como palafrenero de Rajoy tras los
nuevos comicios. La equidistancia ya no vale. Ahora la lleva él. Si cree
que el PP le entregará la cabeza de su líder a cambio de gobernar será
porque piensa que las navidades caen en julio en 2016.
Habrá que ver cómo enjuician los votantes que los partidos prefieran
elecciones antes que regeneración o elecciones antes que relevar a un
gobierno en funciones que anuncia un recorte de 2.000 millones. Apostar a
elecciones ahora mismo es como jugar a la ruleta rusa y ya lo decía
Kenny Rogers en "The Gambler": los buenos jugadores saben levantarse a
tiempo y cobrar sus ganancias.
A Ciudadanos y Albert
Rivera les corresponde la responsabilidad de levantar sus vetos y asumir
el compromiso de gobernar con PSOE y Podemos o facilitar un gobierno
con la abstención. Al PSOE le toca la responsabilidad de forzar a
Ciudadanos a dar el paso y de convertir en realidad su oferta de llegar a
acuerdos en el 70% de la última propuesta de Podemos. Cuando pierdan la
excusa de Ciudadanos, a Pablo Iglesias y los suyos les corresponde
demostrar que el cambio de gobierno y la regeneración les importan más
que derrotar a los socialistas. Todo lo demás será precampaña.
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