Desde el inicio de la historia, mucho antes de que Homero los hubiera concebido, ya estaban en el aire todos los versos de la Ilíada;
también estaban en el aire las voces de los coros de la tragedia griega
antes de que Esquilo las hubiera imaginado. La geometría y todos los
teoremas, los tres dioses monoteístas, la serenidad de Buda, los cuentos
de Las mil y una noches, la doctrina de El Príncipe de Maquiavelo, las figuras de El Juicio Final de la Capilla Sixtina, la teoría del buen salvaje
de Rousseau, el escarabajo de Kafka, la magdalena de Proust y todas las
manzanas de Newton mordidas por la serpiente del paraíso estaban
previamente en el aire a merced de la inspiración de unos seres
privilegiados que llegarían a crearlos. Inspiración es la acción de
introducir aire en los pulmones, pero también significa el estímulo
repentino que siente el artista, el científico o el filósofo ante una
obra de arte, proyecto o idea. Entre la acción mecánica de respirar y el
impulso creativo que baja como un don desde las esferas llegó a este
planeta la electricidad, el teléfono, el aeroplano, el Ford T, la
división del átomo y la bomba de hidrógeno. También se produjo el
milagro de la aceituna que navega en el Martini más allá del bien y del
mal. La inspiración continuará en el futuro captando toda la ciencia y
la belleza que está todavía en el aire. Quedan innumerables batallas de
la mente por ganar, insondables misterios por desvelar. Sin duda en el
futuro algún genio descubrirá la forma de aniquilar el tiempo y el
espacio y entonces el ser humano, libre ya de la estupidez de la
materia, podrá ser invisible, atravesar las paredes, estar en dos
lugares a la vez y alcanzar la inmortalidad. Pero tal vez la conquista
final, sin la cual nada tendrá sentido, la logrará el poeta capaz de
captar en el aire el verso más excelso que se le escapó a Homero.
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